Este texto crítico al film Barbie, de la cineasta estadounidense Greta Gerwig, no pasa por un comentario al consumismo, a los estereotipos de género que ha mantenido por décadas la famosa muñeca de Mattel ni por la campaña millonaria de publicidad y marketing que costó casi lo mismo que la producción de la película. Más bien me centro en la descripción del modelo de feminismo y sus contradicciones que el film propone desde la comedia. Por ello, este escrito no evita los spoilers.

Mencionaré algunos aciertos del film. Primero, pone en discusión temas que no suelen abordar películas masivas o mainstream, como el de la identidad de género, los feminismos y las nuevas masculinidades.

Segundo, hay un avance significativo en esta Barbie de Greta Gerwig con relación a las películas de animación previas de Mattel que refuerzan algunos roles dados por el mismo marketing de las muñecas: se es hada, sirena o princesa. Más allá de este lugar común, la película de Gerwig (la misma cineasta de Lady Bird y Mujercitas) escapa en clave humorística del ámbito de los unicornios y varitas mágicas para situar al personaje dentro de un mundo de fantasía, en todo sentido, pero donde existe una democracia (o, mejor dicho, ginecocracia, gobierno de mujeres), una presidenta liderando a mujeres sin esposos, hijos, independientes y con diversas profesiones.

Y tercero, Barbielandia se propone como un mundo que es producto de la voluntad y códigos de las mismas niñas que juegan, construyen y sostienen esta tierra imaginada. Y como indica la narradora en off del inicio de la película (la voz de la actriz Helen Mirren), en sintonía con una nueva era donde las niñas ya no fantasean con ser madres sino con ser mujeres. Por ello, el universo de Barbielandia está tamizado por esta nueva composición social donde no hay lugar para la maternidad. Así, Barbielandia se muestra como la tierra de la eterna primavera, llena de rosado, brillos, bailes, fiestas sin resaca, donde los Ken no son muy necesarios. Hasta aquí todo se desarrolla según el molde implantado por Mattel para la venta de su muñeca, pero que se había obviado dentro de las adaptaciones cinematográficas o televisivas: así que parece novedad ver a Margot Robbie como un personaje sin hijos, independiente, con mil y un trabajos y profesiones, amigos (que se compran como accesorios) y una vida sin preocupaciones. Pasar del mundo de cuento de hadas a la realidad de Los Ángeles es el aporte que Gerwig brinda al imaginario de este personaje famoso; sin embargo, esta estructura no basta.

Vayamos a los defectos. Barbie contiene buenas escenas plenas de humor absurdo, trillado, o ingenuo también (sobre todo las escenas de Ken en la ciudad), sin embargo, las partes más dramáticas vuelven al film un estereotipo: la típica historia del “sé tú misma”, y que termina con mensajes de manual de autoayuda. Este empoderamiento de Barbie, de decidir lo que desea hacer con su cuerpo, hace que se vea como un film feminista, sí, pero que se basa en ideas simplistas, reduciendo toda una lucha a una satisfacción individual. El sueño de Barbie de volverse humana, y con ello, poner fin al mundo rosado. Gran idea (lo que llaman lo “subversivo del film”), pero que no es lo que parece.

Frente al mundo de ‘amazonas’ de fucsia y rosado, de una ginecocracia exitosa y sin problemas, asoma el “mundo real” -en este caso Los Ángeles, California- donde existe una empresa Mattel liderada por hombres, y un mundo patriarcal que obnubila a Ken, quien harto de la indiferencia de Barbie, decide regresar a transformar Barbielandia en un territorio masculino que deviene en androcracia. Las barbies empoderadas se vuelven serviles en ausencia de su líder Barbie (aunque la presidenta sea otra), y se convierten en amas de casa, masajistas de pies, modelos y sirvientas, mientras los Ken se dedican a montar caballos, surfear y jugar golf. Así, Greta Gerwig propone un mundo del afuera, donde Barbie también confrontará su identidad, pero no desde una crítica a su propia idea de “matriarcado” o mundo perfecto (visto como opresión por los Ken), sino ante la posibilidad de “sentir”, añadiendo así la cuota Pinocho: la muñeca que quiere ser humana. Es decir, en el mundo de las barbies, la Barbie, la protagonista, rechaza su propia naturaleza. Y con ello, el mundo de la imaginación muere.

La cineasta Greta Gerwig intenta exfoliar desde la comedia metadiscursiva (que lleva la marca de las obras producidas por Will Ferrell, en el uso de un humor irracional y hasta tonto), algunos estereotipos de género que la muñeca expande. Sin embargo, la crítica queda a medio camino, optando por reforzar más bien una sátira sobre determinados feminismos: la imposibilidad de la ginecocracia, la corrección política de las adolescentes que desprecian los juegos con muñecas y que llaman fascista a cualquier cosa, y una asociación del feminismo con ideas de binarismo (el sexo femenino asociado al género mujer, y el sexo masculino asociado al género hombre). Es más, hay una escena donde mencionan que Barbie y el patriarcado son inventos de los humanos (la parte más estrafalaria del film).

Si bien Barbie en la vida real es considerada como un objeto de consumo que encarna el estilo de vida estadounidense y sus estereotipos de belleza y éxito, Gerwig propone roer esa idea y colocar a la muñeca como un agente de duda existencial. Una idea interesante, pero que se diluye rápido debido a opciones argumentales trilladas (como el mágico discurso de una humana que resuelve automáticamente todo, o la recuperación de la democracia de mujeres a punta de estratagemas mafiosas).

Poco a poco van apareciendo las contradicciones: Barbie abandona el mundo de ilusión sostenido por la imaginación y el amor de las niñas, y decide dejar el rosado para vestirse con ropas deslucidas y con chancletas. Un juguete harto de un mundo liderado por mujeres, pleno de tranquilidad y color, que busca la diferencia en el mundo real, controlado por hombres, donde las niñas ya no juegan con muñecas, la llaman más bien fascista, y donde la estabilidad de Barbieland depende de algunas mujeres adultas nostálgicas. Es así que Barbie abraza la mortalidad.

Para Gerwig, el mundo de Barbielandia sin dolor, sin machismo, con equidad, sin acoso, donde las mujeres-o las niñas a través de sus juguetes- pueden llegar a ser lo que sueñan, es un mundo que no le es, al final de cuentas, atractivo a Barbie. Por ello, su decisión de convertirse en humana pasa por aceptar vivir en un patriarcado, donde ella sigue siendo una muñeca que se vende, pero también una mujer con vagina. ¿Preparada para la maternidad? ¿O preparada para vivir su sexualidad? Para Greta Gerwig, la decisión de Barbie de regresar al mundo real es una oportunidad para mantener el statu quo sostenido en un binarismo: una mujer más en un mundo de hombres. La liberación femenina convertida en una visita al ginecólogo. La profesión impensable para las mujeres en el mundo real…