Por Mónica Delgado

Hace algunos días la plataforma Netflix puso en su catálogo para Latinoamérica el film chileno Machuca, dirigido por Andrés Wood en el 2004. Esta película fue estrenada dos años después en Perú, lo que permitió acercarnos a la mirada de un niño en el contexto de los últimos días del presidente Salvador Allende en el Palacio de la Moneda y la irrupción del dictador Augusto Pinochet en el poder.

Para hablar de todo lo que evoca este cuarto film de Wood, comenzaré con la dedicatoria que aparece al final: “a la memoria del Padre Gerardo Whelan del Saint George College”. Se trata de un sacerdote estadounidense de la Congregación de Santa Cruz, quien a fines de los sesenta viajó a Santiago y diseñó un sistema pedagógico basado en una apuesta liberadora, donde antes que conocimientos memorísticos se apostaba por aprendizajes entre personas desde la convivencia igualitaria y solidaria, y la educación por el trabajo.

En esta ficción, Gerardo Whelan es el padre McEnroe, director del colegio Saint Patricks, quien debido a esta pedagogía liberadora propicia que estudiantes de pocos recursos puedan ser parte de esta escuela de élite de varones. Es así que aparece en escena Pedro Machuca (encarnado por Ariel Mateluna), un niño pobre de un barrio marginal que ingresa becado, junto a otros niños de su edad y barrio, a este mundo de apariencia y dinámicas distintas. Si bien la película lleva su nombre, la mirada que rige toda la historia es la de su amigo Gonzalo (Matías Quer), un niño de once años, de clase media alta, que vive en una casa en zona residencial junto a sus padres y hermana, y que va al mismo colegio. Así, el cineasta Andrés Wood va estableciendo una narración a partir de las discordancias de clase, desde la sentida relación de amistad entre ambos niños, en tiempos en que la izquierda era acusada de comunista, y en tiempos en que la clase alta vivía en el extranjero hasta que “los rojos” de la Unidad Popular y Allende salieran del poder.

La distancia de clase, en su brecha emocional, económica y social, es descrita por Wood desde las prácticas en la escuela, desde este espacio como entorno de posibilidades de cambio, pero donde pese a las intenciones del padre McEnroe, el racismo, clasismo y bullying son pan de cada día entre los estudiantes ricos y pobres. La amistad de Machuca y Gonzalo en un ambiente de fricciones con eco a nuestro Paco Yunque, es el hilo que permite urdir diferentes momentos del contexto político y de las estructuras de poder que se extienden en espacios de lo íntimo: las protestas de ambos bandos (de progresistas y conservadores), el papel de los militares antes del ataque al Palacio de la Moneda, o el anuncio de una vil dictadura. Más que una historia de púberes en medio de una escuela de élite (como pasa con la novela Las tribulaciones del estudiante Törless, que el director alemán Volker Schlöndorff realizó en 1966 para graficar la semilla del nazismo); Machuca resulta una elegía, debido a la pérdida de las oportunidades para los más desfavorecidos de este sistema económico salvaje, en el rechazo a un pasado totalitario que aún no se puede superar, plasmado además en la mirada de este niño de barrio periférico ante la llegada de la dictadura. Es también la mirada culposa de un adulto que revisita su niñez, desde los recuerdos de un país convulso en momentos capitales de su historia, y es una película también sobre el tema de la educación como práctica transformadora.

En alguna escena, el padre ebrio y desempleado de Machuca le increpa: “¿Sabes dónde va a estar tu amigo en cinco años más? Entrando a la universidad. ¿Y tú? Vas a estar limpiando baños. En diez años más, tu amigo va a estar trabajando en la empresa del papito ¿y tú? Vas a seguir limpiando baños. Y en quince años más tu amigo va a ser dueño de la empresa del papito ¿y tú? Adivina. Vas a seguir limpiando baños. Tu amigo para ese tiempo ni siquiera se va a acordar de tu nombre”. Afirmación que se percibe como una alerta, pero también como una certeza ante una realidad que no va a cambiar, y que poco a poco el film irá confirmando en la relación de los personajes.

Comparado con el contexto actual peruano, de terruqueos, discursos neofascistas y miedos irracionales hacia lo nuevo, Machuca ofrece mucho déjà vu, la sensación de que lo que vemos en este film del 2004 sigue vigente, en la medida que América Latina sigue polarizada y enraizada aún en viejas ideas neoliberales pese a que el modelo económico hace agua por todos lados. ¿Cómo no identificarnos con las protestas contra los “momios” (apelativo chileno para los derechistas extremos) y con las escenas de la reunión entre padres y madres de familia donde se hace visible una sociedad totalmente desigual y esclavizadora? ¿Cómo sentir indiferencia ante la mentalidad de algunos personajes que ven al régimen de Pinochet como una alternativa para seguir enriqueciéndose?

Machuca, sin ser un film activista ni de izquierda, es una película útil para intentar dejar de ser tibios, y que cae a pelo en este contexto electoral peruano, ya que ayuda a repensar los discursos desde los cuales se han construido las élites y su defensa de un sistema cómodo, que genera y se mantiene a causa de las brechas.