Por Alvaro Meneses
Fotografías: Juan Zapata y Jauría Colectivx

“Es todo por hoy. Ya se los pueden llevar. Pueden proceder con los ritos/ cristiana sepultura/arrojarlos al viento, al mar
meterlos en un macetero/regarlos por el jardín / Un montoncito de tierra/ Haga lo que crea conveniente con ella.”
José Carlos 
Agüero

El 27 de julio de 1968, en el Hospital Regional de Pucallpa, nació una periodista víctima del régimen fujimorista. Nariz respingada, abundante pelo negro, ondulado en los bordes, de piel aceituna y con el dedo en la boca. Así la recuerda su madre, Norma Méndez, desde el pequeño cuarto en Jesús María en el que vive ahora.

Por los 70’s, cuando comenzaban a construir las pistas y desagües en Pucallpa, entre esos tubos enormes que irían debajo del suelo, corría Melissa con la patota, sin marginar fuertes lluvias o altas temperaturas. “Éramos unos tarzanes”, recuerda la bibliotecóloga Iris Yasmín, hermana mayor de la periodista.

Muchos años antes de llegar a Cambio, uno de los pocos periódicos de la época que desde las páginas confrontaba al gobierno de Alberto Fujimori, Melissa aún niña ya tenía sus primeros careos. Una tarde, al ver que tres niños hostigaban a Iris, apareció Melissa con su “te voy a ver a la salida” y su dedo apuntándoles desafiante. “Era una atrevida, siempre fue una atrevida”, rememora Iris a sus 51 años.

Un concepto idéntico mantiene en su memoria desde Buenos Aires el hermano menor de los Alfaro, Janos Igor, también bibliotecólogo, quien la resume como rebelde, jodida, conchuda. “Hay que ser conchuda también para enfrentarse a esas realidades”, concluye, cuidadoso de no deformar sus recuerdos con la idealización.

Recopilación de fotos de la familia Alfaro Méndez / Fotografía: Juan Zapata

Por su parte, la periodista y docente universitaria de 56 años, Magari Quiroz, quien fue amiga cercana de Melissa, exhuma una idea en común que tenía con ella: “creíamos que la mejor arma para luchar contra todo eso y más era la pluma y que para eso nos formábamos”. La amistad con Magari surgió en la Escuela Jaime Bausate y Meza de Jesús María, cuando Melissa con 20 años ingresó en 1989 a estudiar periodismo.

Una tarde de 1989, saliendo de clases, Melissa se dirigió a la pizarra donde colgaban las ofertas laborales para practicantes. Sacó su libreta del morral que cruzando su pecho lo llevaba colgado, y tomó nota. En los primeros lugares donde tocó puertas, se encontró con canales de televisión que le ofrecían un horario flexible, sin remuneración y estaría a cargo de mover cables y cubrir necesidades logísticas. “Eso no es periodismo, ma”, le dijo Melissa a su madre.

Fue en el semanario Cambio donde encontró el espacio para ejercer el periodismo que había idealizado. “Para investigar, reporterar y con la posibilidad de publicar, ma”, le explicó entonces a Norma Mendez.

Ese año, Cambio estuvo en la mira de los grupos paramilitares del primer periodo de Alan García. En febrero de 1989, la Policía Nacional del Perú (PNP) los acusó de apología al terrorismo, pero la denuncia fue archivada por falta de pruebas. En abril de ese año, arrestaron a Edgar Bonilla Yaranga, corresponsal de Cambio en Ayacucho, acusándolo de terrorista por encontrarle artículos impresos del antropólogo Carlos Ivan Degregori y varias ediciones de Cambio. Meses después, en noviembre, miembros del Comando Rodrigo Franco amenazaron a los canillitas que distribuían el semanario y hasta decomisaron sus ejemplares. Incluso en Huancayo explotaron varios de los quioscos que no acataban las amenazas.

A esa revista decidió ingresar Melissa en noviembre de 1989. Su primera y única trinchera.

El periodismo de Melissa

Sus días como periodista empezaron la mañana del domingo 12 de noviembre de 1989, en el pueblo joven ‘Ex Fundo Márquez’ de Ventanilla, frente a las personas que vivían en la ribera del río Chillón, temerosos del ascenso del caudal. Cuatro días después, en la edición de Cambio del jueves 16 de noviembre, Melissa vio su primer trabajo impreso.

“El agua es vida, pero en el verano limeño, pocos son los que disfrutan de su frescura, otros en cambio son los que sufren el poder destructivo de su fuerza. Otra vez, las autoridades y Defensa Civil no paran la cuestión”, escribió Melissa en su primera nota titulada ‘¡Lo inundará todo!’.

Melissa Alfaro en plena comisión.

Gastaba las suelas de sus zapatos reporteando casos vinculados a los problemas de transporte público, tráfico de terrenos, desabastecimiento de medicinas. Cada niño de la calle era una historia para ella. Recién a mediados de 1990, comenzó a cubrir sobre la política nacional, y llegó a entrevistar al segundo vicepresidente del primero gobierno de Fujimori, Carlos García García; el senador Rolando Ames, el diputado Genaro López, el periodista y escritor Mirko Lauer, entre otros.

Desde su sala de redacción en la 2367 de la avenida Petit Thouars, el semanario Cambio se opuso abiertamente a los gobiernos de Alan García y Alberto Fujimori, que respondían con acusaciones por apología al terrorismo a favor del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA), que en ese momento era uno de los grupos armados en actividad.  

Por ejemplo, el 17 de enero de 1991, el semanario publicó un informe titulado ‘Las causas del cochebomba’ que detalla los motivos del atentado del pasado 14 de enero donde el MRTA detonó un coche-bomba cargado de 150 kilos de explosivo frente al Ministerio del Interior. El informe se basó en los volantes que los emerretistas dejaron luego de hacer estallar el lugar: era una respuesta al desalojo de la policía en un asentamiento humano de Ate-Vitarte que dejó a cuatro víctimas mortales.

Esa misma semana, Cambio criticó el decreto supremo 171-90-PCM aprobado el 8 de enero de ese año, para que las fuerzas del orden “actúen en las localidades bajo régimen de excepción en permanente estado de servicio” y sin revelar sus identidades, con el fin de contrarrestar los atentados de Sendero Luminoso y el MRTA.

Para ese entonces, el periodista de Caretas, Hugo Bustíos, ya había sido asesinado y desaparecido. Y con esa medida, hubiera sido imposible identificar a los militares autores de su desaparición. Cambio resumió el decreto con un extenso titular: “Más de 15 millones de peruanos que habitan en las zonas de emergencia están a merced de cualquier abuso de las fuerzas armadas o policiales”.

Las páginas y portadas de Cambio eran como tenedores arañando el plato para el gobierno. Ahí estaba Melissa.

Edición N° 151 del semanario Cambio

Interludio al 10 de octubre

Era 21 de junio de 1991 cuando los periodistas de Cambio escucharon el primer explosivo de cerca. Frente a la redacción del semanario, en uno de los locales de la Corporación Peruana de Aeropuertos y Aviación Comercial (Corpac), un sobre bomba reventó frente al funcionario Víctor Hugo Ruiz León.

Ese año hubo otros dos atentados más con sobres bombas. El 15 de marzo, el abogado Augusto Zúñiga Paz, director de la oficina de asuntos jurídicos de la Comisión de DD.HH, perdió el antebrazo por uno. Seis días después del asesinato de Melissa Alfaro, el senador Ricardo Letts Colmenares también fue objetivo de un sobre bomba dentro del Congreso que pudo ser lanzado lo suficientemente lejos como para no dañar a nadie.

La última tarde con Melissa

Sin saberlo, la familia Alfaro Méndez se reuniría por última vez el domingo 6 octubre de ese año. Estaban todos: los padres, Fernando Alfaro, entonces vicepresidente del gobierno regional de Pucallpa, y Norma; y sus hermanos Iris, Vivian, Alaín e Igor. El último de ellos cumplía 13. Melissa le llevó un particular polo verde con una estampa fuxia en la espalda que Igor confiesa guardar hasta ahora.

Esa tarde, Melissa se ofreció cocinar y advirtió que si no les gustaba su sazón nunca más cocinaría para ellos. Mientras cocinaba, los cucharones se convertieron en micrófonos, sus hermanos menores en su público, y Vivian, Iris y ella en tres dobles de Alejandra Guzmán. “¡Hacer el amor con otro, no no no; no es la misma cosa, no hay estrellas de color rosa!”.

Durante esos días, un presunto periodista extranjero solicitaba insistentemente entrevistar al director del semanario, Carlos Arroyo, junto al presidente del Movimiento Patria Libre, Yehude Simon, quien además colaboraba en Cambio como columnista. Primero para el miércoles 9. Luego pidió cambiarla para el jueves 10, a las 3 de la tarde.

10 de octubre

Minutos después de las 9 de la mañana llega Melissa a Cambio. Pidió su ejemplar de la edición que publicaron ese día, subió a la sala de redacción y como Jefa de informaciones empezó la reunión semanal con los periodistas para definir los temas que trabajarían para la siguiente edición. Para el mediodía, todo el equipo ya tenía claro sus comisiones. Melissa también: indagar en el Congreso más información sobre la acusación constitucional contra Alan García por enriquecimiento ilícito. Entre los pasillos de Pasos Perdidos, se cruzó con Hernán Flores Valdiviezo, uno de sus profesores de la universidad.

Minutos antes del retorno de Melissa, un sujeto de porte atlético dejó un periódico francés envuelto. El guardia, alertado por los recientes atentados, revisó por dentro poniendo el ojo en los orificios de ambos lados. No vio nada.

A las 2:13 de la tarde Melissa ya estaba de vuelta. Pasó por recepción y tomó el periódico. Subió a la sala de redacción, la encontró vacía. Caminó hacia su escritorio para dejar el periódico y antes de irse a almorzar, lo abre. Una onda expansiva dejó vidrios rotos en el piso, combinados con restos de papeles con su letra, cabellos negros, sangre; y la habitación fue invadida por un humo cegador con olor a pirotecnia.

Melissa Alfaro en la redacción del semanario Cambio

En menos de diez minutos, llegó la Unidad de Desactivación de Explosivos (UDE), quienes luego de revisar la zona concluyeron que “la explosión ha sido causada por dinamita”. Otros minutos después, llega el juez del Tercer Juzgado de Instrucción Luis Molero Miranda y determinó que la policía había interferido en la escena. Es decir, la UDE se llevó las evidencias relevantes de la escena.

Investigaciones posteriores descubrieron que lo que había explotado fue ambo-gelatina, un tipo de explosivo fabricado en Estados Unidos y usado por la Marina de Guerra de ese país y por la nuestra.

Norma Méndez estaba en Breña, en la casa de su amiga; Iris acababa de salir del colegio Sagrado Corazón Sophianum donde trabajaba; Igor estaba en la casa de Ventanilla; Fernando, su padre, inaugurando en Pucallpa el IV Encuentro Nacional de Poetas.

En la pantalla del televisor, Norma alcanza a leer el nombre de su hija. No podía ver el resto, su amiga interfería con su cuerpo el resto del televisor y le pedía que se calme. “Los nombres de las personas no salen ahí por gusto”, pensó Norma, y partió.

Un aviso desde Lima interrumpió el brindis que dirigía Fernando en Pucallpa. El auditorio, lleno de poetas y autoridades, se sumió en silencio mientras seguían con la mirada el  desorientado retiro del padre de Melissa Alfaro para tomar el primer avión a la capital.

Ya en la avenida Petit Thouars, 10 cuadras antes de llegar, Norma encuentra dos policías y pregunta: “señor, quisiera saber si sabe usted algo de lo que ha pasado en el semanario Cambio, con la señorita Melissa Alfaro”.

“¿Qué es Melissa Alfaro para usted?”, repreguntó uno de los policías.
“Su mamá”, respondió ella.
“Ah, ya. Murió”, le contestó uno de ellos. 

Magari Quiroz, amiga de Melissa, acababa de llegar a su casa cuando se enteró de su muerte. Una voz en el teléfono le pedía que la espere para ir juntas. Magali no sabía de qué se trataba hasta que en RPP otra voz plana narraba un atentado repitiendo el nombre de Melissa Alfaro.

Norma llegó al semanario y exigió entrar. Un policía le respondió que por orden del juez no podía dejarla pasar. “¿Quién es el juez? ¡Yo soy su madre!”, gritó ella. Intentó cerrarle la puerta, pero Norma puso el pie. Detrás del policía, llegó a ver a Melissa cubierta de sábanas blancas. El policía la dejó pasar, apurada caminó hacia ella y mirarla de cerca fue su adiós.

Minutos después llegó Magari. junto a otra compañera de la universidad, al frontis del semanario. Vieron salir a Melissa envuelta de sábanas. “Logré ver su mediecita, casi saliéndose de su piececito, quise acomodarla pero no me dejaron”.

Iris Yasmín Alfaro Méndez, hermana mayor de Melissa Alfaro / Fotografía: Juan Zapata

Igor seguía en Ventanilla, jugando con el Maxplay que le regalaron en su cumpleaños, cuando desde afuera oye las voces de su tío y su hermana Iris. Le dijeron que Melissa había sufrido un accidente. Durante el largo trayecto, mirando la pampilla que acompañaba a la carretera de Ventanilla, Igor imaginaba a Melissa sobre una cama de hospital. Tarareaba Gaviota de Silvio Rodríguez: “Corrían los días de fines de guerra, había un soldado regresando intacto”. Seguía imaginando a su hermana en un hospital, esperando encontrarla con vida, hasta que llegaron al semanario.

Nunca llegó el presunto periodista extranjero que pedía entrevistarse con Carlos Arroyo y Yehude Simon.

Los días después de Melissa

En los dos días de velorio, Iris recuerda el hostigamiento de la prensa sobre el dolor de los Alfaro Méndez. “Me acuerdo mucho cuando le metían las cámaras en la cara a Igor, mi hermana Vivian le dijo le dijo que quite la cámara, que se retire”.

Igor no se acuerda de eso. Más nítida tiene la imagen de las decenas de movimientos sociales, sindicatos, periodistas, políticos que en fila india saludaban a la familia de la periodista.“Me daba cuenta que estábamos en un acontecimiento histórico. Mucha gente, muchar arengas. Ver a Melissa en los periódicos. Algo grande había sucedido”.

Enumerar a las organizaciones y personajes que se hicieron presentes y se pronunciaron podría tomar varios párrafos: la Confederación Campesina del Perú, la Federación de Trabajadores de Compañías de Seguros y Afines del Perú (FETCOS), los diputados Alfredo Alvarez y Alberto Quintanilla, el senador Hugo Blanco, el Sindicato de Trabajadores Obreros de Consorcio Empresarial Andino Hilanderia, el primer vicepresidente de la Cámara de Diputados Cesar Barrera Bazan, el Partido Comunista Peruano, el APRA, la Federación Nacional de Trabajadores Mineros, Metalúrgicos y Siderúrgicos del Perú, el Frente de Defensa Región Autónoma San Martín y la Conferedación Campesina del Perú son algunos de ellos.

En su condición de vicepresidente del gobierno regional de Pucallpa, Fernando Alfaro presionó para que el Congreso incluya el caso de su hija en la Comisión de Derechos Humanos, donde se investigaban otros atentados y asesinatos con sobrebombas. El intento por justicia se disolvió junto al Congreso el 5 de abril de 1992, luego del autogolpe de Estado que desapareció los expedientes del Poder Judicial y dio amnistía a los grupos paramilitares.

Luego de la muerte de Melissa, la familia Alfaro Méndez se ahogó en un silencio crónico que se mantiene hasta hoy. Norma confiesa que no habló durante un mes. Igor precisa que el silencio duró hasta la caída del gobierno de Alberto Fujimori. “Si tú veías a mi mamá, ella era un robot, mecánica, en modo automático, no hablaba”, recuerda Igor. En lo que todos coinciden, es en que luego de 27 años la familia aún no se sienta a reabrir esa parte de su memoria.

Hasta el momento, la denuncia por el asesinato de Melissa Alfaro seguido por la Asociación Pro Derechos Humanos pudo alcanzar al exasesor presidencial, Vladimiro Montesinos, el exjefe del SIN, Julio Salazar Monroe, y el excomandante general del EP, Pedro Villanueva, como autores mediatos; y al exmilitar del EP Víctor José Penas Sandoval como autor inmediato, quien actualmente está libre por exceso de cárcel preventiva. Por su lado, el fiscal superior supraprovincial Daniel Jara Espinoza planteó incluir a Fujimori en la lista de acusados.

Veintisiete años después, los Alfaro Méndez asumen la reciente anulación del indulto humanitario al expresidente como una pasajera victoria de todos los familiares de las víctimas de la violencia política. Desde su pequeño cuarto en Jesús María, Norma nos comparte el único pendiente de su vida: “Espero vivir hasta el día que sentencien a Fujimori por mi hijita”.

Norma Méndez, madre de Melissa Alfaro /Fotografía: Colectivo Jauría