Ya llegamos a los dos meses de cuarentena, y hemos pasado por distintas etapas emocionales. Más allá de la incertidumbre que genera el encierro y la situación económica, y luego del impacto emocional inicial, la mayoría de músicos, entre los cuales me incluyo, tarde o temprano hemos restablecido nuestros hábitos de práctica. Sin descontar a aquellos que se han visto obligados a dejar el arte a un lado para poder sobrevivir.

Los músicos en general, en cierto momento de nuestra vida, y algunos en casi todos los momentos, nos obsesionamos con nuestro instrumento y con sus accesorios, además del sonido y demás cuestiones técnicas. Particularmente, toco el saxofón profesionalmente, y los saxofonistas tenemos una obsesión con las boquillas, las cañas, las abrazaderas, el colgador, y cuanto accesorio podamos adquirir, además de querer tener el mejor saxo posible que se acomode a nuestro presupuesto y a nuestro gusto personal. Además pedimos clases a cuanto saxofonista se nos cruce, preguntamos acerca de la técnica para los sobreagudos (el registro «más importante» para muchos), vemos y bajamos tutoriales online, compartimos libros de música y métodos, etc. Estoy seguro de que cualquier músico aspirante a profesional o profesional se sentirá identificado, independientemente de qué instrumento toque. Y me parece que es indispensable hacer todo eso para llegar a desarrollar una voz propia.

¿Cuál es el problema que veo? Que me parece que la mayoría de nosotros estamos preparándonos eternamente para tener una voz, para decir… no sabemos qué. Yo que acabo de cumplir 50 años y 30 años de músico profesional voy a ensayar una respuesta. No sé si es LA respuesta, pero es un aporte.

Nos estamos preparando para decir la verdad. La verdad de nuestra alma, de nuestro espíritu, de lo que creemos. Nos preparamos para comunicar nuestras convicciones. Y para que eso tenga sustancia tienen que haber, además de emociones, ideas dentro de uno. Por eso, nutramos nuestros cerebros y nuestros espíritus de cultura, y no solo de música, sino de literatura, de arte, de cine, de teatro, de humanidades, y aprendamos historia. Mucho de esto es accesible incluso por Internet. Tengamos opinión política, abramos la mente y el corazón a todo ese universo de experiencias que nos han legado quienes pasaron por nuestro planeta: la cultura. Porque si estamos vacíos, no importa qué tan bonito suene ese saxofón. Lo que digamos a través de él también sonará vacío.

Por eso, te aconsejo que cada día, un rato, te alejes del saxofón, o del instrumento que toques, y te alimentes de cultura. No te preocupes, que vas a crecer y aprender aun más. Y después de un tiempo empezarás a sentir la diferencia entre querer ser solo un saxofonista y querer ser un artista.

Ahora, llegar a ser un artista es otra parte del camino, yo sigo ahí andando.