Este es el testimonio de tres docentes de la Universidad Nacional del Centro del Perú que enseñaron durante los cruentos años 90 y fueron testigos de la violencia causada por tres bandos: Sendero Luminoso, el MRTA y el Ejército que dejó como saldo más de 270 víctimas entre estudiantes, docentes y personal administrativo
Por Ghiomara Rafaele
Donde antes se unían mudas para formar edificios, después de la llegada de Sendero Luminoso y del MRTA las paredes de la Universidad Nacional del Centro del Perú (UNCP) replicaban: “¡Viva la lucha popular!, ¡Viva el Presidente Gonzalo!, ¡Viva el PCP!”.
Los muros de la universidad se convirtieron en vitrinas donde cada grupo dejaba sus consignas. En esa casa de estudios convergieron los grupos subversivos dejando una historia de control, posesión y muerte.
Ana* nació en Lima hace 67 años y desde joven fue rebelde. Es docente en la UNCP, socióloga feminista y militó en el Partido Comunista Peruano Unidad con otros colegas, uno de ellos, Antonio*. A pesar de la valentía que la acompañó durante todos estos años, pide que no revele su nombre debido a que aún mantiene temor a represalias.
En 1991, grupos subversivos ya se encontraban en la universidad. Fue ese mismo año en que el dictador Alberto Fujimori hizo una visita y una piedra le cayó en la cabeza. Un año después, en agosto de 1992, amparados en el Decreto Legislativo 726 los militares tomaron posesión de la casa de estudios y… más.
En esta historia existen dos versiones. Una, del Instituto de Defensa Legal: los militares censaron a los estudiantes en el comedor, escribieron sus nombres y luego de tomar sus datos, algunos desaparecieron. Especialmente los que eran dirigentes estudiantiles.
Otra versión señala a las autoridades universitarias como colaboradoras del Ejército: fueron ellos los que entregaron el padrón de estudiantes y docentes.
“Es extraño que el primer día que tomaron posesión de la universidad arriben con un padrón de personas. Ellos sabían quiénes eran docentes y quiénes no, quiénes eran estudiantes y quiénes no, quiénes eran senderistas y quiénes no”, recuerda Mónica Vecco, periodista de investigación de La República que investigaba el caso UNCP en esos años.
Ana refiere que buscaban la manera de sacar con vida a los docentes detenidos en los cuarteles. Cuenta que el sindicato de docentes liberaba a los profesores con ayuda de los militares. Pero muchos estudiantes fueron desaparecidos y ejecutados extrajudicialmente.
“Teníamos un asesor legal dedicado exclusivamente a liberar a los docentes que fueran detenidos… A dos los buscábamos. Nos dijeron que la policía “los había fondeado”.
El sindicato se apersonó al cuartel ‘9 de diciembre’. “No sé cómo fuimos ahí, uno de los profesores que nos acompañó era familiar de un milico. Cuando preguntamos por los docentes, nos negaron que estuvieran ahí”, relata.
Antonio también es docente de Sociología. Sabe que rescatar la memoria es necesario, pero recién ha roto su silencio. “Como te decía, muchos inconscientemente por el trauma que hemos tenido, preferimos no rebuscar, no escribir al respecto. No queremos recordar por salud mental”, señala.
AÑOS DE TERROR
Esos años. Para algunos peruanos simplemente era 1989, en los que oían repetidamente en la radio Bad Medicine de Bon Jovi. Sin embargo, para los estudiantes y docentes de la UNCP fueron los años más arrolladores y agresivos ocasionados por la violencia, la persecución política, el derramamiento de sangre, las desapariciones forzadas y el asesinato por tres flancos. Dos de ellos, conformados por civiles; el otro, por militares. Los primeros atisbos de la llegada de Sendero Luminoso y el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA) –o como coloquialmente los habían apodado, los rojos o pucallaqtas y los negros o llana umas– fueron en ese año. Iniciaron sus primeras actividades en la casa de estudios más importante de la sierra.
“La ubicación de Huancayo ha facilitado a la capital peruana abastecerse de alimentos. A través de sus caminos se conectan otras regiones: es el centro geográfico del Perú. También fue importante para Sendero tomar Junín y, de ahí, avanzar hacia Lima”, explica Ana.
Para lograr adueñarse de Huancayo se enfocaron en el espacio de formación: la universidad, a donde llegaban estudiantes de Huancavelica, Pasco, selva central o de cualquier región.
Sendero y el MRTA se apoderaron del campus. Los docentes recuerdan que se coparon espacios primordiales para la toma de decisiones como la Federación universitaria, los Centros federados de cada escuela profesional, el comedor y la clínica universitaria. Empezaron a disputarse el dominio de la universidad.
“Había amenazas a estudiantes, a profesores. Salían listas con los nombres. Recuerdo que los de Sendero utilizaban papel caramelo con plumón rojo; el MRTA, plumón negro”, dice Antonio.
Las paredes, pizarrones, carpetas, el suelo, las puertas, los baños, el comedor, la clínica universitaria fueron adquiriendo los colores característicos de cada grupo.
Y las masacres llegaron. Los cuerpos de los opositores a los subversivos eran arrojados en la parte posterior del campus con un cartel amarrado al pecho. “Así mueren los soplones, así mueren los revisionistas”.
“¿Luis Aguilar Romaní?, lo recuerdo. El profesor Romaní fue asesinado mientras firmaba el parte de su asistencia en el segundo piso de su facultad. Él enseñaba en la facultad de educación. Sendero no admitía adversarios. Fue directo a la cabeza. Yo no estaba ahí, no vi el cuerpo. Eso fue en la tarde, pero me impactó”.
Jorge no fue el único impactado esa tarde, también Ana. Ella clase cuando le avisaron:
– ¡Ay, profesora, profesora! Acaban de matar al profesor Luis Aguilar, está en pedagogía, la están llamando.
Ana dejó todo y corrió a la facultad. Entro y veo como miguitas de pan en el suelo, le pregunté a la vicerrectora: ¿y esto?
– Son los sesos del profesor, responde la vicerrectora. Le han reventado el cerebro.
Durante esos años, los docentes, estudiantes y personal administrativo se vieron amedrentados por la violencia. Según la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR), al principio la información era parcial, sin profundizar en el origen. Los medios de comunicación anteriormente no habían abordado acciones de violencia tan críticos. En Huancayo, el comunicador Elvis Villanueva, comenta que dos de los principales diarios Correo y La Voz de Huancayo, incluían las masacres en la sección policial.
UN TRABAJO METÓDICO
La CVR reconoce la presencia de Sendero en la UNCP desde 1977. Cinco personas, cuatro hombres y una mujer tomaron el comedor, distribuyeron panfletos y exigieron apoyo económico.
La profesora Ana recuerda que est¿aba dictando clases cuando hombres armados con pasamontañas entraron a su aula. “Afuera, mierda, afuera, carajo!”, gritaban. “En estos momentos tenemos información de que la represión está ya al tanto de nuestra visita y nos vamos a pasar a retirar. Pero antes ustedes saben que la revolución tiene que tener su apoyo económico. Así que, por favor, colaboren, colaboren”, decían.
Los colegas y estudiantes empezaron a dar. Dos soles, diez soles, los docentes. Yo me hice la loca, no les quería dar, les tenía tanta tirria y ¡pum!: ví una pistola en la cabeza. Agarré los cinco soles que tenía y puse. Luego de eso, se iban. Un día alguien gritó: ¡Ya está viniendo el Ejército!
Terror, temor, miedo. Eso es lo que se generaba desde los tres bandos. El Ejército ingresó en junio de 1992. Para algunos fue el quiebre de la autonomía universitaria, para otros: la mejor solución.
LA ARREMETIDA MILITAR
En 1989 El PCP-Sendero Luminoso realizó los primeros “ajusticiamientos”, algunos incluso dentro del campus universitario. En el caso del MRTA, la Comisión de la Verdad precisa que estudiantes fueron captados para formar parte de sus milicias urbanas o, en algunos casos, de las columnas armadas en el campo. Mientras que los miembros de las fuerzas del orden comenzaron a implementar una política de detenciones, ejecuciones y desapariciones forzadas, que comenzó a intensificarse en 1990, alcanzando su punto más alto en 1992.
La fiscal a cargo de las primeras investigaciones en Huancayo fue la actual presidenta de la Junta Nacional de Justicia, Imelda Tuliamán Pinto, quien estuvo en constante peligro.
“A raíz de un trámite de denuncia por las denuncias y desapariciones, una noche colocaron una bomba en la puerta de mi casa. Viajé a la ciudad de Lima a denunciar ese amedrentamiento. A mi retorno, colocaron otra bomba”, declara Tuliamán.
En tres meses en los que la fiscal estuvo al frente de la investigación se recibieron cerca de 250 denuncias por desapariciones. En 2006 se abrió un proceso contra el general del Ejército Manuel Delgado Rojas y el comandante Elías Espinoza del Valle por la desaparición forzada de dos dirigentes estudiantiles de la UNCP, Alcides Ccopa Taype y Francisco Fernández Gálvez. Se les sentenció a 15 años de cárcel
Pero ¿qué pasó con los otros estudiantes desaparecidos forzosamente? Después de casi 30 años, la Fiscalía formalizó la denuncia contra tres de los cuatro generales que estuvieron en el valle del Mantaro: Manuel Delgado Rojas (1989 – 1990), Luis Pérez Documet (1991) y Roboan David Jaime Sobrevilla (1993) y se solicitó 25 años de prisión a cada uno de ellos por los presuntos delitos de desaparición forzada, secuestro y asesinato.
A pesar de que se ha buscado conocer la versión de los altos mandos, estos se encuentran como no habidos. Manuel Delgado. exjefe del Comando Político Militar del Mantaro sigue prófugo.
Solo dos familias han obtenido justicia, 65 aún siguen en un proceso judicial que parece no culminar y las restantes ni se atreven a denunciar o ya perdieron la esperanza. Son los muertos por los que no lloraron, los NN, los desaparecidos de la Universidad del Centro del Perú.
*Los nombres de los docentes se mantienen en reserva