Ahora es el Consejo Nacional de la Magistratura, ayer fue el Congreso de la República. Los escándalos se repiten y la corrupción avanza y carcome al sistema político peruano. En estos días graves denuncias de tráfico de influencias, cohecho y prevaricación han destapado una red de corrupción en el seno del sistema judicial, provocando la renuncia de los presidentes del Poder Judicial y del CNM. Un paso más en la profundización de una crisis de régimen que se agudiza a un ritmo vertiginoso.
El sistema político peruano ha basado históricamente su funcionamiento en una huida hacia adelante. La democracia peruana, gravemente herida por los años del conflicto armado interno y la dictadura fujimorista, regresó moribunda y en manos de los dueños de siempre. Un establishment más preocupado por sus negocios que por el bien del país intentó apuntalarla sin bases sólidas, en un marco constitucional indudablemente neoliberal y apostando por la desigualdad y la exclusión para perseguir el paraíso prometido por el Consenso de Washington. Años después el crecimiento macroeconómico llegó, el Perú se convirtió en un país de renta media y la selección peruana clasificó por fin al Mundial de 2018. Sin embargo, los graves problemas estructurales permanecen.
Sin lugar a dudas, Odebrecht ha herido de muerte un sistema democrático ya mermado. Pero las decepciones no llegan solo desde fuera, nacen y viven en el Perú. Ollanta Humala no cumplió con su gran transformación, llegó al poder de mano de la izquierda y gobernó junto a la derecha. Y el lobista PPK ni reconstruyó ni reconcilió, fue el candidato del antifujimorismo antes de convertirse en un presidente fujimorista y conceder el indulto al dictador. Las decepciones (cuando no traiciones) políticas se repiten en la historia peruana. Y el fujimorismo, como siempre, se alimenta de la política sucia y tramposa.
Como ha quedado demostrado, el fujimorismo es mucho más que Kenji contra Keiko, se trata de una amalgama de grupos fácticos que ostentan el poder político, económico y religioso y que ven al Perú como una mercancía a saquear. El fujimorismo sigue vivo y conserva un amplio poder, ensuciando la política democrática y obstaculizando cualquier avance que suponga construir un Perú más justo y democrático.
Hoy sabemos que las principales instituciones del sistema político, atrapadas por los tentáculos del fujimorismo, parecen estar corrompidas y con demasiada suciedad acumulada. Ante tanta política basura, como gritaban los muros del Mayo francés del 68: “no le pongamos parches, la estructura está podrida”. Este sistema político ya no aguanta más reformas “gatopardistas” que pretendan cambiar todo para que todo siga igual. Esta no puede ser la democracia del Bicentenario. El Perú necesita transformaciones reales y urgentes que refunden y regeneren su sistema democrático.
En el Perú se compran voluntades y se trafica con influencias con demasiada facilidad, pero también se sueña y se lucha un futuro mejor. En el pasado la sociedad civil marchó desde los Cuatro Suyos y ocupó las plazas para lavar las banderas de la patria contra el autoritarismo y la corrupción fujimoristas. Hoy las trabajadoras de la limpieza de la Municipalidad de Lima barren la corrupción de la judicatura en el frontis del Palacio de Justicia. Un hilo simbólico de denuncia, rebeldía y resistencia ciudadanas que señala el camino y conecta las luchas del pasado y del presente.
Hace falta memoria para recuperar lo colectivo, reconstruir el vínculo social y el espacio de lo común, hace falta memoria para ganar el futuro y recuperar la democracia. La patria no es solo la bandera bicolor. Como corean en Argentina, “la patria es el otro”, y sin la otra no hay patria. Cada vez se hace más urgente un proceso participativo que, desde abajo, logre construir nuevas bases de entendimiento, convivencia y solidaridad. Un proceso que se traduzca en una nueva asamblea constituyente que redefina las reglas del juego, que reedite el pacto social y edifique una democracia profunda y de avanzada, basada en la transparencia y la ética republicanas.
El próximo mes de octubre puede ser una muy buena oportunidad para comenzar. Las elecciones municipales y regionales pueden no significar nada, o pueden representar mucho. En estos comicios pueden ganar los de siempre o puede iniciarse la construcción de un cambio real y verdadero: cambiar a los políticos, para cambiar las políticas y recuperar un país secuestrado por los poderosos y los corruptos. Del pueblo peruano depende.
Este sistema político está agotado (y herido de muerte) y el pueblo peruano no merece recibir así el Bicentenario de su independencia. La democracia peruana no aguanta más suciedad, más indignidad. Ante la crisis de régimen indignarse no basta, es tiempo de implicarse y pasar a la acción: participar, protestar, construir alternativa para lograr que se vayan todos los korruptos.
*Alberto Hidalgo, Politólogo latinoamericanista. Máster en Democracia y Asuntos Electorales por la Universidad de Valencia. Asesor de incidencia política y cooperación.