Triplemente oprimida por ser mujer, negra y pobre, Delia tuvo que soportar maltratos, explotación laboral e intentos de abuso sexual. Sin embargo, nada de ello la detuvo. Se hizo un nombre y espacio en la historia peruana por ser sindicalista obrera y defender los derechos de las mujeres y personas afroperuanas hasta el fin de sus días.
Por Johana Perleche
“En la vida vamos a aceptar ser dirigidos por una mujer y menos si es negra”, le dijeron a Delia Zamudio cuando asumió la Secretaría General del sindicato de laboratorios en el que trabajaba. Aunque se sintió herida y traicionada, no se amilanó y siguió en la dirigencia por sus compañeras, quienes se veían representadas en ella, la primera mujer en enfrentarse a los varones y lograr el alto cargo.
Así inició la vida sindicalista de Delia Zamudio, preparándose fervientemente cada vez que podía, aprendiendo de política y descubriendo cómo incluso en espacios que parecían seguros, las mujeres seguían siendo vulneradas.
“Los compañeros no reconocen a las mujeres con el mismo valor que ellos. Trataban de opacarnos cuando hablábamos u obteníamos un cargo. Eso me enseñó a comprender que luchar por una mejor situación de la mujer no era fácil, era una lucha cotidiana en todo lugar”, señaló en Piel de Mujer, libro testimonial sobre su vida.
Si había algo que incomodaba a Delia era que voces como las de ella, mujer afroperuana en situación económica no favorecida, solo sean consideradas como ejemplo de resiliencia, que se hablara de ellas pero no con ellas, que organizaciones pretendieran ser las voces de quienes sí tenían y tienen voz para expresarse, que las trataran de manera paternalista.
No hay mejor manera de conocer a alguien que desde sus propias experiencias, a través de sus propias palabras y miradas de la realidad. Por eso, recordamos a Delia Zamudio, su historia personal y el legado activista pro derechos humanos que perdurará más allá de su muerte este 28 de septiembre a los 81 años. Delia caminó para que muchas mujeres pudieran correr.
¿Quién fue Delia Zamudio y por qué es importante conocer su historia?
Infancia y adolescencia
Delia Zamudio nació el 20 de junio de 1943 en la Hacienda Redonda, en Chincha, provincia de Ica, al sur del Perú. Llegó a Lima con su madre y hermana cuando era muy pequeña. Sin trabajo ni casa, una señora les ofreció un lugar donde quedarse a cambio de trabajo doméstico. “Vivíamos en el cuarto que era para la servidumbre. Estaba en la parte de atrás, frente a esa alegría que es el patio”, recordaba Delia.
Al poco tiempo despidieron a su madre, no soportaban a una empleada con hijos. Así, llegaron a la casa de quien Delia llamaba su madrina, aunque luego también abandonaron ese lugar.
Pese a su corta edad de 7 años, Delia era encargada de labores de cuidado, teniendo que velar por sus hermanos pequeños y darles de comer. Estudió por un periodo en una escuelita porque su madre le había dicho que debía aprender “las primeras letras”. Pronto dejó de asistir por no contar con documentos necesarios como su partida de bautizo, que se había quedado en Chincha.
Su contexto la obligó a dejar de ser una niña. “Mi madre trabajaba y yo me hacía cargo de mis hermanos, tenía más responsabilidades: eran dos hermanitos que cuidar. Ellos iban al colegio, yo no podía. Si me iba, ¿quién iba a atender a mis hermanos?”, recordaba Delia.
Sus deseos por estudiar nunca cesaron. Cuando cumplió los 12 años, su madrina prometió enviarla al colegio para que aprendiera a leer, pero pronto se dio cuenta de que no lo hacía por el cariño que decía tenerle. Delia acudía a la escuela nocturna luego de trabajar como empleada doméstica en casa de su madrina todo el día. Nunca le compraron un libro. Siempre vestía con un mandil de tela a cuadritos.
“Mi madrina no había pensado en mí como en un ser humano. (…) Cuando cumplí los 14 años me retiró del colegio. Decía que ya sabía deletrear y podía ir al mercado a hacer las compras. Es decir, ahora podía servirle para otras cosas”, contaba.
Se cansó de soportar maltratos físicos y humillaciones por parte de su madrina, por lo que volvió a la casa de su madre. Allí su padrastro y su primo la acosaban e incluso trataron de abusar sexualmente de ella.
“Mi niñez y adolescencia se extinguió sin gloria en las tareas diarias por la sobrevivencia”, recordaba.
Obrera y sindicalista
Poco antes de cumplir los 15 años, Delia Zamudio ingresó a trabajar en una fábrica de conservas, donde también se desempeñaba en el tópico de curaciones, por lo que pensó en ser enfermera. Cuando Delia le contó al dueño que su hijo había intentado violarla, este no le hizo caso y la culpó por lo sucedido. Poco después renunció. Tras ello, trabajó en una platería y en una fábrica de café donde también la explotaban.
En 1966, a los 23 años, ingresó a un laboratorio por recomendación de su madrina y se puso a estudiar Enfermería a la vez que terminaba sus estudios primarios y secundarios. Uno de los médicos del laboratorio que la conocía se enteró que trabajadores estaban formando un sindicato y envió a Delia a espiarlos. No conocía que Delia había pasado por otras fábricas en las que habían sindicatos y que deseaba ser parte de ellos.
“Sabía que entrando al sindicato se ganaba estabilidad. Es cierto, el gerente me dio confianza, pero no iba a estar al servicio de él. Entendía que él era el gerente y yo una obrera, eso era lo real. Preferí entonces estar con mis compañeros”, acotaba.
Ingresó al sindicato como Secretaria de Asistenta Social. Fue la única mujer en hacerlo pese a que la mayoría de trabajadoras eran mujeres, mientras que 12 de los 13 hombres que laboraban allí estaban en la dirigencia.
Cayó en la cuenta de que el cargo que ocupaba lo veían solo como relleno, ya que sus opiniones no eran tomadas en cuenta. Al año siguiente no la eligieron en ningún puesto del sindicato solo por ser mujer. Ante los desaires, burlas a sus compañeras mujeres y reclamos no atendidos por el sindicato, escogieron a la nueva dirigencia, conformada por primera vez por 12 mujeres y solo un varón.
Fue entonces que le dijeron que no aceptarían ser dirigidos por una mujer y menos si era negra. Le pusieron tantas trabas que buscó ayuda en otros lugares para aprender sobre sindicalismo. Así llegó hasta la Federación de Laboratorios de la central aprista, donde aprendió que la política también escondía trampas. Se alejó del camino aprista y se unió a movimientos de izquierda, llegando a liderar, en 1975, la Confederación General de Trabajadores del Perú (CGTP). Fue la primera mujer y persona afroperuana en hacerlo.
“Yo siempre me negué a la coima, a los juegos e intereses particulares; por eso ahora cuando me llevo un pan a la boca lo hago con gusto y dignidad. Pero qué mal deben sentirse aquellos que tienen que bajar la cabeza y besar los pies de los señores para recibir solo migajas y sobras”, señaló en Piel de Mujer.
El camino de la dirigencia sindical y política la llevó a conocer otros gremios. Así, en 1983 formó parte de la Comisión Organizadora de la Mujer Peruana (COMUP), que reunía a mujeres obreras de barrio, profesionales y feministas. Se dedicaban a observar problemas específicos que tenían las mujeres en el trabajo, como el acoso sexual, abusos y el salario desigual.
“Tengo que reconocer que la política me ha ayudado en el desarrollo y madurez de mi persona. Me ayudó a comprender la situación de explotación que se da con los trabajadores y conmigo misma. A comprender por qué otros países también se organizaban y luchaban igual. A comprender las diferentes posiciones políticas que se manifiestan en la clase obrera. A descubrir que los pobres no somos flojos, sino que hay una situación económica y política que provoca la pobreza”, reflexionaba.
En el régimen de Alberto Fujimori, más de 20 fábricas de laboratorios cerraron. Delia fue una de los cientos de empleados que quedaron sin trabajo. Buscó otras formas de sostenerse, como lo hizo toda su vida.
Su preocupación por las mujeres que como ella fueron víctimas de violencia de género la impulsó a fundar la “Casa de Refugio San Juan de Lurigancho”, donde recibía a mujeres y niños que huían de la violencia de género en su vecindario.
Delia Zamudio fue condecorada por el Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables con la «Orden al Mérito de la Mujer» en más de una oportunidad. Además, el Ministerio de Cultura del Perú la reconoció como “Personalidad Meritoria de la Cultura” por su valioso aporte a los derechos culturales de las mujeres afroperuanas.
Delia fue y seguirá siendo reconocida como una figura importante en la historia de la lucha de las mujeres y personas afroperuanas por alcanzar cargos dirigenciales que eran de dominio exclusivo masculino.
“Se termina una etapa, pero de repente por cualquier lado volveré a aparecer como dirigente”, decía cuando dejó su cargo sindicalista. Gracias a ella habrán nuevas Delias Zamudio, con otros nombres, con otros rostros, pero con los mismos ideales de un Perú más justo.
“Es una responsabilidad legar un futuro más seguro del que nos tocó vivir a los que vienen atrás. Eso es lo más importante ahora. Seguir buscando ese futuro donde no haya racismo, donde no nos digamos como ofensa indio, cholo, serrano, negro. Y en donde exista trabajo para todos y no haya explotación. Que cada uno de nosotros tenga el lugar que se merece, que se reconozcan iguales derechos a las mujeres. Es un futuro que hay que seguir buscándolo y luchándolo con las futuras generaciones”, reflexionaba Delia.
Delia siempre recordaba las palabras de su abuelo: “Solo eres una brisa; juntos, un huracán”. Delia Zamudio construyó un huracán que derrumbó muchas barreras de injusticia social. Sus palabras, acciones y legado perdurarán en el tiempo como un sello indeleble. La obrera afroperuana que luchó por su educación, por que se respeten sus derechos laborales y los de otras mujeres para que trabajen en equidad de condiciones, quien se ganó un lugar de negado acceso por sus condiciones socioeconómicas y quien batalló para que esos espacios de poder también sean liderados por mujeres. Se va del plano terrenal, pero queda en los espacios de memoria, esos que no se borran y que perdurarán en el tiempo y en futuras Delias.