Escribe Andy Phillips Zeballos

Tras el nombramiento del nuevo gabinete ministerial, ha sido posible notar en las reacciones de ciertos sectores alineados al poder y en la izquierda peruana, cierta tendencia a justificar el giro fujiaprista por algo que llaman la “gobernabilidad.

Pero, ¿qué es “gobernabilidad” y por qué se habla hoy tanto de ella?

En 1975 se publica un estudio financiado por la Trilateral (una coalición de líderes políticos y económicos de EE.UU., Japón y la Comunidad Económica Europea impulsada por David Rockefeller) con el título La crisis de la democracia, Informe sobre la gobernabilidad de las democracias. Es entonces cuando aparece por primera vez el término de “gobernabilidad”. Para este bloque, la creciente brecha entre el incremento de demandas sociales y la escasez de recursos financieros para satisfacerlas se presentaba como un desafío inasumible. Se hablaba, señala Virginia Rodríguez, de problemas  de gobernabilidad por “exceso de democracia”.

Para Juan Carlos Monedero, la introducción del término se produce cuando era cada vez más acusada la crisis de legitimidad del Estado (keynesiano) en las sociedades capitalistas y era evidente la incapacidad del Estado de garantizar la obediencia ciudadana al poder. Para el profesor de Ciencia Política, se puso en marcha una respuesta ideológica poderosa orientada a cambiar la ‘crisis de legitimidad’ por ‘crisis de gobernabilidad’, la cual, ponía el énfasis en las dificultades de liderazgo político, la sobrecarga del Estado y en la necesidad de frenar las demandas populares y garantizar el gobierno de una sociedad que renuncie a la protesta, al conflicto.

En resumidas cuentas, el ‘New Management’ de la democracia liberal desplaza la responsabilidad de la catástrofe, de la élite gobernante a los gobernados, exigiendo menor participación popular en la política, primacía de lo individual sobre lo colectivo, la reducción del peso del Estado en la vida social, y la preponderancia de lo técnico sobre lo político.

Sin embargo, el actual y muy usado término, tiene complementos en el Perú. En nuestro país, la gobernabilidad hace referencia a la capacidad que tiene la élite gobernante de mantener el orden (a veces lo llaman ‘paz social’) bajo una constitución (‘reglas de juego’) en la que no participó el pueblo. Voy más allá.

Para la derecha, especialmente para todo lo que gira alrededor de la CONFIEP, gobernabilidad se relaciona con seguridad jurídica y garantizar el flujo de capital extranjero (‘libertad económica’ lo llaman ahora). Por su parte, algunos sectores de la izquierda refugiados en el ‘fundamentalismo antifujimorista’, también justifican el giro aprofujimorista en nombre de una gobernabilidad que tiene más que ver con el grado de influencia del fujimorismo en el gobierno. “Sólo cuando el fujimorismo vuelva a gobernar, lo cual es insoportable de pensar, podríamos hablar de crisis democrática y de legitimidad de las instituciones” deben pensar algunos de ellos.

Esta izquierda teme, en el fondo, las elecciones anticipadas (vía vacancia o cierre de Congreso) porque saben que el fujimorismo no tiene rival. Con un gobierno golpeado, una izquierda dividida y unos morados que siguen sin inscripción, no hay fuerza opositora equivalente que pueda disputar su hegemonía. Pero el problema no es únicamente el fujimorismo, el problema es que el aislamiento de la izquierda y su marginalización, es directamente proporcional al avance de este tipo de grupos reacciones que se disfrazan de ‘ofertas políticas populares’ pero que, a la hora de la verdad, legislan contra él.      

El problema del Estado, nuestra democracia, y especialmente de este gobierno, es un problema de legitimidad, no de gobernabilidad. No hay más que echar un ojo en las encuestas de aprobación y su incapacidad de resolver un conflicto con sus propios empleados: los trabajadores de la educación. En nuestro país, si el voto no fuera obligatorio, se registraría una participación en torno al 50%. La apatía política es generalizada y la desconfianza, preocupante. La gobernabilidad, o la promesa de que “tú preocúpate por ti, mientras nosotros gestionamos el país” no es más que una trampa para que la gente se aleje de los asuntos públicos, para que los mismos sigan gobernando y para que, además, estos sinvergüenzas, crean que, si algo sale mal, “es culpa de los malos y revoltosos ciudadanos que somos”.

No, no es que seamos “ingobernables”, es que esta democracia así planteada, es ilegítima.