Foto: Estrelladigital.es

Escribe Paul Maquet

Ahora que se ha presentado una segunda edición de los escritos de Hugo Blanco (“Nosotros, los indios”), no puedo dejar de recordar la respuesta que él me dio la primera vez que lo vi en un evento cuando yo aún era estudiante.

Yo le había preguntado qué le parecía que el movimiento gay utilizara casi la misma bandera que el movimiento indígena, la wiphala o bandera de arcoiris. Me respondió algo así: “Me parece muy bien. Porque ambos están diciendo en el fondo lo mismo, la lucha por la unidad dentro de la diversidad”.

Y no puedo dejar de recordarlo en estos tiempos de surgimiento de un neofascismo global y de sus versiones criollas. Cuando Trump quiere impedir que tanto mexicanos como musulmanes ingresen a su país (porque son “pandilleros”, “violadores” o “terroristas”, según el caso) o cuando los pastores y curas de #ConMisHijosNoTeMetas sugieren que hay que golpear o matar a los homosexuales, están expresando en el fondo un fenómeno similar. Se trata de la difusión del miedo y del odio al “otro”, al “diferente”, y la imposición de la supremacía del propio grupo imaginado como un todo homogéneo e igualador. Todo esto, en realidad, como excusa utilizada y manipulada por grupos de interés para aumentar su propio poder.

Quizás uno de los símbolos culturales que mejor grafican este pensamiento contemporáneo es la burka. Porque, por cierto, el fundamentalismo islámico es una forma particular de totalitarismo neofascista, que también pretende construir como su gran monstruo al “otro” occidental e imponer la homogeneización hacia adentro. Una igualación de apariencia que tiene su expresión más extrema en la uniformidad de una prenda que no deja ver ni la piel ni el cabello de las mujeres: oculta tras la burka queda no solo su cuerpo, sino su personalidad entera. La burka tapa incluso los ojos, un símbolo no sólo de “no te dejes mirar” sino de “no mires, no abras tus ojos, enciérrate en esta oscuridad”.

Mientras los pueblos musulmanes sufren y enfrentan el fascismo de ISIS, fenómenos similares en su estructura de pensamiento cobran poder en el mundo occidental y también en América Latina.

A esta emergencia del neofascismo del siglo XXI sólo cabe oponerle el hermoso símbolo de la unidad en la diversidad, nuestra wiphala andina que (con alguna variante de color) se usa también como símbolo internacional del movimiento LGTBI.

Es muy curioso -casi es un síntoma- que los de #ConMisHijosNoTeMetas hablen de la dictadura gay y acusen al movimiento por la igualdad de promover una suerte de “pensamiento único”. Nada puede haber más alejado de la realidad. La demanda del movimiento por la igualdad de derechos no es imponer la igualdad de comportamientos. Son más bien los fundamentalistas homofóbicos quienes quieren imponer una sola forma de vivir la sexualidad humana, una sola forma de vivir el amor, y están dispuestos a “curar” o dado el caso violentar y matar a quienes no encajen con su “pensamiento único”. Lejos de querer imponer una “dictadura”, lo único que pide el movimiento por la igualdad es que cada persona pueda vivir y descubrir su sexualidad y su propia felicidad sin estar sometido por prejuicios y sin sufrir discriminación en sus derechos por ello.

Los movimientos indígenas tienen, en cierto sentido, una agenda similar. Cuando exigen derecho a la consulta y a la autodeterminación, están diciendo que no hay una sola forma de pensar el desarrollo. Están exigiendo el derecho al disenso y a la diversidad, y están en resistencia contra la imposición del paradigma único del extractivismo-productivismo-consumismo. Cabe anotar que no se trata de un multiculturalismo restringido a las expresiones exteriores o simbólicas de cada cultura, como el multiculturalismo liberal que es moneda corriente en otras latitudes, sino de una exigencia de interculturalidad que toca el corazón económico del sistema global, al poner de relieve que existen otras formas de hacer y pensar la economía, tanto en sus medios como en sus fines.

La burka y la wiphala son dos poderosos símbolos de lo que está en disputa hoy. Algunos quieren que nos pongamos sus oscuras burkas de odio y sumisión. Hay que responderles con una rebeldía que sepa pintarse de todos los colores para defender la libertad y autodeterminación, y para reivindicar que -en nuestras valiosas diferencias- estamos unidos en la lucha por un mundo más justo. Como decía Rosa Luxemburgo, un mundo donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres.