Mano dura y cámaras encendidas

Por Lia Zevallos Malásquez Ashanti

Durante sus primeras horas como presidente, José Jerí Oré no concentró sus esfuerzos en la conformación del gabinete ni en la planificación de medidas urgentes para enfrentar la crisis. Sino, decidió ingresar a un penal acompañado por cámaras, policías y asesores, en un acto difundido por las cuentas oficiales del Estado como si se tratara de una gesta heroica.

La fotografia muestra un presidente caminando entre pasillos carcelarios y presos agachados, rodeado de flashes, esta es una acción cuidadosamente diseñada para comunicar autoridad, pese al vacío de gabinete, vacío de estrategia y  de legalidad.

Jerí aún no designa premier ni gabinete, lo que convierte su operativo en una acción sin validez formal. Lo que se presentó como un “golpe al crimen organizado” termina siendo, un acto “para la foto”. Y lo más grave es que busca consolidar desde el primer día un estilo de gobierno donde la forma prevalece sobre el fondo y la imagen sobre la institucionalidad.

La escena recuerda a las acciones de mano dura de Nayib Bukele en El Salvador, donde la espectacularización del castigo se convierte en la herramienta central de comunicación política. El populismo punitivo, se basa en la construcción de enemigos públicos visibles (los presos, los “delincuentes”) como chivos expiatorios que refuerzan la sensación de control.

Sin embargo, el verdadero crimen organizado no sólo opera entre quienes aparecen agachados en una foto, sino entre quienes firman contratos y favores desde el poder. El problema no está sólo en las cárceles, también está en los despachos, los ministerios y las redes de corrupción que se reproducen en cascada desde los altos mandos hacia abajo.

El discurso de Jerí, en estas primeras horas, apela al temor ciudadano con palabras como “orden”, “seguridad” y “control”. Pero la historia reciente demuestra que ninguna de estas promesas garantiza resultados. El Perú ha tenido decenas de operativos similares, todos con la misma foto, y ninguno resolvió el problema estructural de la inseguridad.

El mensaje que inaugura Jerí es preocupante porque desplaza la mirada del fortalecimiento institucional hacia el espectáculo del poder. No hay estrategia, solo narrativa de autoridad. Mientras tanto, la población sigue esperando un liderazgo capaz de escuchar, planificar y gobernar con ética.

La ciudadanía no necesita un Bukele peruano. Necesita un Estado que no humille, que no mienta y que no confunda vigilancia con justicia. El país sigue con un sistema penitenciario colapsado y una policía infiltrada por la corrupción.

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