Hace algunas semanas, Netflix lanzó el primer largometraje de la cineasta estadounidense Maggie Gyllenhaal, conocida actriz del cine de Hollywood, pero también de algunos films independientes como Secretary o Donnie Darko. Se trata de la película La hija oscura (The Lost Daughter, 2021), ganadora a mejor guion en el reciente festival de Venecia, adaptación de la obra del mismo nombre de la misteriosa escritora Elena Ferrante (pseudónimo que ha publicado ya una serie de novelas).

La trama, tanto en el libro como en la película, se concentra en la relación de tensión y atracción entre una turista de 48 años y una joven madre de una familia numerosa y omnipresente en un viaje de verano en una isla griega. Sin embargo, la versión que diseña Gyllenhaal para la pantalla se concentra en un retrato tortuoso de Leda (Olivia Colman), profesora de literatura que aún vive con remordimientos su papel de madre durante la infancia de sus hijas, pese al paso de los años. El trato cálido y lúdico de la juvenil Nina (Dakota Johnson, actriz de Cincuenta sombras de Grey o la nueva versión de Suspiria) hacia su pequeña hija Elena en la playa despierta en Leda los recuerdos más profundos, a tal punto que el viaje de descanso se vuelve una revisión íntima de sus decisiones, donde el remordimiento cobra protagonismo.

El nombre del film ya da luces del planteamiento que elige la cineasta: ‘la hija oscura’ encarnada en la figura de una muñeca que la pequeña hija de Nina pierde en la playa y que Leda encuentra a escondidas y guarda a modo de presea. Así, tanto Leda, que esconde maliciosamente el juguete, como Nina (en su búsqueda de la muñeca para acabar con la congoja de una niña que llora días por ello) se convierten a su manera en esas regentes de estas “muñecas” como reflejo de una resistencia a una maternidad por convención, por exigencia social o por instinto, y  plantea a su vez una lectura de lo maternal como parte de un juego de mujeres donde cumplen roles de eternas hijas, cuidadoras sin conciencia real de ese papel. Conservar la muñeca perdida logra que Leda recree a su manera el suceso que la hizo dejar su hogar y a sus hijas (y aquí una espléndida Jessie Buckley interpretando a Leda de joven) y también logra atentar contra la tranquilidad familiar de Nina.

Las correspondencias y desencuentros sobre ideas de maternidad es el eje ideológico del film, en la medida que a partir de las introspecciones (a modo de flashbacks) de la protagonista Leda (Olivia Colman) descubrimos los diversos estados de culpa por haber abandonado a sus hijas y de cómo este suceso de su pasado sigue marcando su relación con otras mujeres, como Nina o su cuñada que son el reverso de la maternidad que interpela Leda. Se han hecho muchas películas sobre las concepciones sobre maternidades, tanto nuevas como la comedia Tully (2018) de Jason Reitman, como viejas como Karmer vs. Kramer (1979) de Robert Benton, donde una madre que deja a su hijo es dibujada prácticamente como fría y egoísta, para exaltar el heroísmo de un padre que cría solo. Parecía que el film de Gyllenhaal iba a escapar de este tipo de moldes narrativos, sin embargo, hay algunas premisas que parecen mantener la sacralidad de algunos roles maternos.

Más allá de todo el planteamiento lúcido que se establece en La hija oscura sobre la naturaleza de lo maternal, desde una mirada desapasionada, basada en las interioridades de los personajes (una mujer que desea, ama, que se sexualiza antes de su rol santificador de madre), en el modo en que se desarrollan los vínculos filiales y amicales, hay una intención hacia el final de la película que va desmantelando esta huida de lugares comunes, para luego seguir apelando a viejas premisas sobre lo materno.

Hace algunas semanas, cuando escribí sobre los problemas de adaptación en la película peruana Un mundo para Julius, anoté sobre cómo se suele cambiar algunos sentidos que aparecen en las novelas, y que son sacrificados en su traslado a la pantalla.  Si bien las obras cinematográficas se vuelven autónomas de sus inspiraciones (o en este caso adaptaciones), en La hija oscura prima la decisión de Gyllenhaal de transformar el final de la película y darle un giro distinto. Si en el final de la novela, el personaje de Leda se percibe en conflicto en relación a la muñeca como objeto del deseo en disputa, en la película hay una extensión que busca redondear la idea de la culpa por no haber sido una buena madre: Leda no será capaz de liberarse del remordimiento, a tal punto que su expiación es una alucinación que recupera la arcadia materna convencional, como un espacio que nunca se debió perder.