Ayer inició la XV edición del OUTFESTPERÚ, el Festival de Cine Gay Lésbico Trans, que se realiza cada año en Lima y que nos permite dar un vistazo a los films de esta temática a nivel mundial, pero sobre todo a aquellos realizados en nuestro país.

En esta oportunidad, encontramos al menos un par de tópicos recurrentes en la reciente ola de cortometrajes de temática LGTB en el cine peruano. Por un lado, asoma una fascinación por el mundo drag queen, con sus luces de neón y vestuarios exuberantes, su estética teatral, de toques glam y de burlesque, como sinónimo del espacio ideal para la libertad, el arte y la autoafirmación. Y por otro lado, la urgencia del mensaje a la conciencia, del llamado de atención a una sociedad aún conservadora, en films donde es visible la necesidad de hacer visible una demanda social por la igualdad y el respeto de derechos en diversidad.

Ambos puntos de fascinación y demanda social se van filtrando en distintos imaginarios audiovisuales que van reflejando a través de retratos a modo de homenaje o en relatos de ficción sobre una urgencia fundamental, la de ser vistos y valorados en una sociedad de derechos plenos, sin discriminación. En Nebulah (2017) de José Montoro, a ritmo de un tema de Major Lazer  (Sua Cara) conocemos detalles de la vida del personaje que da título al corto, un drag queen que señala que el apoyo de su familia, y de su madre, ha sido fundamental para el desarrollo de su arte. Con recursos como el clásico “talking head” (planos que suelen aparecer en entrevistas o reportajes donde el entrevistado aparece en un plano medio o en close-up de su rostro), Montoro hace un retrato breve para dar luces sobre una condición que aún se mantiene en los márgenes sociales. El film termina con un mensaje que busca una sociedad más inclusiva, con imágenes de la Marcha del Día del Orgullo Gay.

En Vainilla y Coco (2017), el cineasta Andrés Weis se detiene también como en Nebulah, en el retrato de tres drag Queens de Lima: Luna Stone, Ecléctica Michelle y Sabrina Slayer, donde también el mensaje social cobra una dimensión de urgencia, a sobre todo en la última parte del cortometraje, donde el registro de la Marcha del Día del Orgullo Gay se vuelve en el motivo político que cohesiona las tres voces retratadas. Los retratos son impensables si es que no se enfatiza que hay una problemática fuerte ante la cual hay que lidiar. Mientras que en Yo solo quiero bailar (2017) de Nicol Guerra, la drag Tany de la Riva también cuenta en modo periodístico sus inicios en el mundo de este arte, y de sus luchas contra una sociedad discriminadora. Así, estos tres cortos funcionan bajo la misma fórmula del retrato, la entrevista y apuntes para la movilización social en pro de los derechos LGTB.

Hay otro tema también que aflora en la revisión de estos cortometrajes recientes y aparece tanto en las ficciones El Amigo (2017) de Erick Salas Kirchausen como en Off-side (2017) de Isabella Abad Pinedo. En ambos trabajos se describe con detalles la existencia del temor al otro, al posible prejuicio, al estigma y a la posibilidad dolorosa del rechazo. Un país machista que ha logrado transformar sentidos comunes, que ha creado temores y donde la convivencia se ha vuelto ominosa. EnHotel Paraíso (2017) de Gabriel Páucar sucede algo similar, donde el protagonista se ve arrojado a un submundo de prostitución debido a que perdió su trabajo debido a los rumores sobre su sexualidad. Mientras que en Cuenta Conmigo (2018) de Piero Aguilar, una pareja ve afectada su relación tras el recuerdo poco grato del mundo escolar, usual terreno de humillaciones y de bullying, a partir de una invitación a un reencuentro de promoción. Y la cuota satírica viene con Monstruos (2018) de Benny Ríos, producido por la Escuela de Cine Amazónico, que describe el drama progresivo de un muchacho que se ve transformado en un ser distinto, como si fuera un Gregorio Samsa, debido al beso de un chico en un plantón contra la homofobia.

En Supay (2017) de Sonia Ortiz la clave de la ficción es distinta. La cineasta aborda la problemática de exclusión lésbica desde la cosmovisión andina, donde los ritos y mitos se vuelven una vía para la liberación del amor de los personajes. Además se trata del primer film LGTB rodado en Cusco y con actores y actrices de la misma región. Mientras que en Más amor, por favor (2016), Adalí Torres recurre al diario fílmico en clave lúdica para describir el proceso de afianzamiento de la identidad de su protagonista, en un híbrido que tampoco evita el mensaje aleccionador sobre la urgencia de respeto a la diversidad. En el documental Lima is Burning (2017), de Giovana García, la trama se concentra en un grupo de travestis que proclaman un libre albedrío en una Lima hostil, con ecos al clásico film francés del que parece inspirarse (el documental Paris is burning de Jennie Livingston).

Lo que deja claro esta XV edición del OUTFESTPERÚ, que va en cuatro sedes-en el Lugar de la Memoria y Tolerancia, Museo de Arte de Lima, Ventana Indiscreta de la Universidad de Lima y el Centro Cultural de España- es la búsqueda de un lenguaje propio para films que aún se hacen pensando para la comunidad LGTB, es decir como parte de un activismo y con espíritu de reivindicación. Esto no es un defecto, sino más bien una fortaleza y un paso importante para construir en el futuro una corriente de documentales o ficciones donde la lucha contra la exclusión o la discriminación no sean la única materia para la creación.