Por Amanda Meza

Hablamos mucho por estos días de la gente que migra a nuestro país. Hablamos muy poco o nada de los y las peruanas que se van del Perú. Despedir a los amigos nunca es fácil, menos aún cuando el motivo de que se alejen es esa abrumadora sensación de estancamiento. Deseas progresar, tener un buen trabajo, sin embargo, ese bienestar no llega. La sensación de inmovilidad y precariedad, luego se torna en frustración.

Esta semana me despedí de dos amigas que se van a otro país a buscar una oportunidad de estudiar y de trabajar. “Siento que aquí no avanzo”, me dice una de ellas. Trabajar 8, 10 o 12 horas con sueldos bajos y sin beneficios, agota. Otro amigo, de menos de 30 años, llegó a Perú para tentar una última oportunidad de encontrar “el trabajo que quiere y no el trabajo que puede”. Se ha puesto un plazo de un año, sino retornará a Estados Unidos a buscar lo que pueda. Trabajar para sobrevivir, no para vivir ni desarrollar el talento. Y cuando no se tiene trabajo fijo, todo empeora hasta la salud física y mental.

La generación de empleo formal del área urbana nacional cayó 2.8% y el empleo informal en el área urbana creció 5.7% el año 2017 en relación al 2016, según el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI). Solo en Lima, el desempleo pasó de 6.5% a 7.3% durante el trimestre de noviembre-diciembre 2017 y enero 2018. Del total de personas desempleadas en la capital, el 49,9% (190.800) son hombre y el 50,1% (191.400) son mujeres. El futuro prometedor no es para todos y todas. Aquellos que tienen la oportunidad de emprender algún negocio o se rompen el alma, viven en constante incertidumbre. Y si a eso le sumamos la precariedad de los trabajos, sin contratos, sin beneficios, sin seguro de salud, sin CTS, sin oportunidad de demandar o quejarse en caso de despido arbitrario y sin sindicatos, tenemos un futuro igual de precario.

César Peñaranda, director ejecutivo del IEDEP de la Cámara Comercio de Lima (CCL), señaló en una nota del diario Gestión (Set. 2017) que para la población joven, la informalidad laboral alcanza el 78% es decir, por cada joven con un empleo formal existen 3.5 jóvenes informales.

El talento en el Perú no es valorado. Los y las jóvenes de nuestro país tienen que apuntar a posgrados en el extranjero para aprender algo diferente y tener un ‘plus’ académico, porque aquí la educación universitaria es decadente, repetitiva, sin nuevos conocimientos. La educación es un negocio.

¿Cuál es el verdadero rollo del progreso? Nos venden la idea del “tú puedes ser único”, “eres un emprendedor”, “alcanza tus sueños”. Mucho rollo de película con final feliz, muy poco de realidad. Aún la oferta educativa universitaria es pobre. Tenemos carreras que ya no sirven de mucho, que han saturado el mercado y el intelecto. Por qué ser un abogado, médico, periodista, contador, administrador cuando se pudiera tener profesiones que en el mundo se requieren como robótica, nanotecnología, ciencias forenses, periodismo ecológico y otras. Tantas necesidades que cubrir en un mundo con exigencias sociales, pero tantas veces se impone la falta de visión.

Había cerrado mi columna sobre los ausentes, los jóvenes invisibles, pero justo anoche, para colmo, nos enteramos del proyecto de ley 1215/2016-CR, que modifica la Ley 28518, Ley de Modalidades Formativas Laborales, incorporando una nueva modalidad denominada “Experiencias formativas en situaciones reales de trabajo”, dirigida a los alumnos de los Centros de Educación Técnico-Productiva y de Institutos de Educación Superior Tecnológicos. Tres años de trabajo sin remuneración ni vacaciones ni beneficios. Pasamos de la mano de obra barata a la mano de obra gratuita. La figura es el retorno a la esclavitud. Recuerdo lo mal que me he sentido siempre, -tras la flexibilización laboral en el gobierno de Alberto Fujimori en los 90’-, de trabajar casi dos años sin paga porque era ‘practicante’. Y luego, contratos de meses, sin planilla y no falta quien te haga ‘perro muerto’.

Ningún ministro de este gobierno (ni Alan con sus services ni Humala, ni las fuerza políticas que aprobaron la ley Pulpín), se han enfocado en los derechos laborales, en la formalidad del empleo y en impedir que nuestros jóvenes se vayan del país buscando mejoras. Ni qué decir de la situación de aquellos que pasamos los 30 o 40 años. La competencia entre la experiencia y el profesional que ‘cuesta menos’, quien se somete a lo que dicen sus jefes y quien cuestiona. El talento no garantiza nada. Qué podemos esperar si hasta a nuestras mejores atletas como Inés Melchor, Gladys Tejeda o el maestro Julio Granda no son apoyados ni promovidos como se debe. Y si Claudio Espinoza, campeón de matemáticas 2003 se encuentra postrado en un hospital rogando apoyo.

Que los políticos no nos vengan a hablar de apoyo a los y las jóvenes si los maltratan y les cortan los sueños. Que no nos vengan a decir que son el futuro, cuando el presente es incierto. Que no nos vengan a prometer progreso cuando quieren los votos. Que no vengan… que no nos vengan a decir ni mierda.

*Amanda Meza, comunicadora, especializada en temas políticos, de género y diversidad sexual. Trabaja en campañas comunicacionales de casos de derechos humanos. Ha sido editora general del Diario16, editoria de Política y Actualidad en Perú.com, reportera de televisión y redactora en la revista Tiempo (España). Activista feminista y LGTBIQ. Autora del libro’Mi cuerpo es mío’ editado por DEMUS.