En el día mundial de los océanos, Mongabay Latam revisa algunas de las principales amenazas para los ecosistemas marinos y los avances de la ciencia en su intento por salvarlos
Hace diez años, la Asamblea General de la ONU proclamó el 8 de junio como el Día Mundial de los Océanos para reconocer su importancia en la salud del planeta. Los océanos generan la mayor parte del oxígeno que respiramos, absorben una gran cantidad de emisiones de carbono, regulan el clima y alimentan a la población mundial.
Sin embargo, según los últimos informes de la Plataforma Intergubernamental de Ciencia y Política sobre Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos (IPBES), de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), el 66% de los océanos se encuentra deteriorado y solo el 3% de toda su superficie en el mundo está libre de la mano del hombre.
Estos son algunos de los datos más alarmantes:
- 8 millones de toneladas métricas de desechos plásticos ingresan al océano cada año
- Un tercio de las especies de mamíferos marinos se encuentran amenazadas, en “peligro” o en “peligro crítico de extinción”
- Hasta 8 millones 600 mil toneladas de recursos marinos son pescados ilegalmente cada año
El problema crece mucho más si consideramos, además, que el 33% de las poblaciones de peces en el mar se capturan a niveles insostenibles, que el 60% se pesca al máximo de su capacidad y que aunque la caza de ballenas está prohibida, estas especies siguen muriendo producto de la colisión con barcos y de quedar enredadas en las redes de pesca.
A este panorama poco alentador hay que sumarle también los efectos del cambio climático. La acidificación del mar ha aumentado considerablemente, en los últimos años, generando un impacto significativo en importantes hábitats para la biodiversidad marina.
Un mar de plásticos
Entre 300 y 400 millones de toneladas de metales pesados, solventes, lodos tóxicos y otros desechos de instalaciones industriales se vierten anualmente en las aguas del mundo, señala el informe de IPBES. Como resultado de todo esto, hoy los científicos hablan de la existencia de más de 400 zonas oceánicas muertas que suman alrededor de 245 000 kilómetros cuadrados, una superficie un poco mayor a la extensión de Nicaragua y Honduras juntos.
Desde hace décadas, además, que los océanos se han convertido en el gran vertedero de la basura plástica producida en la tierra.
Existen estudios, asegura Jenna Jambeck, profesora de Ingeniería Ambiental de la Universidad de Georgia en EEUU, que indican que 8 millones de toneladas de plástico acaban cada año en el océano, lo que quiere decir que cada minuto un camión repleto de basura se vierte en el mar.
Si tomamos como punto de partida 1980, la contaminación por plásticos en los océanos se ha multiplicado por diez y el impacto de este crecimiento se ve en las cinco “islas de plástico” que han aparecido en el planeta. Es ahí donde se pueden ver grandes acumulaciones de basura flotando en el agua: una en el océano Índico, dos en el Atlántico norte y sur, y dos en el Pacífico norte y sur. La última de ellas ha sido detectada cerca de las costas de Chile y Perú, y abarca más de 2 millones de kilómetros cuadrados (descubierta en el 2017 en la expedición de la Fundación de Investigación Marina Algalita).
La basura plástica se fragmenta en micropartículas, producto del paso del tiempo y la radiación solar, e ingresa a la cadena alimenticia hasta llegar al ser humano. La bióloga marina Shaleyla Kelez, presidenta de la institución para la conservación marina Ecoceánica, señala que “los animales están asimilando moléculas de plástico y hasta los aditivos que se usan para elaborarlos. Estas pequeñas partículas, nocivas para la salud, se pegan al plancton y por ello especies como la anchoveta las están consumiendo”.
“Hace 50 años no había una sola playa en este planeta con desechos plásticos. Cincuenta años después no existe un solo lugar conocido de este planeta libre de plásticos desechables”, explica Juan Pablo Muñoz, investigador del Galapagos Science Center de la Universidad San Francisco de Quito, en Ecuador.
Algunas iniciativas buscan poder limpiar los océanos de esta invasión, sin embargo, muchos científicos coinciden en que la única manera de frenar este problema es reduciendo el consumo de plásticos.
En esa lógica, la Dirección del Parque Nacional Galápagos y el equipo de investigación de la Universidad San Francisco de Quito trabajan en el diseño de un software que permita simular el trayecto que realizan los plásticos, tomando en cuenta las corrientes marinas y los vientos. El objetivo, una vez identificado el origen, es implementar medidas en esos lugares para así detener el flujo de basura.
Pesca ilegal
La pesca ilegal no declarada o no reglamentada, según el último informe de la FAO de 2016, representa hasta un tercio de la captura declarada en el mundo, la misma que bordea las 26 millones de toneladas por año. Esto quiere decir que alrededor de 8 millones 600 mil toneladas de recursos marinos son pescados ilegalmente cada año.
La pesca ilegal, además, ha empujado al borde de la extinción a varias especies marinas. La vaquita (Phocoena sinus) es quizá uno de los casos más emblemáticos, pues tiene los días contados en el planeta. Este animal es una víctima circunstancial de la captura desenfrenada de otra especie: la totoaba (Totoaba macdonaldi), un pez cuya vejiga natatoria, el órgano que le permite mantenerse a flote, es vendida en el mercado asiático a precios exorbitantes por poseer, supuestamente, propiedades medicinales. Y es durante la captura de la totoaba, actividad que está prohibida, que las vaquitas marinas caen incidentalmente en las redes. El panorama es desolador: la población de Phocoena sinus no supera hoy las diez.
Pero la pesca ilegal no declarada o no reglamentada arrastra otro problema que es la sobrepesca, es decir, la sobreexplotación de los recursos por encima de los niveles máximos que permiten asegurar la conservación de las especies.
En el Perú, las cifras ayudan a entender con claridad este problema. Entre los años 2015 y 2017, alrededor de 90 000 toneladas de harina de pescado fueron producidas ilegalmente utilizando la anchoveta como insumo, precisa un informe elaborado por Apoyo Consultoría para la Superintendencia de Banca y Seguros. Esta producción demandó de unas 400 000 toneladas de pescado y generó una ganancia de US$ 130 millones por año.
Una de las mayores dificultades para frenar la pesca ilegal es la imposibilidad de monitorear todas las actividades pesqueras debido a la inmensidad de los océanos. Sin embargo, científicos han trabajado en la creación de una tecnología que permite, por lo menos, monitorear esta actividad: la plataforma Global Fishing Watch. Esta herramienta muestra la ubicación y la actividad pesquera de 70 000 barcos a nivel global, permitiendo así responder a las preguntas de quién está pescando y dónde.
“El objetivo es acabar con la falta de transparencia, que ha sido un problema de las pesquerías globales desde el principio. La falta de transparencia es justamente el problema que tienen en común la sobrepesca, la pesca ilegal y la pesca no regulada”, dice Juan Mayorga, investigador asociado a Global Fishing Watch.
Esta plataforma rastrea, principalmente, los sistemas de identificación automática (AIS por sus siglas en inglés) que tienen los barcos para transmitir su posición, pero además poco a poco está empezando a integrar los sistemas de monitoreo VMS. Estos reúnen la información que es arrojada satelitalmente por las embarcaciones, pero que es compartida única y exclusivamente con una central privada manejada por los gobiernos de cada país. El objetivo de Global Fishing Watch es lograr que los países hagan públicos estos datos. Hasta ahora solo Indonesia, Perú y Chile se han adherido a esta plataforma compartiendo sus datos VMS, pero esperan lograr el convenio con 20 naciones de aquí al 2023.
Sobrepesca: demasiados peces en las redes
Según el informe de la IPBES, ya en 2015 el 33% de las poblaciones de peces en el mar estaban siendo capturadas a niveles insostenibles, es decir, por encima del límite que permite asegurar la continuidad de las especies. El 60% se pesca al máximo de su capacidad y solo el 7% se captura en niveles inferiores a los que se pueden obtener.
Según la bióloga marina Patricia Miloslavich, quien participó en la construcción del documento de la IPBES, el impacto general de esto no es solo que las poblaciones de peces están disminuyendo, sino que lo que están generando es que algunas especies se reproduzcan cuando aún tienen tamaños pequeños y no tienen las reservas energéticas apropiadas.
Liesbeth van der Meer, directora de la organización para la conservación marina Oceana en Chile, señala que para compensar la intensa pesca que se realiza frente a las costas de Chile y Perú, caracterizadas por ser de las más ricas debido a los nutrientes que aporta la corriente de Humboldt, es necesario crear áreas marinas protegidas.
«[Estas] son zonas de reproducción, de desove o de crecimiento e importantes reservorios para poder mantener la reproducción de todas las especies”, dice van der Meer. En esa lógica, Chile ya ha creado 14 áreas marinas protegidas aunque la mayoría de ellas se encuentran en las islas oceánicas. «Ahora hay que hacerlo en las zonas costeras», agrega van der Meer, puesto que es ahí donde se concentra la mayor biodiversidad. Perú, en cambio, todavía no cuenta con ninguna área natural protegida 100% marina.
Otros problemas también contribuyen a la pesca excesiva de ciertas especies como lo es la pesca incidental, es decir, la captura no intencional de especies que no son los ‘objetivo’.
Para disminuir este impacto existen algunas iniciativas que han dado buenos resultados y que consisten en aplicar modificaciones a las redes para que las especies que no son el punto de interés tengan la posibilidad de escapar de ellas. En el caso de la pesquería de camarón, una de las que presenta mayores tasas de pesca incidental, países como Colombia, Brasil, Surinam, Trinidad y Tobago, Costa Rica y México han logrado disminuir hasta en un 20 % su pesca incidental modificando sus redes.
Choques mortales entre ballenas y barcos
Científicos coinciden en la dificultad para estimar la cantidad de cetáceos que colisionan con barcos, porque no siempre se declaran y muchas veces los animales que mueren en el choque se pierden mar adentro, se hunden o no mueren instantáneamente sino que días después. Sin embargo, sí coinciden en que los accidentes por colisión son una grave amenaza.
Según la bióloga experta en ballenas azules, Susannah Buchan, en el Estado de California, en Estados Unidos, se han construido modelos poblacionales a partir de los cuales “se cree que la tasa de crecimiento de ballenas debería ser mucho mayor a la actual y que una de las causas es que están muriendo muchas más ballenas al año por colisiones de lo que está registrado”.
Para evitar estos accidentes, Buchan, junto a un equipo de científicos, está implementando en Chile una tecnología que consiste en instalar un micrófono acuático o hidrófono sobre un dron submarino. Este va navegando por una trayectoria previamente determinada e identifica las vocalizaciones de ballenas. Cada dos horas, el aparato sube a la superficie y envía a los científicos, vía internet, las señales que va detectando. Esto permite alertar a las embarcaciones, a través del sistema de posicionamiento satelital, para que reduzcan la velocidad y eviten estar en la misma ruta que los animales.
Además, los científicos han identificado que otra fuente importante de mortalidad entre cetáceos es el enmallamiento con redes de pesca. Según la Comisión Ballenera Internacional (CBI), se estima que más de 300 000 ballenas y delfines, en todo el mundo, mueren anualmente enredados en artefactos de pesca.
Como parte de un plan de acción para enfrentar este problema, la CBI ha desarrollado talleres Multinacionales de Entrenamiento para la Atención y Respuesta a Enmallamientos y Varamientos de Grandes Cetáceos. El objetivo es fortalecer la capacidad de los Estados para responder ante este tipo de eventos, capacitando a personas en el rescate de los animales y en el diagnóstico en caso de muerte.
Cambio climático: aumento de la temperatura y acidificación del agua
Una investigación publicada en la revista Science da cuenta de una creciente y preocupante disminución de oxígeno en el océano. Las causas: el aumento de la temperatura del agua, producto del calentamiento global, y el exceso de nutrientes descargados al mar derivados de las actividades humanas.
Ivonne Montes, jefa de la unidad de Oceanografía de la Subdirección de Ciencias de la Atmósfera e Hidrósfera del Instituto Geofísico del Perú, explica que esos nutrientes son ricos en fósforo y nitrato. “Cuando tienes estos dos elementos lo que haces es estimular la fotosíntesis, pero también hay más degradación de materia orgánica entonces se acaba el oxígeno”. Es así como en zonas costeras se ha visto que hay un aumento de 2% de lugares con poca cantidad de oxígeno. “Por ejemplo, si entre Perú y Chile solamente habían 10 lugares con bajos valores, ahora hay 20 o 30”, dice Montes y agrega que el problema es que hay especies que no pueden soportar el nivel bajo de oxígeno y mueren inmediatamente.
Al mismo tiempo, las emisiones de gases de efecto invernadero se han duplicado desde 1980, elevando las temperaturas globales promedio en al menos 0,7 grados centígrados. Además, Miloslavich explica que «el CO2 de la atmósfera, al entrar en contacto con el agua de mar, produce ácido carbónico. Un exceso de CO2 en la atmósfera altera la ecuación llevando a la producción de más ácido carbónico acidificando el agua”.
Una de las consecuencias más dramáticas de esta acidificación es la pérdida de arrecifes, conformados por grandes extensiones de corales que, en un período de 150 años, se han reducido a la mitad, asegura el informe de IPBES.
Lo grave del deterioro y muerte de los corales es que los arrecifes son uno de los ecosistemas más productivos de todo el mundo. En ellos vive una altísima diversidad marina por lo que son también proveedores de alimentos para nuestro consumo.
Científicos de todo el mundo se encuentran estudiando las consecuencias que ha traído y que traerá el cambio climático al planeta, y es a partir de estos resultados generados que organismos internacionales han establecido compromisos transnacionales y metas a cumplir para intentar frenar el deterioro del medio ambiente. Así, el Programa de Naciones Unidas para el Ambiente (PNUMA) definió, en 2010, el Plan Estratégico para la Diversidad Biológica, más conocido como las Metas Aichi, un marco de acción que debe ser implementado por los 196 países firmantes, a más tardar el 2020, con el fin de proteger la biodiversidad del planeta.
Sin embargo, los pronósticos hasta ahora no son alentadores y el informe de IPBES asegura que es necesario realizar mayores esfuerzos puesto que las Metas Aichi “no se lograrán sobre la base de las trayectorias actuales”.