Un aniversario más del Primero de Mayo, una fecha simbólica para el movimiento sindical que como en otros momentos, encuentra al actor gremial en una situación complicada y difícil. 

La pandemia y las respuestas gubernamentales dictadas a partir de ella han mostrado las desigualdades producidas por décadas de políticas neoliberales, como han señalado muchos analistas. Efectivamente, en el mundo del trabajo hemos podido apreciar con bastante claridad, el amplio número y la fragilidad económica de sectores como el autoempleo por un lado y los grupos de trabajadores en fraude laboral por otro (ambos denominados “informalidad laboral”). 

El sector “formal” por otro lado, esta mayormente compuesto por trabajadores bajo un contrato temporal, lo cual supone en este contexto una mayor vulnerabilidad. Todos estos elementos han permitido ilustrar para la opinión pública la desigual distribución de poder entre el sector empresarial y los trabajadores del país. 

Desde los primeros días del Estado de Emergencia, los gremios empresariales han desarrollado una estrategia basada en la disolución del vínculo laboral, para evitar precisamente cualquier responsabilidad. 

Pero, ya se ha escrito y analizado las diferentes inequidades del mercado laboral neoliberal que tenemos. Ahora, sería bueno sistematizar lo que el Covid-19 ha permitido conocer sobre el movimiento sindical peruano. En lo que sigue voy a hacer un somero balance de algunas características o limitaciones del sindicalismo peruano que han quedado evidenciadas en la actual coyuntura. Esta crítica es necesaria, pues si el propio actor sindical no identifica sus debilidades, no podrá establecer las estrategias y acciones necesarias para superarlas. 

El movimiento sindical está conformado por organizaciones de diferente nivel. En la base tenemos sindicatos de empresa, un cálculo realizado hace unos años nos indicaba alrededor de 5 mil sindicatos en el país. El promedio de afiliados en ellos es de 100 trabajadores. Luego tenemos menos de un centenar de federaciones de rama, es decir, organizaciones formadas por dos o más sindicatos. Hay algunas federaciones regionales, pero funcionan más como espacios de coordinación y las realmente existentes no deben ser más de una decena.  Finalmente hay cuatro centrales sindicales que en orden de representación son: CGTP, CUT, CTP y CATP. Se trata entonces de un movimiento sindical diverso, muy heterogéneo en tamaño, ubicación, densidad, composición y discurso. Su estructura puede graficarse como un triángulo, muy amplio en la base (los sindicatos de empresa) y más estrecho en el vértice (las centrales sindicales). 

Como dijimos, la crisis sanitaria ha ilustrado un conjunto de limitaciones que pasamos a reseñar: 

a.- Hay un problema de renovación generacional en la cúspide 

Si bien, hace un par de décadas, prácticamente todo el movimiento sindical estaba compuesto por adultos mayores, en la actualidad se registra un lento proceso de renovación que ha llegado parcialmente a algunas federaciones. En las centrales sindicales, siguen predominando dirigentes cerca o por encima de los 60 años. Este dato resulta importante, para explicar la inmovilidad de las centrales sindicales las primeras semanas de la cuarentena. Incluso ahora, es un problema práctico que los dirigentes nacionales sean al mismo tiempo “población en riesgo” frente al Covid-19.

b.- Las federaciones son más fuertes que las centrales sindicales

Algunas federaciones, como la Textil o la Federación Minera, ambas afiliadas a la CGTP han demostrado mayores reflejos políticos que la propia central. En parte porque han desarrollado procesos de renovación sindical que los han dotado de liderazgos jóvenes con vínculos laborales activos y procesos de politización diferentes a los de los dirigentes mayores. 

Los dirigentes sindicales desde el nivel federal generalmente son liderazgos politizados, en un sentido amplio antes que partidario. Tal vez, esta sea precisamente la diferencia: se trata de jóvenes radicales sin partido frente a viejos militantes partidarios desradicalizados. 

c.- Los sindicatos de empresa son más débiles de lo que pensamos

En el extremo inferior tenemos a los sindicatos de empresa. En un contexto normal, son las organizaciones que se encargan de la negociación colectiva que permite algunos incrementos salariales para sus afiliados que generalmente las empresas hacen extensivo a los demás trabajadores (lo cual es una práctica antisindical pero tolerada por el Estado). Lo que la coyuntura ha mostrado es que estas organizaciones son mucho más débiles en situaciones de crisis. Por un lado, la ausencia de un discurso claro sobre su rol en una situación como la cuarentena; su limitada implantación en el centro de trabajo reduce su capacidad de presión y su dependencia de un enfoque jurídico-legalista hace que no vea acciones más allá de lo que una autoridad estatal determine mediante una norma legal. 

El problema más serio del sindicalismo peruano aparece claramente como su debilidad para construir lo que en ciencias sociales se denomina “framing” discursivo. Es decir, la capacidad de las organizaciones superiores, como la CGTP para desarrollar un encuadre temático que permita una movilización social alrededor de los objetivos laborales. 

El discurso sindical en nuestro país resulta lamentablemente estrecho de miras, acotado a lo económico y dependiente del marco legal. Hiper ideologizado en el análisis macro pero superficial para elaborar propuestas concretas. Un análisis de contenido de los comunicados y pronunciamientos de las centrales nacionales nos indica que se mueven en un encuadre polanyiano-keynesiano. La búsqueda de un Estado redistribuidor como respuesta universal a todos los problemas. El pedido de bonos -más o menos universales- aparece como bandera principal pero insuficiente para el mundo del trabajo.  

Las centrales sindicales nacionales incluso tienen dificultades para articular la defensa concreta del puesto de trabajo de manera sólida. La CGTP por ejemplo, que es parte del sindicalismo clasista podría asumir un discurso basado en la participación y no sólo la redistribución económica. La crisis sanitaria ha sido pensada, evaluada, planificada y resuelta por el lado empresarial. La CONFIEP es quien ha puesto la agenda y la manera que dicha agenda debe resolverse. En cada empresa, son los patrones quienes determinan de manera absolutamente arbitraria quienes son despedidos, quienes son cesados, quienes siguen trabajando. ¿No pueden participar los trabajadores organizados en estas decisiones vitales? Más aún cuando ya aparecen las primeras víctimas mortales de estas decisiones. 

La ausencia de un encuadre discursivo realmente radical y sindical ha condenado al sindicalismo confederal a defender la normatividad legal existente -la misma que hace unos meses condenaba- frente a los intentos del empresariado por despedir indiscriminadamente a los trabajadores y trabajadoras. 

Por estas razones, el Primero de Mayo debe ser un momento de balance y serena evaluación. El escenario futuro es muy complicado, con una recesión que aparece cada vez más nítidamente. No hay que ser muy perspicaces para imaginar que esta crisis puede ser utilizada por los empresarios para reducir al cero absoluto la tasa de sindicalización en el país. Una recesión es la excusa perfecta para terminar de acabar con los sindicatos. 

Pero, al mismo tiempo, puede ser el momento para construir un discurso radical y sindical, para renovar las organizaciones gremiales y para insistir en la co-gestión de la crisis sanitaria y del próximo escenario recesivo.