Por Amanda Meza

‘No Cambias Pelón’. Pedro Pablo Kuczynski  en su momento más patético. Nadie quiere mencionar su nombre. No es más la figura presidencial del Perú, no nos representa, una sombra apenas tras haber cedido su gobierno al fujimorismo. Escondido las últimas 24 horas después de haber otorgado el indulto a Fujimori sigue hundiéndose en el fango de las mentiras.

En un mensaje a la Nación de apenas 5 minutos, grabado en lo que parecía ser un convento (o la casa de un cardenal) con una virgen detrás, y un video de muy mala calidad, casi oscuro, con una apariencia desaliñada, Kuczynski –a quien desde esta columna no volveremos a llamar presidente-, recitó un discurso que parecía escrito por Keiko o Kenji Fujimori.

Ni una palabra para las víctimas de Fujimori y desconoció a la justicia peruana e internacional. Dijo que Fujimori cometió errores y excesos (¿se acuerdan cuando Keiko llamó errores a las esterilizaciones forzadas? Igualito).

Alberto Fujimori cometió crímenes. Fueron crímenes de lesa humanidad, o contra la humanidad, así de graves. Los crímenes de La Cantuta y Barrios Altos por los que se le condenó a 25 años, fueron ejecutados por el destacamento Colina entre 1991 y 1992, y se acreditó un ataque sistemático a la población. Se probó que eran parte de una política de Estado, y que los ejecutores materiales y el autor mediato eran funcionarios y que las víctimas eran parte de la población civil.

Exceso sería tomar mucho alcohol. Secuestrar estudiantes, asesinarlos, calcinarlos y colocarlos en una fosa común, no es un exceso, es un delito.

Ingresar a una quinta, disparar a todas las personas incluidas un niño de ocho años, no es un exceso. Es un crimen.

Esterilizar a más de 200 mil mujeres no es exceso ni error médico. Es crimen de lesa humanidad.

Kuczynski  admite que Fujimori cometió –aunque maquillando las palabras- “transgresiones significativas a la ley, el respeto por la democracia y los derechos humanos”. Eso que él llama “transgresiones”, fue una dictadura, el control de las instituciones, la inoculación de la corrupción que no sobrevive y nos engulle.

“Los demócratas no podemos permitir que Fujimori muera en prisión”, señala. Cuando quien ocupa el más alto cargo de la Nación no distingue entre un dictador, asesino y ladrón, no hay esperanza en la democracia ni en la justicia. Kuczynski apela a esa posverdad, a esa manipulación histórica, para justificar el indulto.

“Fue un indulto humanitario”, manifiesta. Un indulto humanitario se concede a personas que padecen enfermedades, terminales, y no terminales cuando estas son irreversibles o degenerativas; en el caso de Fujimori, él no cumple con ninguno de estos requisitos. Basta ver la farsa de llevarlo a una Unidad de Cuidados Intensivos de la clínica Centenario donde tiene acceso a teléfono y se toma selfies.

“Yo debo gobernar para todos los peruanos”, puntualiza. Sí, pero se comprometió con no indultar a Fujimori y el indulto no es un tema de Estado. Kuczynski habla del combate de la pobreza como objetivo de su gobierno pero la utiliza, al igual que el fujimorismo, como una justificación para violar los derechos humanos; bueno, eso es un tema de Estado, el indulto jamás debió serlo. Y, sin embargo, es lo único que ha destacado de su agenda en el año y medio de su gobierno.

“Paz”, menciona. No puede haber un país pacificado si no hay justicia para las víctimas de los crímenes, si no se les ha pedido perdón, si ni siquiera se reconocen los delitos. La paz o la reconciliación no significan impunidad, borrón y cuenta nueva, cheque en blanco.

“Jóvenes, les pido que las emociones negativas heredadas del pasado no limiten los objetivos que tenemos que alcanzar”. Pésimo. Primero, los jóvenes no tienen ‘emociones negativas heredadas’, lo que tienen –y muchos a pesar de la censura de la historia y la posverdad del fujimorismo- es MEMORIA y DIGNIDAD.

Los jóvenes no se dejan llevar por “odios”, quieren justicia, y como a miles de peruanas y peruanos sin importar la edad, les indigna la impunidad, que les hagan perro muerto, que gane la ley del vivazo y les incumplan las promesas; pero no sorprende que Kuczynski no sepa lo que es la dignidad. No sorprende, ni sorprenderá. Le tiene miedo a la calle que sacó del gobierno del dictador indultado. Muy tarde, pues. Ya no hace falta que dé más mensajes a la Nación, ya no tiene credibilidad; perseguido por sus propias mentiras, está solo, como en ese cuartito clandestino en el que la única compañía es la de su propio eco.