Escribe José Carlos Lama | 

Estaba allí. Apoyado sobre el típico y despintado cerco metálico de seguridad que de manera intermitente protege a los vehículos de las peligrosas curvas que preceden a esos impresionantes precipicios serranos. Llamaron poderosamente mi atención dos cosas: la caña aferrada fuertemente a su mano izquierda como si fuese una extensión natural de su brazo y una mirada imperturbable de soñador indignado que se hundía en aquel horizonte que divide artificialmente a Cusco de Apurímac. Mirarlo era también apreciar esos profundos surcos de piel, producto innegable de infinitas jornadas de arado bajo el punzante sol andino que a esas horas ya nos tostaba, verticalmente, sin clemencia alguna.

– ¿Por qué están haciendo el paro, maestro? –pregunté- ya tenemos varias horas aquí en la carretera.
– Lo siento mucho ingeniero –me respondió amablemente- nos incomoda tomar estas medidas que perjudican a los viajantes, pero no nos queda otra. Nadie nos hace caso.

Él es Crispín Jara. Cincuenta y cuatro años. Cinco hijos. Cuatro de ellos profesionales y el último en el colegio. Tres ingenieros, una doctora. Todos graduados con honores en la Universidad San Antonio Abad del Cusco. Crispín y su mujer pudieron sacarlos adelante gracias a su infatigable labor en la parcela familiar ubicada en la comunidad de San Luis, distrito de Curahuasi, y gracias a algunos “extras” en las ferias dominicales con los que pudieron afrontar tantos tiempos de vacas flacas, como el de ahora.

Pero Crispín y su mujer son la excepción a pesar de ser también la regla.

La regla es que cada agricultor en esta zona -como Crispín- saque en promedio por campaña entre mil y mil quinientos soles por la venta de papa, haba o maíz. La regla son tres campañas al año cuyas ventas terminan estirándose más que un chicle para que una familia completa, apenas sobreviva. La regla es que los hijos de los agricultores estén desnutridos, anémicos, que no asistan al colegio a diario. Y si van, se duerman en clase. La regla es que casi ninguno termine la escuela a tiempo, y si lo hacen es para continuar en el campo, haciéndose más y más vicioso el círculo de la desesperanza. Crispín y su mujer lograron sacar a sus hijos de ese maldito círculo sin fin gracias a una rara combinación de trabajo duro y metódico, rigurosidad absoluta para el ahorro y la ferviente creencia de que una buena educación justifica cualquier privación, no importa que esta ponga en riesgo la salud, la integridad, y hasta la propia vida de los padres.

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Pero volvamos a la protesta. Si ya de por sí estos ingresos no dan más que para formar parte -o no- de esa fría estadística de pobreza que arroja mes a mes el INEI y que afirma, sin ruborizarse, que una persona deja de ser pobre si tiene ingresos mensuales mayores a 316 soles, imaginarme esos ingresos recortados a la tercera o cuarta parte no me hizo más que “tragar saliva” por tamaño drama que afrontan de tiempo en tiempo miles de familias damnificadas, padres con hijos pequeños como la mía, que seguramente sueñan despiertos, como yo, con el mejor futuro posible para ellos.

– Desde hace semanas esperamos que el presidente regional cumpla con lo que nos prometió en campaña, ingeniero.
– ¿Y qué les prometió?
– Que no nos preocupemos si venía la sequía, que él iba a apoyarnos, que para eso votáramos por él, que nunca nos defraudaría.
– ¿Lo están esperando entonces?
– Así es. Prometió venir la semana pasada y mandó un emisario. Nosotros lo esperamos a él, no se puede burlar de nosotros. Hasta que no venga y declare nuestra zona en estado de emergencia por la sequía, no nos moveremos.

Y es que lo que pasan decenas de miles de agricultores en todo el país es una vergonzosa precariedad productiva, un poco por falta de conocimiento y asistencia técnica, otro por ese mercantilismo abusivo que tira sus precios al suelo, otro por una irregularidad climática que degenera en cada vez mayor recurrencia del Fenómeno El Niño (FEN) que merma la producción significativamente. Lo grave aquí es que ante estos desastres naturales que sufren los agricultores, las autoridades de turno, llámese alcalde, gobernador o presidente no cumplen con tramitar o poner a su disposición recursos existentes tan necesarios para un sector que no solo da trabajo a cuatro de cada diez peruanos, los alimenta a esos diez.

– ¿Pero hay un fondo para esto, no Don Crispín?
– Sí, claro. Como cuando hay terremoto y se viene un pueblo abajo ingeniero, sin apoyo es casi imposible levantarse.

Efectivamente, existe un seguro agrario en el marco del plan de mitigación de los efectos del FEN que, según el ministro de agricultura Juan Benites, tendría que cubrir el 100% de daños causados por el FEN en más de 550,000 hectáreas de cultivo con un fondo disponible mayor a los S/.680 millones. ¿Este fondo cubre a todos los damnificados? Por lo visto en Curahuasi, no. Por lo visto e indagado, son cientos sino miles de agricultores de Apurímac y otras regiones del sur del Perú que siguen necesitando bloquear carreteras para hacer escuchar sus justas demandas y poder acogerse a la compensación estatal de emergencia.

¿Qué perspectivas hay para los próximos años? Echándole una mirada al capítulo agrario de los planes de gobierno de Kuczynski y Fujimori, me queda claro que el primero le saca muchos cuerpos de ventaja al segundo proponiendo, por ejemplo, aumentar el fondo para el seguro agrario y declarar prioritario el sector. ¿Que eso sería un cambio radical en la mentalidad extractivista-corporativista de los tecnócratas ppkausas?, pareciera, pero quién sabe, nunca es tarde para rectificar. ¿Y si gana el fujimorismo?, no peco de pesimista al decir que no habría que esperar más que el clientelismo insostenible, indigno y corrupto que históricamente supo mostrar. Ahora, viendo que ambos candidatos tienen en mente nombrar como primer ministro a un negacionista de los derechos de los trabajadores agrícolas -José Chlimper- que mutiló varios de ellos cuando fue ministro de agricultura del reo Fujimori el 2000, me queda claro que la lucha que viene en cualquiera de los casos será durísima. Pero será una lucha que valdrá la pena: lograr que se invierta en el agro como debe ser es una de las maneras más efectivas de corto, mediano y largo plazo para sacar de la pobreza, de manera sostenible, a millones que aún se debaten día a día en la inhumana y delgada línea de la supervivencia.

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Ahora, Crispín y yo nos vemos en medio de un fuego cruzado de piedras y palos entre agricultores y choferes que pulsean por despejar el paso en la carretera. Los agricultores piden paciencia y solidaridad, los choferes comprensión porque no tienen por qué pagar los platos rotos de su lamentable situación y “ya son muchas horas y hay niños y personas mayores que no han comido nada todo el día”. La imagen me pareció sinceramente absurda: dos grupos de compatriotas, frente a frente, separados solo por un tronco en medio de la carretera, pechándose, vociferando, dispuestos a jugarse el pellejo, por culpa de un político -uno más- que no cumple lo que promete, que no acude al llamado de un pueblo que lo eligió y que hoy lo necesita más que nunca. Un político más que no da la cara.

El clímax del enfrentamiento llega cuando un chofer casi pierde un ojo por una “piedra perdida” y el hondero aparentemente responsable –de otra comunidad- casi pierde la vida ajusticiado por los mismos agricultores. Tras este incidente todos se dieron cuenta de que se había cruzado peligrosamente la línea y de modo casi unánime, tácito, decidieron terminar el paro gritando tres veces a todo pulmón “¡que viva el paro… que viva el pueblo!” y sin más, despejaron la carretera para continuar camino, por fin, casi doce horas después.

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Antes de partir, le doy un fuerte abrazo a Crispín. Se le humedecen los ojos cuando lo felicito por sus hijos.

– Solo cumplí con mi deber de Padre, ingeniero.

Al casi perderlo de vista tras retomar el camino, me quedó absolutamente claro que héroes como Crispín, si bien valiosos, inspiradores, no serán suficientes para los revolucionarios cambios que necesita no solo la agricultura sino sus derivados principales, la salud y la educación de millones de niños que (sobre)viven gracias a ella. Habremos de empujar el coche todos los que podamos.