Constituciones creadas en dictadura deben llegar a su fin, por Amanda Meza
Chile aprobó en histórico y arrasador plebiscito cambiar la Constitución promulgada por el dictador Augusto Pinochet que se impuso durante los últimos 40 años. Esto debe llamar a la reflexión de los pueblos latinoamericanos que ahora saben que es posible y no solo discurso ni un acto simbólico o promesa de campaña cambiar una Carta Magna nacida de la violencia, del uso y abuso de la fuerza, y que solo instala una falsa de seguridad que refuerza por lo bajo una constante y profunda desigualdad. En eso Chile y Perú se parecen demasiado.
A la Constitución que impuso Pinochet hacia los ochentas, se le critica sobre todo el haber nacido de un clima de terror bajo el régimen militar. Algo similar sucede con la Constitución peruana que nos rige desde el golpe de Estado de Alberto Fujimori. Dos cartas magnas creadas para legitimar gobiernos de facto.
La Constitución pinochetista también cedió el control del Estado a la élite empresarial. Así quedó en solo discurso la distribución del poder. Ni qué decir del derecho al agua, vivienda, educación como bienes públicos que pasaron a ser recursos privatizados. El acceso se volvió un privilegio. El sistema chileno es más cruel que el coronavirus, decían algunos ciudadanos.
Qué decir de la Constitución de Fujimori que le permitió un segundo mandato. Y su gobierno desde el inicio institucionalizó una serie de componendas, amiguismos y cúpulas hasta el final de sus días -con una tercera reelección ilegítima- que lo llevaron a ser considerado el gobierno con mayor corrupción de la historia, y por el que sigue cumpliendo condena.
Más aún la Constitución fujimorista disminuyó el Estado al considerar en un artículo que “La iniciativa privada es libre” y allí se perpetuó, por ejemplo, la libertad de contrato y una serie de beneficios económicos que arrasaron con los derechos laborales. Esa misma Carta Magna es la que aún hoy nos tiene sumidos en las decisiones de la CONFIEP, la voz del pueblo es reemplazada por la de los bancarios y los mineros, entre otros grupos de poder. Ni qué decir de otras libertades condicionadas. Esa es la falsa democracia que vivimos.

El “éxito” del modelo económico chileno, el “milagro chileno”, el “oasis” de Latinoamérica como se mostraba el vecino país al mundo, apañado por esa Constitución para unos cuantos y no para el pueblo, solo fue un espejismo anunciado cada vez que se planteaba una crisis con la complicidad de ayayeros. Ese mismo espejismo es el que vemos en Perú cada vez que nos hablan de “Marca Perú” versus la patria no se vende, de “Reactiva Perú” sin trabajo digno y salud, un país de deudores y muertos en lugar de ciudadanxs, de “una economía que crece”, del “Perú exitoso al Bicentenario”, y otros slogans que nos apabullan cuando –ahora más con la pandemia- vemos nuestras alarmantes desigualdades.
¿Es necesario cambiar la Constitución peruana? Por supuesto. Pero Chile no ha logrado iniciar este camino porque “ha triunfado la democracia”, como ha dicho Piñera al ver la derrota de la Constitución de Pinochet que mantenía su gobierno. Han sido las luchas de los pueblos, su voz constante y su fuerza para enfrentarse, los y las estudiantes en primera fila, las estudiantes feministas, sus ciudadanos golpeados y perseguidos, las mujeres que denunciaron violaciones, los que perdieron un ojo por perdigones de policías y militares.
El cambio ha tenido un costo muy alto como para que el presidente Piñera sonría como si fuera su victoria. Según el Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH), 2 520 querellas por violaciones a los derechos humanos en todo Chile, que consideran a 3 203 víctimas de vulneraciones, por hechos ocurridos entre el 18 de octubre de 2019 y el 18 de marzo de 2020.
Nada es fácil. Tras la fuga de Fujimori por la evidencia de corrupción en su gobierno y luego la Marcha de los Cuatro Suyos; las protestas sociales hoy mismo continúan, a pesar de la peste que se ha llevado a miles de peruanos por las secuelas vigentes de una Constitución mal habida. Nada es fácil, pero es necesario. Más que necesario urgente. Por el futuro libre y la igualdad.