Es lunes  4 de mayo, mi hermana tiene una temperatura corporal de 37. 8 °C, dolor de cabeza y garganta, y mucha fatiga. Intento no alertar a mi familia y decidimos en casa bajar la fiebre con paracetamol. Un medicamento infaltable en los hogares peruanos y que se usa sin receta médica. Dos días después, el 6 de mayo, su temperatura vuelve a incrementarse. Nuevamente recurrimos al paracetamol. Luego de cuatro horas, la fiebre persiste, el dolor en las articulaciones regresa y la fatiga es intensa. Lo primero que se cruza por la mente, en ese momento, es la posibilidad de un contagio por COVID-19. Aunque también piensas que puede ser otro virus o bacteria. La pandemia nos ha vuelto más vulnerables a todos. Incluso con las enfermedades estacionarias que ya existen mucho antes que la pandemia.

En situaciones como esta, lo usual hubiera sido buscar una posta, un centro médico, hospital o clínica. Cuando se trata de socorrer la vida de un familiar, no hay puerta donde no se toca.

A las 11 de la noche del miércoles y en horario de toque de queda, solo te queda esperar. Entre tanto reviso los contactos de mi agenda en el celular. Recuerdo el caso de una amiga periodista, quien tuvo síntomas similares, y se recupera de una neumonía en su hogar. La llamo. Me recomienda dos médicos que realizan servicio de telemedicina. Por unos segundos desconfío de la medicina a distancia. Entonces, recuerdo el colapso del sistema sanitario peruano–aunque el Estado lo niegue- y la falta de medicinas, y se me pasa. ¿Tengo más opciones?

La telemedicina es una prestación médica que tiene sus antecedentes desde hace un siglo. Es mucho más antigua que varios coronavirus, pero aún su aplicación no es masiva. Un precedente data de 1924, cuando en la revista estadounidense Radio News apareció un artículo titulado Doctor Radio. La sugerente portada que lo acompañaba mostraba una consulta médica a través de un aparato que era una mezcla de radio televisor. En 1950 los científicos de la NASA usaron un sistema de asistencia médica para vigilar las funciones fisiológicas de los astronautas en sus viajes espaciales. Pero recién en el 2005, la OMS reconoce, por primera vez, la aportación de las Tecnologías de la Información y Comunicación (TIC) para la salud y gestión de los sistemas de salud.

Obvio, todo esto lo supe luego de explorar en la red. Era necesario adquirir la confianza de haber elegido una forma extraña -sin ser nueva- para curar a mi hermana. La telemedicina o medicina a distancia puede decirse que no es muy accesible ni popular. Su costo puede equivaler a una consulta en una clínica privada o más. Depende si se solicita a un médico particular o a través de algún plan en el servicio privado. Además, según la OMS una de las barreras para su expansión suelen ser las realidades desiguales para su aplicación y los precarios sistemas sanitarios. En Perú, la telemedicina tampoco es nueva. Existe el Centro Nacional de Telemedicina (CENATE) en Essalud creado en el 2013.

El Ministerio de Salud, por su parte, publicó a fines de marzo una directiva administrativa para la implementación y desarrollo de los servicios de teleorientación y telemonitoreo. También se tiene una aplicación móvil para acceder a su plataforma de telemedicina y monitoreo de personas con COVID-19. Solo se necesita instalar la aplicación en el celular a través de Play Store. Intento descargarla, pero leo entre los comentarios de los usuarios que los doctores casi siempre están ocupados. Así que abandono la idea de usar esa aplicación.

Casi a medianoche contacto con un médico neumólogo del Hospital Militar en Lima. Conversamos cerca de una hora. Aunque, inició como una llamada telefónica de auxilio, terminó por sugerirme un tratamiento para el cuadro sin diagnóstico de mi hermana. Antes, me advierte que sus tiempos son limitados por la emergencia sanitaria, y será la única vez que conversaremos. Me explica qué medicinas está usando el Minsa para los casos sospechosos de COVID, y que probemos con azitromicina y otras más. De ese modo ganamos tiempo para evitar que sus síntomas se compliquen. Entre las cosas que conversamos llegamos al tema sobre la estrategia “inmunidad por rebaño”. En su opinión, cree que al Estado no le queda otra que aplicarla Lo que me dice suena frío, pero es real: La población tendrá que generar su propia inmunidad para sobrevivir.

Al día siguiente, el 7 de mayo, por la tarde mi hermana hace fiebre alta. Decido buscar otra opinión. Por la noche contacto con otro médico neumólogo del Hospital 2 de Mayo y acordamos una videollamada. Estamos mi hermana y yo sentadas frente a la cámara de mi celular. Describimos los síntomas y el registro de veces que hizo fiebre. No puede aún diagnosticar, necesita evidencia científica. Entonces nos da una orden para una radiografía y hemograma. Me pide tomar una fotografía al interior de la cavidad bucal de mi hermana y medir su temperatura corporal. Envío los registros y me comenta que podría ser una faringitis aguda que se ha complicado. Cruzo los dedos.

Dos médicos anteriores a él nos recomendaron no llevar a mi hermana al hospital. En estas circunstancias es un riesgo. Una de las clínicas más cercanas, Jesús del Norte en Independencia, solo atiende emergencia. En su aforo veo a más de 50 personas esperando para ser atendidas por un médico general y todas por problemas respiratorios. Eso sin mencionar que afuera hay más personas. Le pregunto al personal de admisión si realiza las pruebas que necesito o si hay algún médico puede revisar a mi hermana. Me dice que sí, pero la espera podría extenderse hasta 6 horas. Ni pensarlo dos veces. Busco otro lugar y a pocas cuadras encuentro otra clínica que solo hace exámenes, pero la espera no pasa de 15 minutos.

Si bien la telemedicina tiene una variedad de especialidades que van desde teleconsulta hasta la telecirugía, ciertos exámenes o pruebas requieren de un agente externo. Sin mencionar que la asistencia al paciente; como medir la temperatura, controlar el pulso, vigilar su medicación, su alimentación y otras necesidades implica la participación activa de la familia.

Sábado por la mañana recibo una llamada de un número desconocido. Es la Diris de Lima Norte para consultarme sobre el caso que registré el jueves en la tarde por la línea 113. Me informan que llegarán en cualquier momento del día para realizar la prueba rápida a mi hermana. Respiro. Por días había tratado de comunicarme con varios laboratorios que ofrecen la misma prueba para descartar el COVID-19. Incluso, la EPS Rímac Seguro de mi hermana me aseguró que los cobros oscilan de S/ 120 a más de S/ 300, pero que debía comunicarme con las clínicas directamente.

Dos mujeres jóvenes vestidas de blanco con un traje especial contra peligros biológicos ingresan a mi casa. Afuera algunos vecinos asoman por sus ventanas. El COVID-19 es ahora el cuco del vecindario. La atención del personal de salud que llegó a mi casa, no solo fue amable también humana. Una de ellas le hace una serie de preguntas a mi hermana. Intuyo que intenta conocer su historial médico, los lugares donde estuvo los últimos días y las molestias de salud. “Necesitamos conocer de la paciente para saber qué prueba le hacemos” [Se refiere a la molecular o rápida]. Cada una de sus respuestas la registran en una tablet. Y determinan el tipo de prueba de acuerdo a si estuvo en contacto con alguien confirmado de coronavirus. Luego le explican cómo será el procedimiento de la prueba. Entonces le pinchan el dedo. La prueba da negativo. Respiro nuevamente. Pero aún queda esperar la completa recuperación de salud de mi hermana. Sobre todo, por los cuestionamientos que existen acerca de la prueba rápida y los falsos positivos.

Por lo pronto, mi hermana está respondiendo bien al tratamiento. Pero, ¿qué pasa con quienes no pueden recurrir a la telemedicina sea pública o privada? En otra situación, quizá la estaría llevando a la posta del barrio o a la clínica donde tiene el EPS de su trabajo. No todos los ciudadanos y ciudadanas tienen el privilegio de contar con seguro médico o la economía suficiente para pagar una cita médica. La telemedicina es una especialidad que podría ser útil, más en el contexto actual, pero las brechas enormes de desigualdad económica empañan que sea masiva, popular y democrática. ¿Telemedicina para no morir? Sí. Algunas vidas podrían estar a salvo. Pero se necesita que el Gobierno no solo refuerce el servicio de telemedicina estatal, sino también que provea los recursos a la ciudadanía para acceder a ella. Entonces, nuestro sistema sanitario público tendría a una buena aliada.

*Periodista en Wayka