Decía Gramsci que “El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos”. Qué diría del escenario peruano en que el nuevo mundo no tarda en aparecer, sino que lo detienen, intentan borrarlo de un manotazo y retrasar lo más posible que exista alguna variación en “el” orden. Es en ese claroscuro entre los elegidos a gobernar y quienes no les dejan empezar a tomar las riendas de la transferencia de poder que han surgido, en efecto, los monstruos.

Este monstruo tiene rostros, nombres propios, logo de partido político, fundaciones y mucho dinero. Este monstruo es un manual cuyos pasos se replican en diversos países uno a uno y en orden. Hablo de los “nuevos fascismos”, esa ideología que cuela en las sociedades que primero divide con discursos de odio y discriminación. Una ideología que inventa a un “otro” al que caracterizan como el enemigo que atenta contra “la nación”, endiosan un supuesto “pasado mejor” al que hay que regresar y al que veneran con discursos profundamente conservadores, y se proclaman adalides de una libertad que no entienden y una democracia que aborrecen valiéndose de los símbolos patrios que quiebran  en este intento. ¿Les suena conocido?

Diputado de la extrema derecha da apoyo a Keiko Fujimori.

En España los conocemos bien y, me temo, que ahora en Perú también los conocen. VOX, el partido de extrema derecha español, no es un partido democrático porque, perdonarán ustedes, pero que un partido sea elegido democráticamente no quiere decir que sea una formación demócrata. De hecho, entre el Fujimorismo y la extrema derecha española hay muchas similitudes, pero la principal de ellas es que nunca reconocen a los gobiernos electos por las urnas. VOX no pudo hablar de fraude en España porque no tenía el poder político para ello, pero desde el primer minuto de constituido el gobierno lo ha llamado ilegítimo. Algo que hizo también el Fujimorismo tanto con PPK cuando dejó de serles útil, con Vizcarra cuando amenazó con cerrarles el Congreso que han utilizado siempre a su antojo y ahora con Castillo a quien están deslegitimando antes de que sea proclamado por el Jurado Nacional de Elecciones. La receta es exactamente la misma.

Este monstruo es internacional y ha construido una red de contactos que se reúnen regularmente para hacer proclamas en defensa de la “libertad” que defienden porque la entienden como aquello que les permite sostener sus estilos de vida.

Aplauden a quienes hacen negocios sin pagar los impuestos que corresponden, apuestan por las privatizaciones en los sectores estratégicos porque eso es “libre mercado”, vitorean la mercantilización de la salud y la educación porque ellos pueden pagar por lo que deberían ser derechos, denuncian de castrochavista a quien sugiere que las grandes fortunas paguen un 1% para salir de la crisis que atravesamos y, por supuesto, llaman a combatir al “comunismo internacional” señalando que su pensamiento es arcaico cuando no hay nada más arcaico que creer que existe algo así como un comunismo internacional vigente y ponen el dedo acusador en la red de Maduro, el Foro de Sao Paulo y otros inventos cuando son en realidad ellos los que desde sus foros y fundaciones han construido una red articulada para cerrar el paso a cualquiera que se haga preguntas.

Mitin de Keiko Fujimori en que se advirteron antorchas al estilo de la extrema derecha estadounidense.

Se dicen defensores de los derechos pero hemos visto a Vox votar en contra del aumento de las pensiones de vejez en España, de la ley para prohibir que a un trabajador se le despida por encontrarse de baja médica, en contra de la Ley de la protección de los menores, en contra de la ley que permitía a los riders (repartidores de plataformas como Glovo o Rappi) ser considerados trabajadores con derechos y no falsos autónomos, etc. Uno podría pensar que son incoherentes o mentirosos, pero lo que ocurre es que han hecho de la mentira una forma de hacer política porque cuentan con el aval de poderes mediáticos que hacen de brazo armado de esta peligrosísima ideología donde una mentira vale exactamente igual que una verdad. Donde manchar una honra les vale un aplauso de los suyos antes que una sentencia. Y cuando se les dice que no pueden difamar, se amparan en su “libertad de expresión”. ¿Les suena conocido?

Es este monstruo el que ya está en nuestro país. Ha entrado en estas elecciones de la mano de Rafael López Aliaga primero, y se ha instalado en Lima, en todo su perverso esplendor. Lo hemos visto calificando de “comunista retrógrada” a todo aquel que votaba blanco o viciado, pidiendo eliminar los votos de peruanos y peruanas de zonas rurales porque son “ignorantes”, lo hemos visto denunciando un fraude electoral sin ni una sola prueba porque siguen el manual de lo que hizo Trump y también Netanyahu. Se amparan entre ellos porque saben que si tres repiten una mentira es más potente que si solo lo hace uno. Y cuando se les reprocha dividir a un país con mentiras y pataletas se victimizan diciendo que es el comunismo el que ha instalado el odio en una sociedad que ellos han quebrado.

En el excelente libro “Facha: cómo funciona el fascismo y cómo ha entrado en tu vida”, el autor, Jason Stanley, señala que la política fascista solo puede sobrevivir y prosperar en un estado de ansiedad y miedo constante. De ahí que una de sus principales tácticas de las políticas fascistas sea generar una división entre un “nosotros” del que ellos se consideran líderes y un “otro” peligroso que pone en jaque la “estabilidad”. El Fujimorismo apeló al “comunismo” como ese “otro” que permitía neutralizar el eje antifujimorista que sabía que le jugaba en contra. Pero esto tampoco es exclusivo del Perú. Ya lo vimos en las últimas elecciones en Madrid donde el principal lema de la fuerza de derechas -el Partido Popular que gobierna con sus cómplices de VOX- fue exactamente ese: “libertad o comunismo”. El comunismo es aquel “otro” al que el fascismo se ha propuesto resucitar porque, con ello, se mantienen ellos con vida. El mismo patrón, el mismo discurso.

Foto tomada portal RPP.

Y tal vez esta es una de las principales constataciones de las recientes elecciones peruanas. No sólo hemos visto las caretas caídas, la tremenda división entre las élites limeñas y un pueblo que se ha construido en oposición a las mismas, o la instalación de este monstruo en nuestro país. Sino que, así como en España el fascismo se vio avalado por las fuerzas de derechas que hasta hace unos años aceptaban las reglas del juego democrático y ahora cogobiernan peligrosamente con la ultraderecha donde pueden, en Perú estamos viendo que el fascismo que irrumpe en nuestro escenario puede perfectamente ser avalado por las élites que en esta segunda vuelta han perdido la comunidad de sentido que manteníamos. Democracia, institucionalidad, derechos, son tres palabras que han tirado a la papelera. Y este es el verdadero riesgo.

El fascismo peruano es el conjunto de mecanismos de violencia al que las élites están dispuestas a llegar para no perder posiciones de poder. Ni más ni menos. Y este es el detalle más peligroso. En julio tendremos un nuevo gobierno liderado por el electo presidente Pedro Castillo, pero tendremos también la reacción ya envalentonada en casa. Envalentonada porque goza del aplauso de quienes han decidido olvidar los consensos sobre los cuales nunca deberíamos retroceder. Lamentablemente, estamos viendo que hay quienes creen que todo vale para salvar el modelo económico, incluso avalar tácticas fascistas. A ellos les recuerdo un popular refrán alemán que reza que “si en una mesa hay 10 personas y 1 nazi, entonces tienes 11 nazis”. Cuidado con la mesa que nos ha quedado.