A un mes de su fallecimiento, honramos la memoria de Adelinda Díaz, una activista y luchadora que impulsó los derechos de las trabajadoras del hogar y su trato digno.
Por Johana Perleche
Adelinda Díaz Uriarte nació el 8 de marzo de 1946 en un pueblo de la provincia de Chota, departamento de Cajamarca, en el seno de una familia compuesta por ocho hijos de una madre hilandera y un padre agricultor.
“Nací para vivir, por difícil que fuera y aun cuando la vida me negara las mínimas condiciones favorables”, señalaba cuando le preguntaban sobre su vida.
Estudió solo hasta segundo de primaria en una época en la que la escolarización de niñas era aún muy baja en el Perú y el mundo debido a los estereotipos de género que relegaban a las mujeres únicamente a actividades de cuidado y trabajo doméstico. Adelinda era una alumna destacada; sin embargo, tras la muerte de su madre fue obligada a abandonar el colegio rural en el que estudiaba para criar a sus tres hermanos menores.
A los 14 años le ofrecieron un trabajo en Lima y la posibilidad de continuar sus estudios. Adelinda y su padre pensaron que esta oportunidad la ayudaría a obtener un mejor futuro. Así, su progenitor otorgó la custodia legal de Adelinda a una señora miraflorina, con quien viajó a la capital para trabajar como empleada doméstica en este distrito adinerado. Jamás imaginó las humillaciones, explotación laboral, acoso sexual, discriminación y otras formas de violencia que enfrentaría.
Adelinda fue sometida a un régimen esclavizador: trabajaba más de 14 horas sin pago alguno para una familia compuesta por 15 personas. Debía limpiar, lavar y cocinar para todos ellos, además de cuidar a una anciana de 90 años. No tenía permiso para salir de la casa en la que vivía, excepto para ir y venir del colegio, lugar que se convirtió en un escape de la difícil realidad que vivía.
Adelinda solo contaba con un par de zapatos y un guardapolvos para acudir a la escuela. Estos dos artículos eran su mayor tesoro, pues le permitían conservar la dignidad que sus empleadores insistían en arrebatarle. El nivel de maltrato ejercido sobre Adelina fue tanto que incluso llegaron a destruir toda correspondencia que su padre le enviaba, convenciéndola de que su familia se había olvidado de ella.
“Me discriminaban por el color de mi piel. Me llamaban ‘chola’ o ‘serrana’ despectivamente. En mi corazón se asentaba el peso de una roca gigante: me dolía ser migrante, huérfana y pobre”, recordaba Adelina para la Federación Internacional de Trabajadores del Hogar.
Educándose en derechos
La educación fue su principal arma, la esperanza que tenía para salir adelante. Adelinda culminó sus estudios primarios en un colegio religioso donde conoció a la Juventud Obrera Cristiana (JOC), un grupo que brindaba charlas sobre los derechos que tenían las trabajadoras del hogar.
A los 18 años decidió huir de aquella casa en la que, además de tenerla esclavizada, fue víctima de acoso sexual. Luego, a los 24 años consiguió el primer empleo en el que le pagaron un sueldo por sus labores de trabajo doméstico. Fue entonces que decidió terminar sus estudios secundarios y convertirse en activista sindical.
El punto de inflexión en la vida de Adelinda Díaz se dio cuando habló frente a 500 personas sobre derechos laborales. Dejó de lado la timidez y se convirtió en líder de las trabajadoras del hogar.
“Hoy estás llorando para no hablar; más tarde llorarás mucho más, pero no dejarás de hablar”, le dijo el padre Carlos Álvarez Calderón, quien la impulsó en su lucha. “Así fue como descubrí que mi misión era dejar de llorar por mi desgracia, el abuso y la discriminación que me tocaba vivir. Descubrí que todo era parte de mi aprendizaje para luchar por los derechos de muchas otras mujeres que sufrían tanto o más que yo”, recordaba Adelinda.
La lideresa sindical
En 1971 inició su trabajo como líder de sindicatos de trabajadoras del hogar. Así, integró el colectivo que organizó la primera marcha de empleadas domésticas en el Perú, que tenía como principal objetivo exigir que se respete la jornada de 8 horas laborales y se otorguen los mismos beneficios que a los trabajadores de otros rubros.
Adelinda recordaba cómo las clases adineradas, que tenían trabajadoras del hogar en sus domicilios en regímenes esclavizadores, reaccionaron de inmediato y utilizaron a los medios de comunicación de élite para desprestigiar estas protestas.
“Las servilletas se han organizado. Piden corbata michi, televisor a colores, alfombras y de yapa a mi marido”, es el titular que marcó a Adelina. “La lucha fue titánica; nunca antes las mujeres menos valoradas del país por el tipo de trabajo que realizábamos nos habíamos rebelado y alzado tanto la voz”, añadió en su blog.
Ello la llevó a fundar en Lima el Centro de Capacitación de Trabajadoras del Hogar (CCTH), donde mujeres se reunían para informarse sobre sus derechos y seguir educándose. Este sigue funcionando como centro de acogida para trabajadoras del hogar víctimas de explotación laboral y violencia de género.
Adelinda se sumergió en la tarea de lograr la revalorización de las trabajadoras del hogar y conoció a compañeras que le ayudaron a perfeccionar sus conocimientos.
En 1979, cuando aún no existía una organización internacional de trabajadoras del hogar, Adelinda ya reclamaba el reconocimiento de los derechos del sector ante las ONU. Fue en una de estas reuniones que se gestó la Confederación Latinoamericana y del Caribe de Trabajadoras del Hogar (CONLACTRAHO), organización que Adelinda Díaz lideró por dos periodos.
Su presencia nacional e internacional le permitió tener más llegada a la ciudadanía. Incluso, en 1993 dirigió el programa radial Sonco Warmi (corazón de mujer, en quechua), conducido por las mismas trabajadoras del hogar bajo el lema “La voz de las que nunca tuvimos voz”.
Todo ello la llevó a ser perseguida por distintos gobiernos, que veían su postura como revolucionaria. Sin embargo, esto no la detuvo.
“Han existido momentos en los que quise tirar la toalla, pero cuando cada compañera llega a la organización maltratada, despedida, acosada y violada, me veo reflejada nuevamente en el espejo de mi vida. Eso me da valor para seguir adelante sin claudicar”, relataba Adelinda en su blog personal.
El legado de la luchadora social
La activista fue gestora de la Ley 27986, primera ley específica para las trabajadoras del hogar aprobada en 2003 y perfeccionada en 2020 con la vigencia de la Ley 31047. Recién en esta última ley se reconocen iguales derechos para las trabajadoras del hogar como a cualquier otro trabajador formal. Adelinda Díaz estaba orgullosa de haber sido partícipe de lo que consideraba su mayor logro.

El legado de esta luchadora social también se recuerda por la creación del Sindicato Nacional de Trabajadoras del Perú (SINTRAHOGARP) y la Federación Nacional de Trabajadoras del Hogar del Perú (FENTRAHOGARP), pues consiguió que muchas mujeres se interesen e identifiquen con la problemática de las trabajadoras del hogar, conozcan sus derechos y luchen por que estos se cumplan.
“Entregué toda mi vida con mucho cariño y amor a la defensa de las trabajadoras del hogar. Cambié formar un hogar y tener hijos por lo que más me gusta: luchar por encontrar justicia. Es lo único que tengo y lo que me llevaré cuando desaparezca de este planeta”, aseguró.
Una historia de vida que merece ser recordada y valorada por la defensa de derechos fundamentales. Adelinda Díaz logró el reconocimiento ante la ley de derechos de las trabajadoras del hogar, un colectivo largamente invisibilizado. Ella seguirá viviendo en cada trabajadora del hogar y sus familias beneficiada por su legado.