Presidente Vizcarra ¿y las mujeres?, por Amanda Meza

El año empieza con nuevas noticias de una ola de feminicidios. En 9 días, los medios han reportado 5 feminicidios. Obviamente es el registro de casos que llegaron a los medios, no sabemos cuántos más se deben haber concretado en estos nueve días al interior de muchos hogares o en la calle, en zonas concurridas y en zonas alejadas del país.

Fue en el mensaje a la Nación del 28 de julio del año pasado que el presidente Martín Vizcarra prometió una Política Nacional de Igualdad de Género que entregaría a la población antes de finalizar el año. No se ha cumplido tal promesa. Antes de este anuncio, Vizcarra se negaba a decir la palabra género y fue duramente criticado cuando al consultarsele sobre el feminicidio de Eyvi Agreda dijo: “Nos sentimos apenados, aveces son designios de la vida”.

Wayka consultó en noviembre pasado sobre el avance de esta política nacional y en el Ministerio de la Mujer señalaron que estaba ya culminado y en revisión. Ahora, no solo es la elaboración de una política nacional que puede ayudar a prevenir y modificar una cultura machista existente en el país; sino que realmente se ponga en práctica, se implemente, se hagan campañas nacionales hasta en los lugares más recónditos del Perú y, pos supuesto, en la educación.

Hace algunas horas nos enteramos por las noticias que Gino Villegas Arévalo, quien brindaba servicios de seguridad en el Ministerio de la Mujer, a través de una empresa que era contratada por ese sector, asesinó a balazos a su expareja ingrid Arizaga. El feminicida, si bien no es un trabajador directo del ministerio, abre una gran pregunta y permite analizar también un tema más profundo. ¿Los trabajadores directos o indirectos de las entidades públicas reciben alguna capacitación sobre violencia de género?

También hay que preguntarnos. ¿Cuáles son las acciones programadas por el diferentes municipios y gobiernos regionales para combatir la violencia de género? Los gobernadores y alcaldes tienen en sus manos la posibilidad de llegar a muchos lugares específicos donde se pueden implementar acciones y cambiar esta mentalidad y conductas machistas. También dependerá mucho de que autoridades ligadas a movimientos religiosos conservadores puedan ser supervisadas y fiscalizadas en su papel para combatir la violencia de género. Algunos dirán que no tiene relación, que no, que por qué se meten con la libertad religiosa; puede parecer inofensivo, pero no lo es, sobre todo cuando desde la religión católica y evagélica se tiene una mirada conservadora que sigue negando la violencia de género y que promueve una mirada sumisa de las mujeres. Esto hay que decirlo porque no se puede mantener la religión o el extremismo religioso –cualquiera que sea- por encima de la justicia.

Este año ha sido denominado “Año de la lucha contra la corrupción y la impunidad”. La propuesta descartada fue “Año de la Igualdad y no violencia contra niñas y mujeres”, que fue impulsada por la Defensoría del Pueblo y había logrado  casi 10 mil firmas de respaldo en forma fìsica y por Internet. El gobierno priorizó lo que le viene funcionando en el respaldo popular, pero habría que preguntarse si acaso no se viene exigiendo desde hace bastante tiempo que la violencia de género sea priorizada, las cifras de feminicidios, de violaciones sexuales hacen de nosotros un #PerúPaísdeVioladores. Hasta cuándo estos problemas sociales serán considerados menos importantes que la corrupción o la economía en la escala de valoración de los gobiernos.

Las mujeres siguen siendo asesinadas y los feminicidas siguen siendo liberados o con penas mínimas. Y no se diga de aquellos que fugan de la justicia. La voz y denuncia de las mujeres es cada vez mayor, el silencio se va rompiendo, pero no encuentra el apoyo necesario. La voz cae en saco roto si desde el Gobierno solo se reacciona con “lamentamos”, “repudiamos”, “rechazamos”. Se necesita una política concreta que salga a la calle y enseñe a los hombres a ver a las mujeres como iguales para estudiar, para trabajar, para opinar, para hablar, para indignarse, para amar, para disfrutar su sexualidad, para sentir placer, y, por ende, empezar a entender que las mujeres son libres para decidir sobre su cuerpo y sus vidas.

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