Hace algunas semanas se generó en redes una campaña inusual para impedir el estreno en Netflix de la película francesa Mignonnes (Cuties o Guapis, 2020) de la cineasta senegalesa Maïmona Doucouré, al considerarla una obra de promoción de la pedofilia y la hipersexualización de las niñas. El pedido surgió a partir de un afiche promocional de la película, aparecido en la plataforma y redes de Netflix, que mostraba a las actrices, niñas de once y doce años, en actitud de baile y twerking provocador, y que fue visto como un mensaje pedófilo.

La particularidad de este pedido, que unió tanto a feministas como a religiosos musulmanes, fue que surgió antes de que el film fuera visto. Las redes, a través de cartas y tweets, demandaron la salida de la película, con el hashtag #Netflixpedofila o #CancelNetflix, sin conocer la propuesta del film y sin apostar a dar un juicio de valor con información.

Anuncio original de la película que difiere totalmente de la campaña publicitaria de Netflix

Guapis estuvo a inicios de este año en la sección Generation 14 en el Festival de Cine de Berlín, una sección exclusiva para películas protagonizadas por púberes y adolescentes, donde obtuvo un reconocimiento por parte de un jurado formado por la cineasta mexicana María Novaro, la directora francesa Marine Atlan y el realizador alemán Erick Schmitt. También, el film estuvo en el Festival de Sundance 2020, donde también fue celebrado.

Pero, ¿es Guapis una oda a la pedofilia e hipersexualiza a las niñas? La película comienza con la mudanza a un nuevo barrio al norte de París de una niña migrante senegalesa, a quien seguimos en su adaptación, en medio del cuestionamiento que ella hace a algunas tradiciones culturales como la poligamia de su padre o los ritos musulmanes para mujeres de la comunidad, y su llegada a una nueva escuela secundaria francesa. La adaptación parece darse rápido, y Amy (la actriz Fathia Youssouf) se va soltando mientras se adapta a un entorno nuevo, y en el cual conoce a un grupo de niñas que se resisten a ser niñas., y que les gusta el baile de estilo urbano.

La cineasta Maïmona Doucouré elige para el tono de su película el punto de vista de Amy, quien observa con extrañeza el vestido nuevo que debe usar en la boda de su padre con una segunda mujer, o con admiración cuando mira a sus nuevas amigas bailar imitando a bailarinas de moda en redes. O incluso con curiosidad, cuando ante los primeros cambios de su cuerpo adolescente, como la primera menstruación, se compara con los enormes traseros de las mujeres adultas de su comunidad. Las observaciones de todos los sucesos tienen la marca de su mirada, que van desde la sorpresa hasta el desencanto. Y, sobre todo, para reflejar cómo ella va construyendo de manera problemática su sentido de comunidad, frente a una familia donde hay una madre sufriente y un padre ausente, y ante un grupo de amigas nuevas, frescas y divertidas.

Maïmona Doucouré dijo en una entrevista que se interesó por el tema desde su propia experiencia como niña migrante, y de cómo le llamo la atención estos universos de niñas “agrandadas”, que le resultaban problemáticos en comunidades de tradiciones religiosas ultraconservadoras, y en el cual vio una oportunidad para construir un discurso sobre estas alienaciones o urgencias, en contextos de represión.

Lo que demuestra este film, que tiene todos los elementos del “coming of age”, género del cine que aborda historias desde protagonistas adolecentes en tránsito o en conflictos, es la imposibilidad del despertar sexual o su resistencia. Pese a que estas niñas personajes están expuestas al influjo de las redes sociales, a que hablan de sexo o que bailan frenéticamente imitando pasos sexuales, aún viven en una arcadia donde el aspecto sexual no significa lo mismo que para los adolescentes o adultos. Un ejemplo lo encontramos en la escena donde una de ellas recoge un condón usado en un parque público y lo infla pensando de que se trataba de un globo tirado. O cuando Amy les dice cómo deben poner sus rostros y manos (el típico gesto de dedo en la boca, y que vio en un video de Youtube) cuando salgan a participar en el concurso de baile urbano. Que bailen imitando los pasos sexualizados de moda no significa una avidez sexual o una vampirización de estas niñas, al contrario, lo que la cineasta propone es que pese a esa máscara de “agrandamiento” lo que existe y quiere permanecer es esta eterna pubertad, este miedo a crecer, que queda simbolizada en ese final donde Amy prefiere abandonar el concurso de baile, ir a su casa, sacarse el maquillaje e ir con las chicas de su comunidad a saltar la soga.

Sin lugar a dudas, fue intolerable el modo en que Netflix promocionó Guapis, a través de un poster y una sinopsis donde primaron intenciones mercantiles y efectistas antes de proponer la esencia del film, lo que considero tendencioso, repulsivo y oportunista. Pero ya viendo el film, estamos ante un trabajo desde la visión de una cineasta mujer, migrante y africana que explora las vivencias de una pequeña joven en un contexto particular, sobre la atracción de las redes sociales, la influencia de los medios, las relaciones entre madres e hijas, sobre el sentido de comunidad, incluso sobre el punto de vista en ojos del espectador, o sobre el derecho a mirar, a observar, a mostrar la perspectiva de la sensibilidad de esta visión, que es lo que ha hecho Doucouré a través de la mirada de su creación, Amy.