Según los imaginarios de algunas películas, no es lo mismo ser migrante italiano o escocés en Nueva York que ser un peruano o boliviano en Buenos Aires o Madrid. Como tampoco es lo mismo ser un migrante árabe o africano sobreviviendo en algún país europeo. Hay un componente de clase y de etnicidad que marca el uso y definición de la palabra ‘migrante’, muchas veces abordada como un eufemismo para evitar la alusión a la extranjería, a la otredad, a la diferencia. En algunas ficciones, los migrantes no suelen pertenecer a ningún lado.
En el caso de algunas producciones, migrar es sinónimo de vivir en el sentimiento permanente de la añoranza, de estar aferrado a un ideal de retorno, de un regreso inminente. Una visión donde el actual territorio de residencia, legal o ilegal, se vuelve interiormente en un campo de batalla. Por ejemplo, en el reciente film estrenado en cartelera local, la coproducción peruano-argentino-chilena Lina de Lima (2020), Magaly Solier encarna precisamente al lugar común del migrante aferrado a su tierra natal, como un modo de afirmar pertenencia en un entorno del cual se siente ajeno.
Solier es una trabajadora del hogar peruana viviendo en Santiago de Chile, y que sueña constantemente -a través de las formas de la revista musical, el teatro y videoclip setentero- con una realidad más divertida, glamorosa, desfachatada. Vive algunos días de la semana en la casa que viene construyendo su empleador en una zona residencial de la ciudad y otros, en una suerte de albergue de costo social junto a otros migrantes. Entre sus planes inmediatos está viajar y pasar Navidad con su madre e hijo adolescente, quienes viven en Perú; aunque algunos hechos la condenarán a seguir postergando sus sueños.
La manera en que la directora chilena María Paz Gonzáles propone a Lina como personaje marcado por la migración, a través de estos insertos de fantasía donde ella expone sus ideales, su amor al país, al quechua, el deseo de regreso, o su libertad en sí, se contrasta con el entorno apaciguado de la vivienda que cuida y sostiene. Lina mantiene una buena relación con su empleador –que está de viaje- y con la hija de este, con la cual mantiene una amistad, sin embargo, la trama apunta a mostrarla desestabilizada, queriendo escapar, desde estos escapes coreografiados de la realidad. En el film, ¿qué es lo que le brinda la etiqueta de migrante eterna? Parece que a Lina la dejan insatisfecha muchas cosas. Quizás podamos encontrar algunas pistas de tipo psicológico en escenas como aquella donde aparece en una discoteca y cree que uno de los atractivos cantantes del grupo de cumbia en el escenario le está coqueteando, pero luego se da cuenta que miraba a otra mujer detrás de ella.
A pesar de la serie de sueños a modo de insertos musicalizados, donde Lina añora la patria (con escudos y escarapelas incluidos) y el regreso al hogar, basta con que vea en Facebook que su ex marido acaba de tener un nuevo hijo, para que eso dispare la imposibilidad del esperado retorno anual, pero también para que haga nacer su libido sexual. Lo que moviliza a Lina no parece ser un posible retorno a casa o las ganas de ver a su hijo -quien le pide siempre por teléfono una camiseta original del Barcelona-, o incluso debido algún fulgor ‘feminista’, sino a una revancha de índole pasional que la lleva a contactar a diversos hombres por Tinder o a tener encuentros con el albañil que construye una piscina en esa casa de lujo. Y peor aún, si pensamos que lo que hace que Lina no pueda cumplir un viaje pendiente no es solo es producto de un accidente, sino una suerte de castigo divino a su deseo sexual: el costo de hacer el amor en la casa del jefe.
Si bien es inevitable el rol que desempeña Solier en este film dirigido por la directora chilena María Paz Gonzáles se inserta, una vez más, en la galería de papeles donde encarna a mujeres campesinas o andinas, trabajadoras del hogar o sufridas migrantes, hay algunos elementos del mundo de la fantasía que hacen que la actriz ayacuchana pueda demostrar toda su versatilidad. Sin duda, uno de sus mejores papeles; sin embargo por más sueños fastuosos donde la vemos como la diva que es, siempre estas posibilidades de la representación solo se deben gracias a los códigos del mundo de la fantasía. Es decir, al final de cuentas, las trabajadoras del hogar peruanas y migrantes como Lina solo pueden sentirse en plenitud dentro de sus sueños, en sus resacas, o en sus duermevelas en algún microbús de trayectos largos. Afloran fantasías solo en sus tiempos de ocio. Por otro lado, parece que la irregular película peruana Vivir Ilesos (2019) de Manuel Siles, donde Solier encarna a una estafadora de poca monta, seguirá quedando como alguna de esas excepciones a la regla donde la actriz no fue elegida para encarnar papeles de subalterna.
Por otro lado, en esta trama donde vemos a Lina en su cotidianeidad de estar de cuidadora en la casa, de hacer de chaperona de la hija de su empleador, de ir de vez en cuando a fiestas casi sin amigas, o de tener encuentros sexuales fortuitos, los insertos musicales de ensueño aparecen de manera arbitraria, como colocados por acumulación, sin una abierta relación con los momentos clave de esa realidad. Como en aquella secuencia donde llega a la casa de la madre de la hija de su empleador, y le dice ésta que le regala ropa. Mientras Lina va a recoger la ropa en una habitación del segundo piso, unas fotos de la dueña de la casa le invitan a imaginar que canta un vals sobre el desamor y abandono. Un guiño proustiano.
Hacia el final, Lina de Lima, segundo film de Gonzáles, deja aflorar otras contradicciones, que quizás ponen en evidencia el estado mental de la protagonista, al colocar los momentos fuera del musical también como desvaríos, sino no nos explicamos cómo es que Lina logra llevar a la casa de su empleador a varios galanes que conoce en Tinder sin problemas, o a un migrante haitiano para que viva allí con ella, para ver luego un plano pesimista donde el guachimán del barrio exclusivo le revisa a la salida de la jornada laboral bolsos y carteras para comprobar que no se roba algo.
Lina de Lima es una película que marca la diferencia en relación con films latinoamericanos del siglo XXI que abordan el tema de la migración o sobre protagonistas trabajadoras del hogar migrantes, al contar con un trabajo visual y sonoro que escapa a un manido realismo social. Sin embargo, poco a poco en ese trayecto idealista de Lina, más aún al final, vemos precisamente que todo ese fulgor como vía de escape se apaga y queda a flote el más puro realismo, que inevitablemente da cuenta a modo de manual de la brecha entre pobres y ricos, y de migrantes versus todos aquellos que no lo son (fuera de campo).