Sobre Mapacho se podría afirmar que por fin un largometraje peruano, que se estrena por vía comercial, incluye a actrices transgénero encarnando a personajes trans, sin embargo, la trama que se desarrolla no escapa de los estereotipos del drama amoroso más convencional. Ya que Mapacho describe un triángulo amoroso clásico, por así decirlo, donde la vulnerabilidad de las mujeres queda expuesta ante la ambivalencia de un hombre sin madurez. Dos mujeres, un camino.

Mapacho, el primer largometraje pucallpino de Carlos Marín Tello, que se acaba de estrenar a nivel nacional, más allá de este abordaje ya conocido, muy de telenovelas, adquiere interés debido a su acabado técnico. Hay una intención del cineasta por construir un mundo visual muy dependiente del neón o del estilo a lo Christian Bendayán (el artista visual), donde lo extravagante o colorido se vuelve marca exótica de la selva. Así, la fotografía a cargo de Alberto Venero Guzmán cobra sentido para dar cuenta de este universo de glamour de una de las protagonistas, Marcia (Valeria Ochoa), la joven estilista que se ve amenazada por una madre soltera amiga de Mapacho, su pareja, el mototaxista que interpreta el actor Fernando Cobeñas. Los bares, el centro de belleza, los hostales, el dormitorio o las discotecas parecen estar bajo el mismo influjo, de estética queer, donde el color, las flores, el animal print o algunos grafitis dan el look deseado para esta historia de amor desbordada.

Otro punto a favor es la música a cargo de Rafo Ráez, que a modo de cumbia y de estilizada psicodelia logra acompañar estas atmósferas de neón. Es decir, Mapacho gana como experiencia visual, o de climas, pero pierde la ilación en el desarrollo dramático de las acciones, a las cuales se le ha añadido algunos temas aleccionadores, como buscar despertar la conciencia sobre los feminicidios en medio de un film que se orientaba más hacia lo cómico o lo satírico.

Por otro lado, las subtramas, aquellas de índole más documental, las que rescatan las historias de las actrices secundarias Gully Quiroz, pero sobre todo la de Yahaira Valles, lucen mejor trabajadas que de la protagonista Marcia (Valeria Ochoa), porque estos personajes exponen sus propios casos, y la ficción se ve interrumpida por el paso de estos dramas personales que tienen que ver con la discriminación y la negación de derechos fundamentales. Si la selva es percibida por los peruanos como el lugar del desparpajo, la libertad sexual o la alegría de la comunidad LGTBI; estas historias plasman que la problemática puede ser igual de cruel, donde los crímenes de odio lamentablemente tienen cabida.

Un punto aparte, y que no debe dejarse de lado, es el de la exhibición de Mapacho, que ha sido segregada a salas de Lima (solo en Santa Anita, Plaza Norte y Callao), Tarapoto, Pucallpa y Huánuco, la capital y la selva, quedando así en evidencia este sistema de apartheid del cine peruano según criterios inverosímiles. «Si es una película sobre la selva, con personajes trans, entonces va a salas de la selva y a la de los «conos» de Lima», esa parece ser la lógica de las exhibidoras que tiene un tufo clasista, y que viene primando al momento de decidir en qué salas sí y no se estrena el cine nacional.

Mapacho, como otros films de la temporada, como Norte o La Bronca, ha recibido subvención del Estado peruano para su estreno en salas. Según las cifras, a Mapacho le ha ido mejor en su semana de estreno que otros films nacionales, porque su gran público ha sido el local. Como en la misma Pucallpa donde tiene tres salas y se proyectó en tres horarios; lo que deja en claro que hay un espectador que busca reconocerse en las historias del cine local, desde una mirada de su territorio, un tema que muchos podrían tener en cuenta.