En un contexto en que en el Perú las demandas y paros en defensa del ambiente, del agro, de la economía responsable están en ebullición, como el que se viene dando en Arequipa, aparece un film que afirma la figura de Máxima Acuña como ícono de luchas para la defensa ambiental en el país. Una oportunidad para establecer paralelos con problemáticas similares que no están saldadas y que plantean al cine como una herramienta no solo para la visibilización sino para poner en agenda el modo en que la prensa y otros medios exponen este tipo de representaciones en contra de un tipo de minería. También el film Máxima, que se presenta en la sección Hecho en el Perú, del Festival de Lima, puede leerse en correspondencia con trabajos similares, como Hija de la laguna de Ernesto Cabellos o Choque de dos mundos de Heidi Brandenburg y Mathew Orzel, que plantean un acercamiento desde testimonios de parte sobre conflictos de índole socioambiental.

El documental Máxima (EE.UU., Perú, 2019), de la cineasta peruana Claudia Sparrow, es un retrato de su protagonista, diseñado sobre todo para conocimiento de un público que no está familiarizado con el caso judicial, desde el origen del problema: la adquisición de hectáreas para explotación de oro en una cuenca hidrográfica por parte de la minera Yanacocha, de propiedad de Newmont Mining y Buenaventura, que incluía el desalojo de la familia de Máxima Acuña, de un terreno que le pertenece en las alturas de Cajamarca. Partiendo de esto, a la cineasta no le interesa en este trabajo detenerse en la labor en sí que realiza Yanacocha en Cajamarca, sino profundizar en cómo afectó este proceso de leyes y apelaciones a Máxima.

Sparrow plantea desde el inicio, con ayuda de tomas áreas y de drones, un problema geopolítico. No solo estamos ante un litigio de propiedad, sino ante la depredación de un terreno natural, y que cobija a lagunas, y fuentes de agua para la misma sierra y las ciudades. La cineasta se pone la camiseta de Máxima desde los primeros minutos, por ello la metáfora inicial de su nombre como título del film sobre imágenes de la laguna no puede sino ser contundente sobre lo que se propone a continuación. Un documental que se pone del lado de Máxima, tanto en su lucha por su territorio como por su insistencia en preservar los recursos naturales, que la muestra desde su lado laboral y doméstico, en su querella ante un monstruo transnacional y siendo valorada por instancias internacionales de defensa de los derechos humanos y ambientales.

La cineasta, que vive en EE.UU., realiza un documental de seguimiento de los días del juicio contra Máxima, de cómo ella lidia no solo con un proceso judicial violento e inesperado, sino con una atención mediática que crea buenos y malos. Por ello, el tono del documental, que se empata con otros films similares, se sostiene en la convención del género informativo: entrevistas a expertos, uso de material de archivo, registro de algunas situaciones que ayuden a armar esta figura para que siga inspirando. Vemos a Máxima recibiendo el Premio Goldman o viajando a Lima para seguir asistiendo a una fecha más de un proceso engorroso pero que asume con hidalguía. Pero más allá de este recurso, Sparrow, que no obtuvo versiones de Newmont, muestra el hostigamiento, muchas veces fuera de campo pero que se percibe en momentos, en diálogos, o en los mismos recuentos de los testigos, y al margen de la protección del Estado (apenas hay una escena donde una exministra de Justicia indica que se compromete a garantizar condiciones para un proceso legal sin problemas).

Con Máxima, Claudia Sparrow, brinda un retrato que quiere lograr un cometido: sensibilizar sobre estas acciones de consecuencias ambientales desde de este personaje femenino de lucha permanente. La historia de Máxima que no tiene final, menos uno feliz.