por Eduardo Gudynas y Alberto Acosta*
La victoria de un candidato de ultraderecha para la presidencia de Brasil genera todo tipo de interrogantes en los países vecinos. Parecería que eso confirma un sustantivo avance de gobiernos ultraconservadores, como Donald Trump en el norte y ahora Jair Bolsonaro aquí en el sur. Para algunos confirmaría la imposibilidad actual de unas alternativas orientadas hacia la izquierda.
Este tipo de interrogantes son muy importantes en Perú ya que en el marco de la severa crisis política y judicial que vive el país, la renovación de sus actores y estructuras políticas es indispensable para no caer en una situación similar a la brasileña. Pero a diferencia de lo que ocurrió en Brasil y en otros países, como Ecuador, Bolivia, Argentina, Venezuela o Uruguay, en Perú no se vivió un viraje hacia los progresismos. Recordemos que el intento que tuvo lugar al inicio de la administración de Ollanta Humala, duró unos pocos meses ya que la crisis por el proyecto minero Conga en Cajamarca volvió a encaminar al país hacia la clásica estrategia conservadora de exportar recursos naturales.
Es por ello que la victoria de la extrema derecha en Brasil plantea tantos desafíos en los países vecinos. Pensando esas cuestiones desde el otro lado de los Andes, ¿es posible una alternativa de izquierda? El gobierno del Partido de los Trabajadores brasileño, ¿representaba a la izquierda o al progresismo? ¿Qué pueden aprender fuerzas como el Frente Amplio o Nuevo Perú de los sucesivos gobiernos del Partido de los Trabajadores? Finalmente, y no menos importante, ¿cómo evitar que lleguen a gobernarnos otros Bolsonaros en nuestras propias naciones? Lo que ha sucedido en Brasil está, por lo tanto, repleto de enseñanzas que se deben considerar.
En este texto presentamos algunas reflexiones preliminares a partir de lo sucedido en Brasil. No ofrecemos un análisis detallado de la política interna de ese país, sino que buscamos rescatar algunos aprendizajes de lo que allí sucedió que sean útiles para una izquierda que está ubicada en los demás países. No repetiremos la nutrida información circulante en estos días ni apelaremos a análisis simplistas, tales como achacar toda la culpa sea a la derecha o al progresismo. Compartimos este ejercicio desde una perspectiva de izquierda, con el propósito de alentar su renovación y de evitar que unos retrocesos similares se instalen en los países vecinos.
Progresismos e izquierdas: son diferentes
En todo el continente, los agrupamientos políticos conservadores realizan un activo entrevero de hechos para desacreditar las opciones de cambio hacia la izquierda. Se mezclan las severas crisis de Venezuela y Nicaragua con la crisis del Partido de los Trabajadores (PT) en Brasil, para insistir en que las opciones de cambio hacia la izquierda son imposibles, fatalmente están teñidas por la corrupción, y así sucesivamente. Pero es justamente la crisis brasileña la que confirma la necesidad de insistir en las diferencias entre progresismos e izquierdas.
Es que muchos de los problemas observados en Brasil resultan, como se verá más abajo, de programas y una gestión de gobierno del PT y sus aliados donde poco a poco olvidaron sus metas iniciales de izquierda para transformarse paulatinamente en progresismos. Esto nunca lo ocultaron, sino que hicieron de ello uno de sus atributos. Por lo tanto, una primera lección a tener en cuenta es que la distinción entre izquierdas y progresismos sigue siendo clave (1).
Humildad para entender los humores del pueblo
El gobierno de Lula da Silva fue repetidamente presentado como ejemplo de viraje hacia las llamadas “nuevas izquierdas” en toda América Latina y a nivel mundial. Es comprensible, ya que ganaron cuatro elecciones consecutivas. Se insistía en que el “pueblo” en su mayoría había adherido a la izquierda.
Sin embargo, en poco tiempo, y por un proceso complejo que también incluyó abusos desde la oposición, el PT perdió el control del gobierno y al poco tiempo las elecciones presidenciales dieron el triunfo a un político poco conocido y de extrema derecha. Aquel mismo “pueblo” que anteayer era de izquierda, hoy festeja y celebra a un candidato que lanza durísimos discursos contra negros o indígenas, a más de ser machista y autoritario.
Estamos aquí ante otra lección que impone precaución en usar categorías como “pueblo”, y humildad en aseverar cuáles son los pensamientos o sensibilidades prevalecientes. Quedan en evidencia las limitaciones de un “triunfalismo facilista” ante una sociedad brasileña que no era tan izquierdista como parecía y un conservadurismo que estaba mucho más extendido de lo que se suponía.
Derechas sin disimulos y progresismos disimulando ser izquierda
Seguidamente surge otro aprendizaje: los riesgos de un programa que se recuesta sobre esos sectores conservadores para poder ganar la próxima elección. Una postura que asume que primero se debe “ganar” y que una vez en el palacio de gobierno se podrá “cambiar” al Estado y la sociedad. En buena medida esa fue la táctica del PT desde la primera elección que dio la victoria a Lula da Silva, con concesiones en cuestiones clave como las estrategias de desarrollo, repitiendo la dependencia en exportar materias primas. Este es justamente uno de los aspectos que sirven para caracterizarlos como progresistas y diferenciarlos con las izquierdas.
Se cae en una situación donde el progresismo una y otra vez intenta disimular que es una izquierda, mientras que la nueva derecha nada disimula ni oculta. Bolsonaro critica abiertamente a minorías raciales, es homofóbico y misógino, ironiza con fusilar a militantes de izquierda o defiende la tortura y la dictadura. Es ese tipo de discurso el que es apoyado por una proporción significativa de la sociedad brasileña.
Desarrollo nada nuevo sino senil
La necesidad de distinguir entre progresismos e izquierda queda en evidencia al analizar las estrategias sobre desarrollo seguidas por el PT en Brasil. El camino seguido por los gobiernos de Lula da Silva y Dilma Rousseff, el “nuevo desarrollismo” descansó otra vez en los extractivismos y la inversión extranjera, alejándose de muchos reclamos de la izquierda. Este hecho, así como los apuntados arriba, expresan que progresismo e izquierda son dos corrientes políticas distintas.
En efecto, Brasil devino en el mayor extractivista minero y agropecuario del continente. Esto sólo es posible aceptando una inserción subordinada en el comercio global y una acción limitada del Estado en algunos sectores, justamente al contrario de las aspiraciones de la izquierda. Esta siempre aspiró a las alternativas que sacaran a nuestros países de ese tipo de dependencia.
En su esencia, esa estrategia de desarrollo no es diferente a la que viene repitiéndose en Perú, aunque sin duda se instrumentaliza de otra manera. En efecto, en Brasil hay enormes empresas como Petrobras (hidrocarburos) o Vale (minería) que son en parte estatales o estaban controladas y financiadas por el gobierno, pero que de todos modos siguen siendo extractivistas. Se repiten con ellas y por supuesto que con las compañías privadas, problemas similares a los peruanos tales como los impactos ambientales, violencia sobre comunidades locales, las trampas con los impuestos o la corrupción.
Las limitaciones de esas estrategias se disimularon en Brasil con los jugosos excedentes de la fase de altos precios de las materias primas. Aunque se publicitó la asistencia social, el grueso de la bonanza se centró en otras áreas, tales como el consumismo popular, subsidios y asistencias a sectores extractivos, el apoyo a algunas grandes corporaciones (las llamadas campeõesnacionales).
Esto explica que el “nuevo desarrollismo” fuese apoyado tanto por trabajadores, que disfrutaban de créditos accesibles como por la elite empresarial que conseguía dinero estatal para internacionalizarse. Lula da Silva era aplaudido, por razones distintas, tanto en barrios pobres como en el Foro Económico de Davos.
La caída de los precios internacionales de las materias primas dejó en claro que las ayudas mensuales que se otorgaban en Brasil a los sectores más pobres sin duda son importantes, pero no sacaban realmente a la gente de la pobreza, persistió la excesiva concentración de la riqueza, y parte del financiamiento a las corporaciones se perdió en redes de corrupción.
Una renovación de la izquierda en los países andinos debería aprender de esa incapacidad de los progresismos para transformar la esencia de sus estrategias de desarrollo. Ellos terminaron profundizando la dependencia de las materias primas, a veces con China como nuevo referente, con graves efectos en la desindustrialización y fragilidad económica y financiera. La imposición de los extractivismos deteriora controles sociales y ambientales, la cobertura de derechos y hasta la propia democracia. El “nuevo desarrollismo” que quiso construir el progresismo no es “nuevo”, y en verdad es tan viejo como las colonias, pues en aquel entonces arrancó el extractivismo.
Esas mismas tensiones son evidentes en los países andinos, donde persisten las polémicas entre alternativas desarrollistas y otra que busca transformaciones más sustanciales. La primera mantendría los extractivismos asumiendo con optimismo que los podrá controlar ecológicamente, los podrá tributar adecuadamente y los blindará contra la corrupción; los necesita porque sigue creyendo que desarrollo es crecer económicamente. Es más o menos la receta seguida en Brasil. La otra, en cambio, apuesta a salir de la dependencia de los extractivismos, no quiere volver a repetir los impactos ambientales y sociales, y asoma como más cauta al aceptar la necesidad de explorar alternativas al desarrollo.
Brasil confirma que ese tipo de discusiones sobre el desarrollo siguen siendo claves. Se podrá tener un discurso radical, pero si las prácticas de desarrollo repiten los conocidos estilos, se quiera o no, eso desemboca en políticas públicas convencionales, y es esa convencionalidad lo que caracteriza a los progresismos y permite diferenciarlos de las izquierdas.
Clientelismo versus justicia social
El PT aprovechó distintas circunstancias logrando reducir la pobreza, junto a otras mejoras (como incrementos en el salario mínimo, formalización del empleo, salud, etc.), todo lo cual debe ser aplaudido (2). Por medio de políticas sociales se puede paliar la pobreza, pero cuando prevalece el clientelismo eso se vuelve acotado. No se consigue construir ciudadanías sólidas que reclamen desde los derechos, lo que va mucho más allá de un bono mensual en dinero. La bancarización y el crédito explotaron, y el consumismo se acentúo, confundiéndolo con mejoras en la calidad de vida. Todo esto desembocó en reforzar el asistencialismo y la mercantilización de la sociedad y la Naturaleza.
El progresismo se apartó de aquel mandato inicial de la izquierda de desmercantilizar la vida social y la Naturaleza, que las personas son más que capital social y la biodiversidad no puede ser reducida a capital natural, o que los problemas no se solucionan únicamente con compensaciones económicas. En cambio, el progresismo comulgó a su manera con al mantra conservador de entender al crecimiento económico como desarrollo. Un mito que ahora aprovechó Bolsonaro, presentándose como el mejor mediador para alcanzar esa meta. Lo mismo ocurre, por ejemplo en Perú, donde todos los últimos gobiernos insistieron una y otra vez en el crecimiento económico como meta privilegiada, y los extractivismos como sus únicas mediaciones. En cambio, la crítica de izquierda debe, en el siglo XXI, poner ese reduccionismo en discusión.
La idea de justicia también se redujo a enfatizar algunos instrumentos de redistribución económica, mientras que los derechos ciudadanos seguían siendo frágiles. La izquierda latinoamericana no puede hacerse la distraída ante el hecho que Brasil lidera en el número de asesinatos de defensores de la tierra (de los 207 asesinados en el 2017 en el mundo, según Global Witness). Tampoco puede desatender la delincuencia y violencia en las ciudades. Ninguno de estos dos problemas son ajenos a países como Perú.
Las izquierdas no deberían entramparse en esos reduccionismos. Es hora de aceptar que la justicia social es mucho más que la redistribución, así como que la calidad de vida es también más que el crecimiento económico. La criminalización de los movimientos ciudadanos y sociales no puede ser tolerada por una renovación de la izquierda. Estos y otros aspectos apuntan a entender que una verdadera izquierda debe promover y fortalecer el marco de los derechos humanos en todo momento y en todo lugar, más aún desde el gobierno, aún si ello le significa perder una elección, ya que es su única garantía no sólo de su esencia democrática sino de retornar al gobierno.
Ruralidades conservadoras
Las cuestiones alrededor de las ruralidades y las estrategias de desarrollo agrícola, ganadero y forestal, también están repletas de lecciones a considerar. Sin duda Bolsonaro llega a la presidencia apoyado entre otros por un ruralismo ultraconservador que festeja sus discursos contra los indígenas, los campesinos y los sin tierra, y que reclama el uso de las armas y la violencia.
El retroceso del progresismo además responde a su incapacidad en promover una real reforma agraria o en transformar la esencia del desarrollo agropecuario. Recordemos que bajo el primer gobierno de Lula da Silva se difundió la soja transgénica y se multiplicaron los monocultivos y la agroindustria de exportación, y no se amparó de la misma manera a los pequeños y medianos agricultores. Otras administraciones progresistas, en especial las de Argentina y Uruguay, apostaron al mismo tipo de agropecuaria.
Esta es una cuestión clave en Perú, ya que cualquier opción alternativa a los extractivismos mineros o petroleros pasa por repensar los desarrollos rurales. Brasil muestra que no basta con simplismos como apoyar los monocultivos de exportación y sostener al empresariado rural, y apoyar a los campesinos solamente si sobra dinero. Es necesario repensar otras políticas públicas para el campo. En ellas deben incorporarse a campesinos e indígenas, articulándose con sus prácticas y saberes en el manejo de la tierra y respetándolos, sin caer en extremos como los escondidos en la metáfora del “perro del hortelano” de Alan García. Se debe abordar en serio no solo la tenencia de la tierra, sino los usos que de ella se hacen, el papel de proveedores de alimentos no sólo para el comercio global sino sobre todo para el propio país.
Radicalizar la democratización de la democracia
La debacle política brasileña nos enseña la enorme importancia de una radicalización de la democracia, una de las metas del empuje de izquierda de años atrás y que precisamente el progresismo abandonó. Aquella incluía, por ejemplo, hacer efectiva la participación ciudadana en la política y mejorar la institucionalidad partidaria. Sin embargo, una vez en el gobierno, el PT de Brasil tuvo un desempeño muy limitado: en unos casos volvieron a usar los sobornos a los legisladores (recordemos el primer gobierno del PT con el mensalão); persistió el verticalismo partidario (por ejemplo, con Lula eligiendo a su “sucesora”); se desmontaron experimentos vigorosos (como los presupuestos participativos); y se usaron las obras públicas en una enorme red de corrupción al servicio de los partidos políticos. El caudillismo partidario se repitió en otros progresismos (como en Ecuador, donde Rafael Correa eligió a su sucesor, o en Argentina donde lo mismo hizo Cristina F. de Kirchner).
Es evidente que una renovación de las izquierdas debe aprender de esa dinámica, y no puede renunciar a democratizar tanto la sociedad como sus propias estructuras partidarias. Si no lo hace, solo facilita el surgimiento de oportunistas. Las estructuras políticas de izquierda deben, de una vez por todas, ser dignas representantes de sus bases y no meros trampolines desde los que ascienden figuras individuales, con claros rasgos caudillescos, o simples técnicos que están buscando su próximo puesto de trabajo. Reconozcamos también que un hiper-presidencialismo es una trampa, ya que si la derecha llega al palacio de gobierno será todavía más difícil removerla.
Renovación de las izquierdas
El triunfo de la extrema derecha en Brasil debe ser denunciado y enfrentado en ese país, como también deben fortalecerse las barreras que impidan otro tanto en los países vecinos. El caso brasileño además muestra que se debe analizar lo realizado por los gobiernos del PT, por sus aspectos positivos, por su duración (recordemos otra vez que ganaron cuatro elecciones), pero también por sus contradicciones.
Observando desde los Andes, emergen algunas lecciones. Las alertas sobre la deriva de ese partido y algunos aliados hacia un progresismo que se alejaba de la izquierda fueron desoídas. Cuestionamientos sobre temas fundamentales como el “nuevo desarrollismo” primarizado fueron no sólo desatendidos, sino que además activamente se combatieron los debates y ensayos en las alternativas al desarrollo. Por momentos la situación se asemejaba a la peruana, donde muchos actores sostienen que no existen alternativas posibles a la minería, por ejemplo. Además, distintos actores, tanto dentro de esos países como desde el exterior, aplaudían complacientes incapaces de escuchar las voces de alarma, con el pretexto perverso de no hacerle el juego a la derecha. Esto no debería ocurrir en los demás países, y es necesario, incluso indispensable, promover ese tipo de debates, enfrentarlos con madurez y respeto, y desechar cualquier dogmatismo.
Una izquierda que tiene que ser renovada, en tanto ella tampoco puede caer en sus viejas contradicciones, como negar la problemática ambiental, asumir que todo se solucionará con estatizar los recursos naturales o los medios de producción, desatender sus vicios patriarcales o ser indiferente a la multiplicidad cultural expresada por los pueblos indígenas. Esa nueva izquierda tendrá necesariamente que concretar una amplia coordinación que aglutine todas aquellas fuerzas sociales que, desde diversos ámbitos y con diferentes enfoques, comparten los mismos objetivos. No es fácil, pero la experiencia brasileña muestra claramente que se deben abandonar individualismos y egoísmos que tanto debilitan a los grupos que podrían ser los portadores de la gran transformación.
La renovación de las izquierdas debe asumir la crítica y la autocrítica, cueste lo que cueste, para aprender y desaprender de las experiencias recientes. Se mantienen conocidos desafíos y se suman nuevas urgencias. La izquierda latinoamericana debe avanzar en alternativas al desarrollo, debe ser ambientalista en el respeto a la Naturaleza y feminista para enfrentar el patriarcado, persistir en el compromiso socialista con remontar la inequidad social, y decolonial para superar el racismo, la exclusión y la marginación. Todo esto demanda siempre más democracia.
Notas
1. Sobre la distinción entre izquierdas y progresismos, ver por ejemplo, La identidad del progresismo, su agotamiento y los relanzamientos de las izquierdas, E. Gudynas, ALAI, 7 octubre 2015, https://www.alainet.org/es/articulo/172855
2. Véanse por ejemplo los detallados análisis de Lena Lavinas, tales como The takeover of social policy by financialization. The Brazilian paradox, Palgrave McMillan, 2017; y en colaboración con D.L. Gentil, Brasil anos 2000. A política social sob regencia da financierização, Novos Estudos Cebrap, 2018.
*Eduardo Gudynas es investigador en el Centro Latino Americano de Ecología Social en Uruguay.
*Alberto Acosta fue presidente de la Asamblea Constituyente de Ecuador y candidato a la presidencia por la Unidad Plurinacional de las Izquierdas.
El texto es parte de una serie de análisis sobre las implicancias de los cambios políticos en Brasil en distintos países, iniciada con publicaciones en el semanario Voces (Uruguay), el suplemento Ideas de Página Siete (Bolivia), el portal Desde Abajo (Colombia), y el portal Wayka.pe (Peru).