Hasta cuándo iremos a aguantar el argumento perverso de que no somos Suiza («Europa» o algún país nórdico -nunca Portugal, España…), cada vez que hay la necesidad o iniciativa de proteger o mejorar cualquier condición de vida de las mayorías.

No importa de qué se trate, -he ahí lo perverso-, porque se amolda a fines conservadores para cuestiones sexuales y afectivas (se oponen al aborto, a la distribución gratuita de anticonceptivos y pastillas del día siguiente, al matrimonio igualitario, a la adopción infantil de parte de parejas homoafectivas, etc.), pero sirve también para objetivos ultraliberales en lo laboral-económico (no podemos llenar tantos formularios, no podemos actualizar los salarios, no podemos atender los protocolos, no podemos justificar despidos, no me cobren esos impuestos porque doy trabajo, no me fiscalicen porque doy trabajo, no me multes porque doy trabajo, rescátame porque doy trabajo, espera sentado a que te pague los impuestos -doy trabajo-).

No han dejado gastar en Salud y Educación a lo largo de las últimas cuatro décadas, había que ahorrar, no hay plata, hay que aguantarse. Se hizo a costa de la vida de la gente porque los que pudimos pagar, con esfuerzo o sin él, pagamos.

Desde esa seguridad es muy fácil decir que hay que ahorrar, que se aguanten otros. El resto pagó con su vida la capacidad de ahorro porque “pobre calidad educativa” significa deficiencia en el desarrollo cognitivo e inhibición en el desarrollo de la personalidad; y “pobre atención en salud” implica una exigua cultura de prevención y normalización de la ausencia de instituciones, materiales y personal sanitario.

Bacán tener respaldo y dar subvenciones, muy bien esa capacidad de emitir bonos y qué suerte hemos tenido, en verdad, de que Vizcarra mal que bien no sea como los presidentes inútiles de siempre. Pero no se diga «capacidad de ahorro» a secas, como si habláramos en el plano de lo individual. Ha sido capacidad de ahorro a costa de la vida de la gente. Tomará otras décadas revertir los daños en salud y educación. El costo de lo que significó desensibilizarnos y no responsabilizarnos por los destinos de los otros está siendo y será pagado por generaciones. Lo pagaremos todos, el precio es demasiado alto.

Es tiempo de hacer los protocolos y hacer que se respeten. Es tiempo de formalizar a más gente y garantizar sus derechos laborales. El beneficio lo disfrutaremos todos, la informalidad mata demasiado (por contagios, accidentes, inoperancia, etc.). Mientras tanto pensemos algo al estilo de la película argentina Relatos Salvajes. Imaginemos una circunstancia muy latinoamericana para esta señora, donde debamos decirle, al final: «¡Sorpresa, no teníamos plata, no somos Suiza!”. Hagamos una especie de concurso canalla (qué tal poesía, historieta, dibujo y cuento) donde podamos sublimar, a través del arte, la indignación que nos produce este cinismo. Ojalá el gobierno sepa poner un límite a su inconmensurable demanda de precarización, a su voracidad económica a costa de la seguridad laboral. Nos merecemos escuchar un límite, saber que existe un mínimo de cordura en medio de tan grave crisis.