Escribe Carlos Bedoya
La campaña #ConMisHijosNoTeMetas busca que no se hable de sexualidad en las escuelas. Si se logra su propósito, cada vez más escolares encontrarán en la internet referencias sobre prácticas sexuales que mal interpretadas pueden derivar en violencia, abuso o tortura sexual.
No habían pasado ni quince días desde la multitudinaria movilización nacional del #NiUnaMenos, cuando nos enteramos de que en Ayacucho, Lucy Diana (15) moría por la infección generalizada que le causó una violación grupal registrada en audio y video por su propia amiga el 26 de agosto del 2016. Los violadores: varios adolescentes, dos mayores de edad (de 18 y 19) y el resto menores. Todos conocidos por la víctima que antes de morir pudo identificarlos.
Tras el repudio y la condena generalizada llegaron los primeros análisis. Lo más a mano en estos casos es recurrir al perfil psicológico de los implicados. Las etiquetas de sociópata o sadomasoquista siempre son eficaces para calmar las aguas (La República, 2016, septiembre 12), porque es mucho más cómodo levantar el dedo acusador sobre algunos psicóticos (malos elementos), que sobre la sociedad en su conjunto, específicamente en la manera en que nos organizamos para lidiar con el tema de la sexualidad en la adolescencia.
¿Qué estamos haciendo mal?, ¿qué pasó en realidad con Lucy?, ¿es solo un tema de algunos individuos perturbados, o tiene que ver más con la configuración actual de la sexualidad, especialmente en los más jóvenes?
Cultura de la violación
Desde una perspectiva más estructural, la cultura de la violación configuraría una importante pedagogía sobre la sexualidad en el Perú de hoy. Un ángulo distinto para entender el problema, donde el Estado – en particular el ministerio de Educación – tiene un rol fundamental.
Las mujeres aprenden muy pronto que pueden ser violadas y deben administrar ese riesgo en sus rutinas, tanto en espacios públicos, como privados. Los hombres, bajo ese mismo dispositivo, tendrían un deseo sexual incontrolable. Una especie de pene autónomo que no es responsable de actuar si considera que ha sido provocado (Motta, 2016).
Sea más individual o más estructural el meollo del asunto, lo cierto es que las noticias sobre violaciones sexuales en el Perú son pan de cada día. Desde hace años sabemos que el país encabeza las denuncias por violencia sexual en la región (Mujica, 2011, p. 53), y eso nos lleva directamente a ponerle reflectores a la política pública sobre educación sexual integral (ESI) vigente desde 2008, especialmente en un contexto de muy fácil acceso por parte de los jóvenes a contenidos sexuales -algunos violentos- en plataformas y redes sociales a través de la internet.
Uno de esos contenidos es el gang bang. Se trata de una orgía en donde un sujeto satisface sexualmente a otros tres o más sujetos en una misma sesión. En la industria pornográfica heterosexual disponible gratuitamente en la web, incluye altas dosis de dominación y subordinación hacia las mujeres, quienes desempeñan normalmente el rol pasivo ante las cámaras. Para una práctica pornográfica amateur basta un smarthphone.
¿Lo de Lucy fue un intento de gang bang a la fuerza? ¿Eso fue lo que quiso decir la otra joven presente, cómplice de los violadores, cuando dijo que se les pasó la mano? Y si así fuera, ¿se trata de una práctica sexual generalizada entre los jóvenes de la cual solo nos enteramos cuándo alguien muere? En todo caso, ¿dónde y qué aprenden los adolescentes sobre sexualidad en el Perú?
Algunas encuestas
Entre los estudios que buscan dar respuesta a algunas de estas preguntas, podemos citar al del Centro de Investigación Interdisciplinaria en Sexualidad, Sida y Sociedad (Ciisss) de la Universidad Peruana Cayetano Heredia (UPCH) que presentó en marzo del 2016 (1), algunos resultados preliminares sobre una encuesta entre docentes y escolares sobre educación sexual integral (ESI), que incluía también escuelas de Huamanga, la ciudad donde violaron a Lucy (2).
Asimismo, encuestas a estudiantes y público en general sobre ESI, como la realizada por Imasen – Opinión & Marketing Político en el 2013, promovida por el Fondo de Población de Naciones Unidas (UNFPA) y la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) (3).
El 60 por ciento de las escolares encuestadas señalaron que querían aprender más sobre prevención del abuso sexual, tema que según dijeron, no había sido abordado en clase. La otra cara de la moneda son los docentes: 40 por ciento de ellos declaró no haber recibido ninguna capacitación sobre educación sexual integral en los últimos tres años (Ciisss, 2016).
En cuanto a las fuentes de aprendizaje, el 28 por ciento de los jóvenes señala que aprende sobre sexualidad en internet, la TV o la radio en lugar que en la escuela. Solo el 37 por ciento de los casi mil adolescentes encuestados dijo haber recibido algún tipo de aprendizaje sobre sexualidad (Imasen, 2013).
Tomando en cuenta el crecimiento permanente de las tecnologías digitales y de la cobertura de la internet ¿será la pedagogía del gang bang cada vez más influyente en la conformación de la sexualidad de los escolares? Difícil saberlo.
En cualquier caso, la acción estatal tiene que sortear los obstáculos de la ESI para implementarse efectivamente en el país. En esa tarea es útil identificar restricciones presupuestarias o impedir que la priorización de capacidades en matemáticas y lenguaje (prueba PISA) se imponga sobre la educación sexual en las capacitaciones docentes, entre otros aspecto. Sin embargo el problema central no es gerencial, sino político.
El accionar de grupos conservadores y religiosos fundamentalistas bajo la campaña #ConMisHijosNoTeMetas, que se oponen férreamente a la educación pública sobre sexualidad integral es prueba de ello.
Sin una entrada desde lo político perdemos de vista que los obstáculos más difíciles para la ESI tienen que ver con la oposición al reconocimiento pleno de los derechos sexuales y reproductivos de la población. Desde esta aproximación, ¿de qué manera se intenta impedir la implementación de la política pública sobre la ESI en la actualidad?
Como ya es notorio, el discurso y la acción de #ConMisHijosNoTeMetas buscan en el muy corto plazo evitar la implementación de la ESI en el currículo educativo del 2017; y en un horizonte mayor, eliminar definitivamente este enfoque, que incluye la equidad de género, de la educación en sexualidad en el Perú.
El discurso de la “ideología de género”, que llena de contenido la acción de movilización de esta campaña, constituye la manera en que conservadores y religiosos fundamentalistas pretenden que la política pública sobre educación sexual tenga un enfoque moralista, donde la sexualidad es además de peligrosa, inmoral y pecaminosa. Donde la abstinencia es la práctica sexual a enseñar, aunque lo realmente deseable sea no hablar de sexo en las escuelas, lo que le da más espacio a pedagogías en sexualidad como las del gang bang pornográfico, que se encuentra a solo un click de los escolares, y mal interpretado puede derivar en violencia, abuso o tortura sexual.
Educación Sexual
Existen varios enfoques para acercarse a la educación en sexualidad. Uno de ellos, que se encuentra en la base del pensamiento conservador y fundamentalista, ve en ella un problema y a la vez un peligro, tanto social como médico: embarazos no deseados de adolescentes, infecciones de transmisión sexual y otras “consecuencias” del ejercicio de la sexualidad a temprana edad, son juzgadas desde una mirada casi de pecado (Raguz, 2016).
Este enfoque moralista es acompañado por la percepción de que niños, niñas y adolescentes son seres no sexuados, a quienes resulta sumamente difícil y delicado hablar de sexualidad, correspondiendo esto especialmente al ámbito familiar.
Mi visión es muy sencilla y muy básica. Yo soy papá y yo no quiero que ningún tercero, ni un cuarto, ni un quinto, ni profesor, ni nadie, ni profesora, ni nadie, le hable a mis hijas de sexo, sino que sea yo el que les quiero hablar a mis hijas de sexo. Y yo voy a ver en qué circunstancias, cómo lo hago, con la mamá, juntos, separados, en qué ocasión, porque yo creo que el sexo es una cuestión íntima y que tiene que ser muy bien contada, digerida, con paciencia, con tiempo, especialmente cuando estamos hablando de niñitos de 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10 años. Es mi visión. (Phillip Butters, Radio Capital, Lima, 7 de diciembre del 2016)
Desde una perspectiva política, solo habría ciertos ámbitos donde se está permitido hablar de sexualidad. En realidad, más que de prohibir se trata de producir discursos sobre la sexualidad (Foucault, 2014, 19-38) y desde allí hay que entender el discurso de terror que los voceros de #ConMisHijosNoTeMetas y otros religiosos fundamentalistas han diseminado en diversos medios de comunicación sobre una supuesta “Ideología de Género” que pretende homosexualizar a los estudiantes. Se trata de la creación de un pánico sexual entre madres y padres de familia para movilizarlos en contra del currículo nacional de la educación básica regular.
En la acera del frente, se encuentra el enfoque de la educación sexual integral (ESI), que busca ser científica, laica, con enfoque de género, de equidad, diversidad, de derechos sexuales y reproductivos, interculturalidad. Parte del reconocimiento del derecho a la salud, no solo en torno a la reproducción sino a la sexualidad en sí misma (Raguz, 2016).
En el Perú, la educación sexual ha transitado desde un enfoque biológico centrado en las mujeres y en relación estrecha con la demografía, al de la ESI (Ciisss, 2016). El objetivo de los “Lineamientos de Orientación Pedagógica para la Implementación de la Educación Sexual Integral” del Ministerio de Educación (Minedu), que los grupos conservadores y fundamentalistas buscan eliminar, reconoce el derecho de los adolescentes a un ejercicio de la sexualidad responsable y placentero:
Lograr durante el proceso formativo que corresponde a la Educación Básica que las y los estudiantes se desarrollen como personas autónomas y responsables, con conocimientos, capacidades, actitudes y valores que les permitan ejercer su derecho a la sexualidad integral, saludable, responsable y placentera, que considera las dimensiones biológica-reproductiva, socio-afectiva, ética y moral, en el contexto de interrelaciones personales, democráticas, equitativas y respetuosas.
Estos lineamientos fueron aprobados en julio del 2008 y aunque están contenidos en una norma administrativa de mucha menor jerarquía (4) que la de una ley; han logrado mantenerse vigentes, como parte del derecho interno peruano, por más de ocho años hasta la actualidad. Sin embargo, los hallazgos muestran que la mayor parte de mensajes de educación sexual que efectivamente se dan en las aulas se relacionan más con un enfoque moralista, que es lo que buscan precisamente normalizar los grupos conservadores (Cisss, 2016).
Esto puede explicarse desde varios puntos de vista. Desde las políticas públicas, se puede extrapolar el planteamiento que hace Christina Ewig sobre la reforma en salud, observando los legados que han dejado los intereses de los grupos conservadores en la política educativa (Ewig, 2012). Desde lo sociocultural, se puede recurrir a la noción de moral tutelar que desarrolla Guillermo Nugent, donde la voz de la iglesia expresa la pureza y lo esperado en el terreno de la sexualidad, e incluso en los roles de género (Nugent, 2005), lo que influye en los operadores de la educación. Sea como fuere, hasta antes del nuevo currículo nacional, los legados conservadores, el tutelaje, entre otros factores pesaron más que la vigencia de la política pública de ESI.
Precisamente, el lanzamiento de la campaña #ConMisHijosNoTeMetas tiene que ver con la intención del Ministerio de Educación (Minedu) de corregir esta situación para el 2017, lo que se expresa en el nuevo currículo nacional elaborado en el 2016 que transversaliza y prioriza la ESI en los materiales educativos y la formación de docentes y estudiantes.
Si #ConMisHijosNoTeMetas tiene éxito en su empeño no nos sorprendamos de que una de las pedagogías sexuales que más influya en los escolares termine siendo la del gang bang.