Estamos ante otro film peruano donde el marketing de su lanzamiento se vuelve un condimento de ficción. Tras ver Amigos en Apuros, película peruana dirigida a dos manos (o a «dos ojos») por el experimentado cineasta Joel Calero y el conocido actor Lucho Cáceres, su primer trabajo como director, queda un sabor amargo precisamente por todas las expectativas puestas en aquello que consideraron en la campaña como «lo mejor que se haya hecho en cine peruano en comedia».
Lamentablemente, esta premisa optimista no se cumple, ya que estamos ante un film con altibajos, con demasiados personajes anecdóticos que cruzan la vida del supuestamente moribundo Manolo (Cáceres), y que entran y salen, al parecer, con el único fin de cumplir un aspecto publicitario de la película, lo que vuelve precaria la historia y el modo en que se aborda el género de la comedia.
No ha sido un ejercicio difícil descifrar qué partes de la puesta en escena de esta comedia tienen la marca de Joel Calero y cuáles quedaron bajo el ojo del actor Lucho Cáceres. Tampoco es objetivo de este texto desmenuzar el film desde esta intención, ya que el trabajo en equipo permite precisamente generar una obra comunitaria, donde la labor de Calero y Cáceres se hermanan y mimetizan.
Sin embargo, se percibe que el tratamiento de un cine de situaciones no queda del todo trabajado y prima una apuesta más ligera y televisiva, ya que se transgrede una necesidad elemental del cine, y de la comedia, por más absurda que esta sea: el requisito de verosimilitud, de hacer creíble todo lo que vive Fico (encarnado por Christian Thorsen), quien se ve envuelto en las estafas de su mejor amigo Manolo.
Ni la falsa llamada, ni la enfermedad terminal, ni las acciones de la mafia, ni los personajes que aparecen y desaparecen lucen creíbles, es más, ponen en evidencia la consistencia del film amparada en personajes demasiados ingenuos, por no decir estupidizados, y que están al servicio precisamente de situaciones que encabeza Manolo y que llevarán a la felicidad a los involucrados.
En las mejores comedias, ya sean aquellas que se basan en un humor muy absurdo, como la de los hermanos Farrelly (Loco por Mary, Amor ciego), hasta las malas, aquellas firmadas por los hermanos Wayans, esta pérdida de la verosimiltud no sucede (para mencionar dos ejemplos estadounidenses comerciales).
Menciono otro ejemplo, en la argentina Corazón de León, y que Tondero hizo el remake, no nos estamos preguntando mientras vemos el film si el personaje de Franchela es un enano artificial o si nos creemos el cuento de que es un galán «pequeño». Al contrario, los espectadores entramos fácilmente a la lógica del film y nos dejamos llevar por la historia que ofrece y que podría ser «real» (y con esto no afirmo que el film argentino sea notable).
Las referencias de Amigos en apuros, inevitablemente, terminan siendo televisivas, como lo desmenuza un texto de Patricia Salinas en Caretas. Es decir el personaje que interpreta Lucho Cáceres encuentra sus ecos en la pantalla chica antes que evocar a referentes cinematográficos en sí. Lo que no tendría que ser en un desperfecto del film, sin embargo, estos elementos (de una puesta teatral, de personajes caricaturescos planos, de una banda sonora de sketch) no logran cuajar entre ellos. Pareciera que en este tipo de comedias, como otras del panorama nacional, se considera que los personajes solo pueden ser caricaturas.
Más bien el género de la comedia en el Peú se vuelve cada vez en objeto de análisis, por cómo los cineastas y productores entienden el género, de cómo se va ubicando en el uso del slapstick, del juego de palabras, de la payasada, de la criollada o del verbo crítico y satírico (casi nada explorado), liado al reflejo social del ser peruano. Se percibe en Amigos en apuros una apuesta visual distinta, de adoptar la idea de un micromundo artificial, divertido, inusual, sin embargo, la concepción misma de la comedia que asume, quizás sea su más grande traba.