Cada año más de medio millón de mujeres se enfrentan al momento de dar a luz en nuestro deficiente sistema de salud. Casi nunca se les consulta sobre cómo se sintieron durante su parto, y en cómo el cuarto de un hospital puede llegar a ser una pesadilla para ellas.

Lucía Castro*

“Es una niña” le dijo el doctor. Johana al escuchar el sexo de su bebé no sintió ningún entusiasmo, pues será madre soltera, está sin empleo y tendrá que parir en medio de una pandemia. Conforme pasan los días ella sigue con una misma pregunta en la cabeza: “¿A qué me estoy arriesgando yendo a un hospital?”

El miedo al contagio en los hospitales es algo que invade la mente de muchas gestantes. Desde que empezó la cuarentena y hasta fines de abril, se han registrado 53,837 nacimientos, según cifras del Ministerio de Salud (Minsa). 

Las mujeres embarazadas se han enfrentado al dilema de tener que acudir a un hospital o clínica sin un protocolo de protección contra el COVID-19, puesto que, la Directiva Sanitaria 097 para las mujeres en periodo de gestación recién fue aprobada un mes y medio después del inicio del estado de emergencia. 

Sin embargo, la mala atención no es algo nuevo. Durante el tiempo que Johana asistió al Hospital Arzobispo Loayza para hacer su control prenatal pasó por malas experiencias. “La atención no es empática, inclusive la doctora que me atendió al inicio fue totalmente agresiva, me dijo: si quieres te atiendes, si no te puedes ir”, afirma.

La violencia obstétrica es un tipo de violencia de género que afecta a las gestantes al momento del parto, y se viene normalizando por años. A pesar de estar considerada dentro del “Plan Nacional contra la violencia de género 2016 – 2021” del Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables, todavía no se ha realizado ninguna ley o norma técnica para erradicarla. 

Valerý y Samantha. Foto: Lucía Castro

***

—¿Cómo te sentiste en tu parto? 

—Horrible, sentía que me iba a morir. 

Valery llegó con dos de dilatación al Hospital de la red de ESSalud Marino Molina. Estuvo en una cama de ese hospital por cinco horas, donde más que dolor por las contracciones, sintió terror y soledad.

Apenas llegó le inyectaron oxitocina para acelerar su dilatación, y después de cinco horas ella ya estaba en nueve. “Yo gritaba. Ellas desde una esquina me decían que me calle porque sino iba a nacer mal mi hija. Recién cuando me vieron llorando me revisaron”.

Dos obstetras -al ver que Valery estaba lista- la trasladaron caminando a la sala de parto. La subieron a una camilla y le acomodaron las piernas. Una obstetra se subió a una silla para presionar su vientre, mientras la otra realizaba un corte en el perineo (llamado episiotomía) sin avisarle. Finalmente, su cuerpo sirvió de modelo para que una estudiante practicara en la sutura de su episiotomía. 

En su momento, Valery calificó este suceso como una “mala atención” porque le habían gritado e ignorado cuando ella quería ir al baño. Sin embargo, un año después se enteró de que el empuje que realizaron en su vientre -el cual calificaron de “ayuda”- era la maniobra de Kristeller, y que la episiotomía (por la que quedó internada una semana debido a una mala sutura) pudo ser evitada.

***

Suena lógico imaginar que una madre se puede escapar de este problema recurriendo a una clínica privada (donde se supone que la atención es de mayor calidad), tal como lo hará Kiara, una gestante de ocho meses con un nivel socioeconómico alto. 

Pero a pesar de poseer ese privilegio, el problema de la violencia obstétrica también se puede vivir en estos lugares. Un claro ejemplo es el negocio de las cesáreas, el cual ha ido aumentando en los últimos años. El porcentaje ideal de este procedimiento en un país, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), está entre el 5% y 15%. 

Sin embargo, cifras del INEI del 2018 nos muestran de que en el Perú un 34% de los partos institucionales se dan por cesárea. Incluso el porcentaje se eleva en las gestantes que pertenecen al quinto superior de riqueza (62,5%) en relación a las gestantes del quinto inferior (13,5%).

***

‘Adela’ (llamémosla así porque decidió mantener su anonimato) trabaja como obstetra en una clínica privada de Lima. En un día normal la clínica puede amanecer con cuatro gestantes en proceso de dilatación. A primera hora llega la jefa y quiere que para el mediodía todas ya hayan dado a luz. Eso significa que las obstetras deben de completar la dilatación como sea. 

“Las chorrean de oxitocina y les rompen la membrana. Se alocan, se desesperan y gritan. Los esposos al verlas así pide que se les haga la cesárea, pero si hubieran esperado el tiempo necesario no hubiesen llegado a ese procedimiento”, menciona.

En un proceso de parto natural la paciencia y la espera son esenciales. Según la OMS, no se ha establecido un tiempo determinado de dilatación, y es recomendable hospitalizar a una mujer en 4 cm de dilatación, para que el tiempo de espera en un hospital no sea demasiado.

“La paciente puede ingresar con dos de dilatación, pasa un día y recién está en cuatro; entonces ellas dicen: “pero estoy desde ayer”, cuando realmente están ahí de manera innecesaria. En todas esas horas ellas se estresan porque no avanza la dilatación, y al final las convencen para la cesárea. ¿Y por qué las ingresan antes? Porque tienen que asegurarse de que la mujer dé a luz allí”, expresa.

Para Pilar Robledo, lingüista con especialidad en antropología, autora del libro “Mamá Betty: Un largo andar por el camino de la obstetricia” e investigadora desde hace 20 años sobre la violencia obstétrica, esto es un problema sistemático y sistémico, es decir, se repite en todas partes y todo el tiempo, sin importar de qué sector sea (privado o público). 

“En la parte pública, debido a la débil institucionalidad de nuestro Estado, nos hemos acostumbrado a que si nos toca un “doctor bueno” es cuestión de suerte. La atención adecuada durante la gestación y el parto no debería depender ni de la “suerte” ni del poder adquisitivo de una persona”, comenta. 

Para la destacada investigadora en las clínicas existe una forma de coacción potente: el miedo. “Basta que te digan que si tú no haces algo bien, tu hija o tu hijo se muere, para que el pánico se apodere de ti. Es la vida o la muerte. Si lo ponen así tú aceptas todo y no vas a cuestionar nada”, enfatiza.

***

¿Cúal es el paso inmediato para solucionar este tipo de violencia? Esa pregunta se hicieron Ila Chirinos y Ruth Espinoza, dos obstetras feministas que apenas empezaron a tener contacto con las madres en sus prácticas profesionales se cuestionaron los métodos que se usan en el “campo”. Para ellas hablar del tema y dejar de normalizar estas malas prácticas es un avance importante.

Ila hizo su Servicio Rural y Urbano Marginal (SERUMS) hace cinco años, y este le permitió conocer la realidad de las gestantes de un distrito alejado de Huaral, en un centro médico donde el hospital más cercano está a dos horas en auto. 

Para atender un parto, una obstetra debe tener al menos once materiales (entre instrumentos quirúrgicos y medicamentos). Ila solo poseía cinco cuando la gestante que tenía a su cuidado estaba por dar a luz en una posta a 3280 msnm. “Después de que naciera el bebé, solo me dediqué a darles calor. Ese suceso fue el mayor acercamiento que tuve con un trato totalmente diferente que se le puede dar a una gestante”, expresa Chirinos.

Ruth, obstetra especialista en educación prenatal, tuvo una experiencia diferente. En el SERUMS conoció a una gestante que había tenido a todos sus hijos en su casa, y estaba por su quinto embarazo. Sin embargo, ella logró convencer a esa madre de dar a luz en el hospital con la promesa de que sería más seguro.

No obstante, en el parto no se cumplió todo lo que ella le había prometido. Le hicieron episiotomía, a pesar de que era su quinto bebé y probablemente no era necesario. Pero lo más grave es que su bebé tuvo una fractura en la clavícula porque le hicieron la técnica de Kristeller.

“Me sentí mal de que al final eso sucediera, en el momento yo no podía hacer nada porque no tenía ningún tipo de autoridad para decir algo”, expresa Espinoza.

Ruth en las sesiones de «Ser Mamá». Foto: Ila Chirinos

***

Ila y Ruth se conocieron en el SERUMS, y se volvieron a encontrar en la misma clínica donde trabaja Adela. En ese lugar, Ila fue llamada “radical” por defender la lactancia materna, y Ruth presenció cómo el desconocimiento de las gestantes puede terminar en violencia obstétrica. Es por ello que se animaron a crear un proyecto que informe a las mujeres sobre este tipo de violencia. 

“Consideramos de que ellas (las gestantes) son nuestras mejores aliadas, porque las mujeres al empoderarse, al saber sus derechos, van a disminuir este tipo violencia que podrían sufrir”, enfatiza Ila.

“Ser mamá” es el nombre que eligieron para su proyecto, allí llevan a cabo la psicoprofilaxis obstétrica, el cual es un proceso educativo donde las gestantes reciben información valiosa e integral sobre todo el procedimiento del parto y sus derechos como madres (algo que muchas mujeres han dejado de recibir debido a la pandemia), y además abordan el tema de la violencia obstétrica .

El proyecto se presentó en veinte municipalidades, pero solo fue aceptada en tres: La Victoria, Ate y Santa Anita. Algunas municipalidades no aceptaron por desconocimiento del problema. Otras -cuidando su imagen- no querían meterse en temas de violencia de género. 

Las sesiones de “Ser mamá” fueron reveladoras para las gestantes. Cuando Ruth e Ila explicaban sobre los peligros de la técnica de Kristeller, una de ellas reconoció que le habían realizado eso en su primer parto. 

“El bebé de la gestante murió a las horas de nacer, y la razón no fue exacta. Ella había llevado sus clases de psicoprofilaxis, pero en ese momento se sintió perdida porque el personal médico le estuvo gritando todo el tiempo de que ella no estaba pujando bien”, cuenta Ruth. 

Durante siete años -y a pesar de que aquella gestante iba a terapia- se seguía sintiendo culpable, pero al escuchar que la violencia obstétrica pudo provocar la muerte de su bebé, sintió un alivio al saber que quizás no había sido su culpa. En ese instante, Ila y Ruth se dieron cuenta de que no solo basta con informar a la gestante. Se necesitan leyes y políticas que empiecen a sancionar este problema.

La necesidad de una ley

Los procedimientos de rutina sirven adecuadamente cuando nos vamos a sacar un análisis o hacer un chequeo, pero no sirve en una gestante, ya que cada cuerpo es diferente. 

Un caso sobre este tema es el de Yolanda Tito, quien llegó con nueve de dilatación, y aún así le pusieron oxitocina “¿Para qué me pusieron eso? Es absurdo. Tienes que estar tan robotizado para poner oxitocina a una mujer en nueve de dilatación”, menciona.

Yolanda es abogada especialista en derechos humanos y activista en “La Liga para la Libertad del Parto”. Cuando se enteró de que iba a ser madre se cuestionó e investigó sobre la violencia obstétrica. 

Al momento de su parto Tito conocía todos sus derechos; no obstante, vivió en carne propia este tipo de violencia. “Yo sé que hay muchas mujeres que conocen el procedimiento, pero a veces cuando estás metida en el aborigen de la violencia no te das cuenta, yo vi la situación y solo dije: bueno, ya está”, comenta.

A raíz de ese suceso, ella entendió que este tema no ha sido atendido a nivel médico ni jurídico. Y cree firmemente que se debe de implementar políticas públicas que regulen y sancionen el mal accionar de cierto sector del personal médico, que vulneran derechos como el de la información, el trato digno, la salud, el libre desarrollo de la personalidad, la no discriminación y una vida libre de violencia.

Dentro del país hay indicios de que se quiere abordar este tema, pero aún no es con la fuerza que se necesita. En mayo del 2015 en el Congreso de la República se aprobó el proyecto de Ley a favor del “Parto Humanizado” (Proyecto N° 1158/2011-CR) que contó con un dictamen favorable en la Comisión de Salud de ese entonces. Sin embargo, han pasado seis años y el proyecto de Ley sigue esperando su pase al Pleno para ser discutido. 

Compañías necesarias

Entre otras cosas, esta Ley considera el derecho a un acompañante. Para la investigadora Pilar Robledo la función de éste es fundamental para darle apoyo emocional a la mujer y supervisar el proceso del parto, puesto que es un momento de vulnerabilidad debido al ambiente hostil que se podría percibir en un hospital o clínica. 

Un ejemplo es el caso de Yolanda Tito, donde su esposo pudo lograr que no le hicieran la técnica de Kristelle, debido a que estaba tan informado como su pareja en todo el proceso del nacimiento.

Con el acompañamiento, Adela y un esposo evitaron que una madre llegara a cesárea. “Ella gritaba y se desesperaba, el esposo me decía que vaya a verla. Yo la orientaba con la psicoprofilaxis, le decía que tome aire, cierre los ojos, hablándole cada vez que venía la contracción, pero cada vez que me iba con otra paciente ella gritaba. Me pedía cesárea, yo le decía que ella iba a poder. Al final, salió el parto en su tiempo. Sí se puede dar un parto normal, pero depende mucho del soporte emocional que se le da”.

La educación obstétrica

Dentro de las universidades la violencia obstétrica estuvo oculta por años, y no se enseñaba sobre sus peligros. La directora de la Escuela Académica Profesional de Obstetricia de la Universidad Nacional Mayor San Marcos, Zaida Zagaceta, menciona que en los últimos cuatro años sí se ha incluido este tema dentro de la currícula.

“Lo que estamos profundizando es la atención del parto natural sin actitudes violentas. Tan es así que la episiotomía de rutina ya está quedando descartada porque el parto es algo fisiológico”, enfatiza.

Estudiantes de la universidad afirman que el tema de la violencia obstétrica se discute regularmente dentro de las clases. “Las docentes tienen muy claro el tema, y nos recalcan que no debemos tratar mal a las gestantes”, expresa Angie Espinoza, estudiante de cuarto año de San Marcos.

Empezar por la educación es un cambio a largo plazo. No obstante, la especialista Pilar Robledo indica de que para comenzar a erradicar este tipo de violencia también hace falta un observatorio de violencia obstétrica, y que se ponga este tema en el debate público. 

La inmovilización social obligatoria culminó en Perú luego de 107 días, en ese lapso Kiara terminó teniendo un por cesárea -a pesar de que ella deseaba dar de manera natural-, y Johana no tendrá otra opción que parir en el mismo lugar donde ha pasado por malas experiencias, y en el cual si no eres COVID positivo, no eres prioridad. 

*Estudiante de periodismo en la UNMSM. Ganadora del primer lugar en el concurso «Comunicación por la igualdad de género: Hablemos de la violencia obstétrica y la maternidad infantil» en la categoría estudiantes, organizado por Católicas por el Derecho a Decidir y La Factoría.