Milton López Tarabochia

Foto portada: Handrez García

Entre el 2001 y el 2016, la región peruana de Ayacucho no pudo cubrir su demanda hídrica. Sin embargo, esto cambió desde que un grupo de hermanas organizaron a su comunidad y esta ahora aporta hasta un 20% del volumen de agua que se consume en toda la región. La técnica hidraúlica ancestral se llama siembra y cosecha de agua.

“Nosotros siempre hemos sido un pueblo muy rebelde. Tanto así que como no dejábamos tranquilo al inca Huayna Capac, por eso nos mandó aquí. Que es como un desierto”, dice Marcela Machaca, una de las hermanas fundadoras de la  “Asociación Bartolomé Arispaylla” (ABA), organización comunal indígena que ha logrado, junto a la comunidad de Quispillacta (región  Ayacucho), edificar lagunas solo con elementos naturales para ayudarlos en el acceso al agua. Hablamos de las qochas o cochas andinas.

Los ciudadanos locales utilizan las cochas como reservas de agua permanentes, pese a que obtienen el recurso hídrico solo de la lluvia estacional, advierte Marcela. Este tipo de lagunas ayudaron a que la población tuviera agua, mientras sus fuentes naturales del pasado, los nevados, desaparecen.

Según el Instituto Nacional de Investigación en Glaciares y Ecosistemas de Montaña (Inaigem), el Perú redujo en 1.100 kilómetros cuadrados su superficie glaciar total en el 2016 respecto a 1962, año en que se realizó su primer inventario de glaciares. Es decir, en 54 años el país ha perdido más del 50% de toda su superficie glaciar.

Cocha elaborada por los ciudadanos de Quispillacta y miembros de ABA. Photo credit: Milton López.

El año pasado ABA obtuvo el segundo lugar en el Premio Nacional Cultura del Agua. En 2014 la misma organización con la comunidad de Quispillacta recibieron el Premio Nacional Ambiental en la categoría de Gestión del Cambio Climático por la “siembra y cosecha de agua de lluvia frente a la reducción de humedad del suelo y de la recarga hídrica de acuíferos en cabecera de cuenca”.

La siembra y cosecha de agua es la adaptación de los vasos naturales que se encuentran en las tierras altas para almacenar el agua proveniente de la lluvia hasta lograr que esa depresión se vuelva una laguna permanente. Para afirmar estas represas naturales usan restos de pescados; la planta local de ichu; rocas; algas locales. Ningún tipo de cemento o armazón moderno es usado en el proceso.

Los actuales habitantes de Quispillacta aprendieron a construir lagunas de sus antepasados andinos en un ambiente a más de 3.000 msnm donde viven. El área es una mezcla de ecosistemas predominantemente fríos y desérticos: la serranía esteparia, la puna y los altos Andes.

Un pueblo sin agua

Debido al éxito de la siembra y cosecha de agua en Quispillacta, el Estado creó en 2017 la Unidad Ejecutora “Fondo Sierra Azul”, la cual promueve la construcción de infraestructura hidráulica ancestral como solución a la crisis del agua por el cambio climático a nivel nacional. La Unidad tiene proyectado para este año tener 1.200 cochas (como se les llama en los Andes a las lagunas) a nivel nacional.

“Ayacucho es seco. Antes teníamos nevados y ya no”, declara el responsable de la oficina desconcentrada de servicios de la Superintendencia Nacional de Servicios de Saneamiento Ayacucho (Sunass), Dersi Zevallos Molleda.

La Sunass es el regulador de los servicios de saneamiento a nivel nacional.  En Ayacucho, regula a la empresa prestadora (EP) Seda Ayacucho S.A, proveedor de agua potable a la ciudad de Huamanga. Eso es posible gracias a la gran represa de Cuchoquesera, la cual tiene una capacidad de almacenaje de hasta 80 millones de metros cúbicos. Esto es suficiente para abastecer a una población total de 616.176 personas.

Las piedras son usadas para reforzar y encauzar los límites de la cocha o laguna. Photo credit: Milton López.

De acuerdo con Zevallos de la Sunass, la ciudad de Huamanga consume aproximadamente el 20% del volumen de la presa Cuchoquesera, que son abastecidas por las cochas hechas por la población de Quispillacta junto a ABA. Es decir, un promedio de 16mil metros cúbicos. Es decir, un promedio de 16.000 metros cúbicos. Según información proporcionada por Oswaldo Rosas, responsable de la Unidad Sierra Azul en la región Ayacucho, hasta setiembre del 2018 se tenían registradas 60 de estas lagunas en toda la región.

Dersi Zevallos recuerda que si bien entre el 2017 y el 2018 se ha cubierto la demanda hídrica de la población ayacuchana,eso no pasó entre el 2001 y el 2016. “Es el cambio climático. Teníamos nevados y ya no. La cultura Huari también sufrió una sequía como nosotros”.

Jesús Gómez López, director de Investigaciones en Glaciares del Instituto Nacional de Investigación en Glaciares y Ecosistemas de Montaña del Perú (Inaigem), afirma que el Perú tenía antes del año 1962, 20 cordilleras con glaciares. Sin embargo, debido al calentamiento global y al nivel de sobreexposición al sol que tenían dos cordilleras, estas desaparecieron. En los próximos 10 años, cuatro cordilleras también perderán sus glaciares.

 Recuerdos de familia

“La gente se ganaba la vida como cargador. Recogían un poco de monedas y compraban un poco de alimento en la ciudad. La sopa solo era con un poco de morón y sal. Algo de grasa de animal. Eso no tenía nada de nutrientes. Por eso los niños (de ese tiempo) han crecido desnutridos”, recuerda Lidia, la más joven de las hermanas Machaca, sobre cómo se vivía el hambre entre 1970 y 1980 en Ayacucho.

Luego las Machaca fundaron ABA a inicios de los 90. “Cuando volvimos (a Quispillacta) intentamos tejer todo aquello que se había roto. (Cuando fuimos) escarbando encontramos que no había sabiduría. Aparte, la organización comunal se ha quebrado. ¿Cómo fuimos tejiendo? Acudiendo a las personas mayores que han quedado (vivas). Les preguntábamos, ¿cómo se hacía esto o aquello? Ellos eran nuestro punto referente para rehabilitar todo”, relata orgullosa, Lidia.

Y aún siguen en esa lucha. “Hay una aceleración del cambio climático, eso exige una aceleración de actitudes. La esperanza está en pueblos como Quispillacta. La sociedad moderna puede aprender de comunidades como las nuestras.”, sentencia Marcela.

*Esta historia fue realizada gracias a la beca Sustainability Solutions Stories Fellowship de Climate Tracker y One Earth.