En los próximos días, el Congreso deberá decidir si amplía o no la moratoria que impide el ingreso y producción de transgénicos.
¿Debemos permitir el cultivo de organismos genéticamente modificados, porque si no quedaremos rezagados en una nueva revolución tecnológica? O por el contrario, ¿debemos rechazar los transgénicos porque ponen en peligro nuestra mega biodiversidad?
Ante cada nueva tecnología, aparecen aquellos que nos dicen que “sí o sí” debemos adoptarla en nombre de “La Ciencia” y el progreso. Pero ya a estas alturas, no podemos dejarnos llevar de las narices por este tipo de discurso: toda tecnología puede tener consecuencias, y hay que tomárselo con calma.
Al mismo tiempo, tratar este tema hoy se vuelve muy delicado, porque estamos en medio de un agresivo ataque contra “la ciencia” desde varios flancos: desde los antivacunas hasta los que rechazan las mascarillas o no creen en la existencia del coronavirus. ¿Se puede tener reparos frente a los transgénicos sin caer en la “anticiencia”? Eso intentaremos.
Para empezar, una cosa debe quedar clara: los transgénicos NO SON “La Ciencia”; son una tecnología. Yo no me puedo oponer, por principio, al conocimiento científico, que considero un instrumento para la liberación humana. En cuanto a la tecnología, eso es harina de otro costal: no hay tecnología neutra, todas las tecnologías sirven para hacer cosas, y no siempre nos preguntamos para qué cosas van a servir.
Así pues, si tenemos ante nosotros una tecnología, debemos preguntarnos: ¿para qué sirve?, ¿la necesitamos?
Se nos dice que los cultivos transgénicos aumentarán la productividad agrícola, permitiendo que se produzcan más alimentos y así acabar con el hambre en el mundo. Suena muy interesante, pero entonces debemos preguntarnos: ¿necesitamos producir más alimentos?, ¿hay, en el Perú o en el mundo, un déficit de producción de alimentos? La respuesta es simple: NO. Según la FAO, un tercio de la comida producida en el mundo se desperdicia: casi la mitad de las frutas y verduras, el 30% de los cereales y el 20% de la carne que se produce termina en la basura.
La razón principal es muy simple, y se llama desigualdad social. Algunos pueden comprar comida en exceso y botar lo que no llegaron a consumir a tiempo, mientras otros no tienen dinero suficiente para garantizar tres comidas diarias.
Así pues, el problema de la agricultura y de la producción de alimentos no es un problema de productividad. Es un problema de distribución y de justicia, y para resolverlo la tecnología genética no tiene nada que aportar. Con el actual sistema, podríamos aumentar la productividad y aún así seguir botando comida a la basura y seguir teniendo personas con hambre.
Entonces, ¿para qué necesitamos los cultivos transgénicos? Esa es la pregunta del millón.
Transgénicos commodites
Quizá nos ayude al debate saber que algunos de los principales productos agrícolas transgénicos son al mismo tiempo commodities [materias primas o bienes de uso comercial en el mercado internacional] de exportación como la soya, el maíz, el arroz o el trigo.
En efecto, algunos de los mayores impulsores los transgénicos son los empresarios de la gran agroexportación de escala industrial. Pero ¿en verdad queremos cultivar soya transgénica que se expande sobre la deforestación de la selva, como ocurre en Brasil, Argentina y Bolivia?, ¿para qué?, ¿para alimentar a los chanchos y vacas de China, el principal importador global de soya? ¿En serio?, ¿ese es el modelo agrícola que queremos reforzar para el futuro?
Nos dicen que “estar en contra de los transgénicos es estar en contra de la ciencia”. Pero la ciencia climática nos dice que el modelo global del mercado de alimentos debe cambiar. Si queremos evitar los peores escenarios del cambio climático, debemos dejar de depender de un sistema que desperdicia muchísima energía trasladando commodities de un extremo a otro del mundo, y debemos construir modelos más autosustentables y consumir más productos locales.
Así pues, no podemos confundir el interés de las agroexportadoras a gran escala con el interés del país, ni mucho menos con el interés de “la ciencia”.
Otro de los intereses detrás de la industria de los transgénicos es, obviamente, la de las patentes. ¿En serio queremos una agricultura que dependa de la propiedad intelectual de las semillas?
¿Negativos o peligrosos?
Ahora bien, ¿todo esto significa que los transgénicos en sí mismos son negativos, o peligrosos? No necesariamente.
Como decíamos al inicio, los transgénicos son una tecnología, y como tal todo depende de para qué es que se quieren usar, para qué necesidad concreta sirven. ¿Hay una variación genética de la papa que permite mejorar la productividad de los pequeños campesinos? Interesante, investiguemos sus posibles beneficios y sus posibles riesgos. Pero ojo: aún en este caso, la primera pregunta sigue siendo ¿lo necesitamos? El precio irrisorio de la papa ya es muestra de que los campesinos producen mucho y los consumidores no compramos suficiente. Una liberalización de los transgénicos podría incluso empeorar esta situación si se introducen cultivos de trigo que aumentan el rendimiento y abaratan aún mas los fideos, un carbohidrato que es competidor directo de la papa en el menú familiar. Así es de complejo: “la ciencia” no puede hacer abstracción de las dinámicas del mercado y pretender que una tecnología va a traer bienestar en general.
Especulemos: ¿Se puede producir una variación genética que permite reducir el uso de agua de un cultivo? ¿Otra que permite cultivar ciertos productos en altitudes mayores, o en zonas desérticas o muy frías, o en laderas empinadas, reduciendo así la presión agrícola sobre la selva? ¿Hay una modificación genética que permite que ciertos árboles absorban mayor cantidad de carbono, contribuyendo así a la lucha contra el cambio climático?
Muy bien, investiguemos. Sería difícil decir a priori que “no” a esos cultivos Sin embargo, también sería difícil afirmar que los transgénicos son la única solución técnica. Por lo general, y esto también es clave, siempre hay varias soluciones técnicas posibles, y por lo tanto alguien toma una decisión que no es neutra. ¿Queremos usar menos agua en los cultivos? Bueno, la tecnificación del riego ayuda mucho y en eso aún estamos muy rezagados. ¿Queremos producir más en menos espacio físico? Bueno, hay interesantes sistemas de producción en estructuras verticales que permiten multiplicar el área de cultivo.
La decisión sobre cuál alternativa técnica es la mejor debería depender de cuál es la que menos peligros o impactos conlleva. Por eso es que ahora se habla del principio precautorio, que significa básicamente actuar con precaución. Y aquí regresamos a la ciencia: el Perú necesita ciencia si quiere tener transgénicos, y no al revés. No es que los transgénicos nos van a traer el avance científico, eso es poner la carreta delante de los caballos.
Tareas urgentes
Primero, necesitamos ponernos de acuerdo sobre si los transgénicos son realmente necesarios para el modelo de desarrollo agrícola que queremos. Luego, si estuviéramos de acuerdo en ello, deberemos invertir de manera seria y consistente en capacidades científicas. Y recién entonces, cuando estemos seguros de que podemos rastrear, monitorear, controlar adecuadamente los eventuales impactos -por ejemplo, la eventual contaminación genética- recién podríamos autorizar esos cultivos.
Pero en 10 años de moratoria, poco de esto se ha hecho. No podemos ni rastrear a los enfermos de COVID-19, no podemos ni siquiera determinar las responsabilidades de la contaminación minera en miles de personas que viven con metales pesados en su sangre, ¿y queremos aprobar los cultivos transgénicos? No hemos discutido sobre qué tipo de agricultura queremos, seguimos haciendo obras de riego faraónicas que benefician a la gran agroexportación de la costa mientras la agricultura familiar que alimenta al país está abandonada a su suerte, seguimos permitiendo la expansión agrícola sobre la selva, ¿y vamos a permitir cultivos que afianzarían aún más un modelo agroindustrial insostenible? ¡Ciencia, cuántos crímenes se cometen en tu nombre!
El Perú necesita ampliar la moratoria, no por “miedo” a los transgénicos, sino porque aún no hemos discutido para qué realmente necesitaríamos esa tecnología, qué modelo agrícola queremos; y porque no hemos invertido suficiente en desarrollar las capacidades científicas que permitirían manejar adecuadamente sus eventuales impactos ambientales.