Este 25N, Día de la Eliminación de la Violencia Contra la Mujer, evidenciamos la situación de violencia por la que muchas mujeres pasan día a día. Revictimizadas por la Policía que no acepta sus denuncias, por la sociedad que impone vergüenza sobre las víctimas e incluso por su propio círculo y los ‘amiga date cuenta’, que no comprenden la dimensión de violencia y manipulación en las que están envueltas. Estas son las historias de Beatriz y Katherine.
“Me puede gritar a veces, pero al menos no me pega”, es lo que Beatriz piensa cada día. Tiene 64 años, 40 años de matrimonio y toda una vida como víctima de violencia de la que recién hace poco es consciente. Su hermana mayor, Katherine, era violentada físicamente por su esposo hasta que este murió. Por eso, Beatriz siempre pensó que tenía suerte, José no la golpeaba, solo gritaba a veces, pero jamás la había tocado. Podía soportar todos los gritos mientras no se convirtieran en golpes.
Según el Portal Estadístico Aurora, a cargo del Ministerio de la Mujer (MIMP), de enero a octubre de este año se han registrado 118 mil 202 casos de violencia de género. Es decir, cada día alrededor de 394 mujeres en el Perú son víctimas de algún tipo de violencia. Estas cifras son un subregistro de la realidad, pues son muchas las mujeres que nunca se han atrevido a denunciar estas violencias o que encuentran obstáculos para hacerlo.
Beatriz, por ejemplo, no es parte de las cifras oficiales, ya que nunca denunció a José. Su hermana Katherine tampoco figura en este registro, pese a que una vez intentó denunciar a Gustavo, su esposo.
Katherine acudió a la comisaría de Salamanca con evidentes marcas de agresión. Le contó al comisario que Gustavo la había golpeado, pero este solo minimizó lo sucedido y no registró la denuncia. A Katherine le dijeron que como Gustavo estaba ebrio, había sido algo casual, que seguro había hecho algo para provocarlo.
“El alcohol se le ha subido a la cabeza, señora, solo trate de no darle pelea cuando él esté así para evitar problemas”, fueron las palabras del policía que la atendió. Katherine no olvida ese día, porque desde entonces cuestionó lo que sentía. “De repente era mi culpa por haberle reclamado, por haberle gritado por qué gastó tanto dinero tomando si faltaban cosas en la casa. Ya qué podía hacer, mejor me hubiera quedado callada”, comenta. Nunca más intentó denunciar lo que le pasaba.
“Muchas veces se ha enfatizado que si vives violencia tienes que denunciar, pero ese mensaje social de denuncia no funciona en la práctica porque el primer actor, que es la comisaría según la ruta de atención, no atiende y si atiende, atiende mal”, sostiene Nancy Tarazona Erazo, psicóloga en Demus que trabaja con mujeres víctimas de violencia de género.
Por su parte, Sabrina Rodríguez, psicóloga de Manuela Ramos, resalta que la sociedad está moldeada por un sistema en el que los hombres imponen su voluntad y someten los cuerpos y vidas de las mujeres. Esto ha ocasionado que se cuestione a las víctimas buscando que sientan vergüenza y culpa cuando en realidad el foco debería estar en el agresor.
“Este sistema patriarcal permite que el agresor siga violentando, mientras que la víctima es quien tiene que desplazarse, tiene que ocultarse para poder salir del círculo de violencia o incluso tiene que someterse y aceptar lo que está viviendo; muchas veces callando, muchas veces incluso no denunciando porque cree que no va a poder salir de esa situación. Ha visto cómo otras personas que han pasado por estas situaciones de violencia de género han denunciado y en vez de encontrar apoyo se han visto juzgadas y han sido señaladas”, remarca.
De hecho, la Encuesta Nacional sobre Relaciones Sociales (ENARES) 2022 revela que el 58% de peruanos ha normalizado la violencia de género en niñas y mujeres, con una tolerancia muy alta.
Beatriz cuenta cómo los estereotipos de género y los roles impuestos a las mujeres le impedían ver que estaba siendo víctima de violencia. “De niña escuchaba a mi abuela decir que las mujeres debíamos servir al hombre, cocinar lo que les guste, tener todo limpio y ordenado, que no falte nada en la casa. Yo crecí así, aunque luego me rebelé y quise estudiar. Postulé a San Marcos, pero no ingresé. Mi mamá siempre me apoyó, pero como no teníamos dinero no pude intentarlo otra vez. Siempre me arrepiento de eso, porque luego cuando me casé y tuve hijos ya no pude estudiar, solo me dedicaba a la casa”, narra.
Añade que cuando conoció a José, él era muy atento, sabía que Beatriz era muy alegre, que le gustaba salir a bailar con sus amigas y que soñaba con estudiar en la universidad. “Él me conocía, éramos vecinos, pero no nos hablábamos. Cuando teníamos 17, 18 años recién empezamos a salir en grupo. Incluso cuando quedé embarazada siguió siendo atento, me cuidaba. Ya de viejo se ha vuelto así, gritón, renegón”, dice.
Los hijos de Beatriz no creen que se trate de algo reciente. “Mi padre siempre ha sido violento, cada vez que llegaba y mi mamá había preparado algo que no le gustaba le gritaba, decía ‘ay, esta mujer de m*** que no sabe ni cocinar, cuándo será el día que aprenda dónde es su lugar”. Fui creciendo y solo lo ignoraba, pero me daba pena por mi mamá, porque mi papá le gritaba feo y luego le dejaba de hablar por unos días, nada decía. Luego de la nada, sin pedir perdón, aparecía alegre, ponía música y todo volvía a cero”, cuenta María, hija mayor de Beatriz y José.
Beatriz vivía y aún vive un ciclo de violencia que muchas veces impide a las víctimas reconocerse como tal. “Muchas mujeres a veces consideran que el episodio de violencia es un hecho aislado, pero luego pasan los años y se dan cuenta que es un ciclo y son etapas que se repiten. Hay momentos buenos, de armonía, esta etapa se llama la luna de miel. Luego se perpetra la violencia y hay un distanciamiento (por ejemplo, la ley del hielo). Finalmente la persona agresora vuelve a conquistar, convencer y enamorar a la víctima”, explica la psicóloga Nancy Tarazona.
Beatriz hace un par de años fue consciente de este ciclo de violencia en el que vivía y se repetía en bucle. “Mi hija me decía ‘pero, mami, por qué soportas todo esto, él viene, te grita, te hace sentir mal, a veces ni siquiera te habla y luego vuelve como si nada’. Ahí me di cuenta yo que algo estaba mal, porque tenía la constante presión de no decir ni hacer algo que pudiera incomodarle, ya ni siquiera podía salir porque si él llegaba y yo no estaba en la casa, era peor, se desquitaba con mis hijos”, manifiesta.
Beatriz no se dio cuenta cuándo fue que dejó de tener amigos, de estar en otro lado que no fuera su casa; incluso faltó a reuniones familiares porque José no quería ir.
Las psicólogas consultadas coinciden en que el aislamiento social es uno de los signos más evidentes en casos de violencia en mujeres adultas.
“Principalmente en un marco de relación de pareja, sucede mucho el aislamiento social, el abandono de otras actividades, sean laborales, recreativas, familiares. Por ejemplo, el agresor puede aislarla de su familia porque solo quiere que se dedique a su casa, puede aislarla de su vínculo laboral, no desea que se demore mucho cuando va al colegio a dejar a sus hijos o hacer las compras, etc. Yo creo que el aislamiento social termina siendo una de las estrategias de los agresores para ejercer dominación hacia ellas”, destaca la psicóloga de Demus.
Violencia de género: el peligro del ‘amiga, date cuenta’ y el difícil proceso de reconocerse como víctima
La psicóloga Sabrina Rodríguez cuestiona cómo la sociedad se encarga de responsabilizar a la víctima acusándola de no reaccionar a tiempo o no denunciar, y cómo esto denota que no se está entendiendo la real dimensión del problema.
“La sociedad se encarga de culpar siempre a la víctima, de decir ‘Ah, pero por qué no se va, seguro le gusta el golpe, le gusta el grito, le gusta que la maltraten’, pero no nos damos cuenta de que la persona ha bajado la guardia emocionalmente. Es importante empezar a responsabilizar a los verdaderos culpables de la violencia de género, que son precisamente las personas que agreden, los agresores. Una víctima, no tiene la culpa de haber bajado la guardia emocionalmente, de tener una dependencia económica, de tener muchos hijos e hijas y de repente no poder trabajar fuera de casa, de no tener más familia para poder pedir ayuda”, resalta.
Asimismo, esto ocasiona que en la sociedad se instaure el estigma de que las víctimas son aquellas “tontas que no salieron a tiempo”, las que “se dejan y no son vivas”. O el típico discurso de “amiga, date cuenta”, que en vez de ayudar a las mujeres violentadas, las encasilla en la vergüenza.
“Cuando nosotros normalizamos esos discursos de que solo la víctima tiene el poder de salir de ahí, estamos negando todo el peso que de por sí siente la víctima al recibir la violencia, sumado a las experiencias tempranas de vida que haya podido tener en donde también ha normalizado estas formas violentas de relacionarse”, sostiene Rodríguez.
Por ello, la psicóloga Nancy Tarazona Erazo manifiesta que se debe empezar por reconocer que todas las mujeres estamos expuestas a vivir una situación de violencia. Además, resalta que el percibirse como víctima es complicado porque implica aceptar un nivel de vulnerabilidad en el que nadie quiere reconocerse.
“Es difícil reconocerse como víctima, es un proceso difícil porque es autopercibirse como vulnerable, es autopercibirse como una persona que se equivocó y ahí viene el el rechazo social o la culpa social, de sentirse responsable de haber estado en esa misma situación de peligro de riesgo o de soportar situaciones”.
La psicóloga Sabrina Rodríguez también cuestiona los discursos de falso empoderamiento femenino cuando miramos la situación desde afuera. Frases como: “A mí nunca me lo van a hacer”, “Yo no lo voy a permitir” son fáciles de decir, señala, pero cuando experimentamos un hecho de violencia de género nos podemos bloquear y ni siquiera reaccionar.
“Debemos darnos cuenta de que no está mal ser la víctima, no es algo malo aceptarlo. Es doloroso recuperarnos del dolor de la violencia, pero aceptarlo permite prepararnos para no pasar por situaciones similares”, enfatiza.
Beatriz sigue conviviendo con su agresor, ya que la casa figura a nombre de los dos. Pese a que José no ha cambiado, pues sigue violentándola psicológicamente, ella ya no le presta la importancia de antes. Es consciente de la situación y ha tomado medidas para contrarrestarla por su propia cuenta, ya que no confía en que la policía pueda ayudarla. “Las denuncias no sirven. Si a mi hermana, que estaba toda golpeada no le hicieron caso, a mí que no tengo ni un rasguño será peor. La Policía me va a pedir pruebas y yo no tengo nada. Ahora solo lo ignoro y hago mis cosas. Me he metido a unos cursos, salgo a veces con las vecinas, hasta he tomado un cargo acá en el barrio”, cuenta.
En contraste con las 118.20 mujeres que denunciaron a sus agresores, Beatriz y Katherine son parte de las miles de mujeres en el Perú que sufren en silencio y no sienten ningún respaldo por parte de las instituciones del Estado para protegerlas de sus victimarios.
“Las cifras que podemos obtener de los portales estadísticos nacionales siempre van a ser menores a lo que sucede en la realidad porque hay un porcentaje de mujeres que no se va a atrever a denunciar”, estima Tarazona.
Además, en menos del 1% de los casos de violencia de género se sentenció al agresor, de acuerdo a datos del Poder Judicial de 2028 a julio de 2023 analizados por La República. Ante ello, la psicóloga Sabrina Rodríguez, de la organización feminista Manuela Ramos, señala que la indiferencia judicial y la falta de justicia generan un mensaje de desesperanza a las otras víctimas, quienes al saber que alguien conocido denunció y no le sirvió de nada, se abstienen de reportar a su agresor.
“Es muy difícil el trabajo personal de reconocerse como víctima, como también es muy difícil el proceso de la denuncia. La principal dificultad que encuentran las mujeres cuando van a denunciar es la Policía Nacional”, coincide la psicóloga de Demus Nancy Tarazona.