La corrupción (de nuevo) lo desbordó todo. Los escándalos recientes de Odebrecht son apenas un tentáculo del monstruoso pulpo que nos asalta sistemáticamente desde la época colonial -como magistralmente recopiló el historiador Alfonso Quiroz.

Candidatos financiados con dinero ilícito, presidentes corruptos con asesores en la sombra, procesos de licitación amañados, órganos de control que funcionan como coladera y periodistas que informan en función a la pauta publicitaria que reciben del Estado o de grandes empresas.  

Los que, en septiembre del 2001, pensamos, al mirar el video Kouri – Montesinos que habíamos tocado fondo nos equivocamos. Los que creímos que podíamos empezar de nuevo, tras la condena a cientos de funcionarios de la dictadura fujimorista -incluido Fujimori- durante el gobierno de Toledo, fuimos engañados. Los que dieron una segunda oportunidad a García esperando que su segundo gobierno no repita los deleznables actos de corrupción de su primero, fueron de nuevo asaltados. Los que confiaron en aquella propuesta nacionalista de Humala que proponía enfrentar el poder de las transnacionales que lo depredan todo, también fuimos timados.

Los que más recientemente tuvieron que apoyar la candidatura de Kuczynski para evitar el retorno del fujimorismo, se encuentran ahora con un gobierno débil en lo político aunque fuerte en el apoyo al capital transnacional cueste lo que cueste, sino que lo diga Kuntur Wasi. Ni hablar de los 13 ex presidentes regionales que purgan prisión, o los centenares de alcaldes y funcionarios municipales o regionales denunciados por malos manejos de las arcas públicas.

Nuestro sistema democrático está gangrenado de corrupción. Y es importante que lo reconozcamos para empezar a atacar la monstruosa enfermedad de raíz. Y esa raíz está en cada ciudadano que acepta votar por políticos que “roban pero hacen obra” o que al cometer una infracción busca “arreglar” con el policía. En esta edición desgranamos este tema esperando contribuir con un urgente debate de fondo.