¿Cómo se forja una reforma? Con el discurso de 28 de julio, en el que presentó cuatro reformas constitucionales a ser votadas en un referéndum, y con el mensaje a la Nación de este domingo, en el que confrontó al fujimorismo planteando la cuestión de confianza, el presidente Martín Vizcarra ha hecho posible un completo cambio de escenario. Algo que hace solo un año parecía improbable, por no decir imposible. Pero ¿cómo llegamos hasta aquí?
Recordemos que la primera caída del fujimorismo, el 2000, generó condiciones políticas para grandes reformas, pero el entonces presidente Toledo no pudo o no quiso impulsarlas. Ahora sabemos que le movían otros interese$$ poco republicanos. Desde aquella lejana época quedaron olvidadas por ejemplo, las famosas recomendaciones de la CERIAJUS. La coyuntura pasó y durante años no volvió a haber condiciones reales para cambios de esta magnitud.
Sin embargo, durante esos años y con escasa atención de las cámaras, muchos actores políticos, académicos y de sociedad civil siguieron denunciado la corrupción sistémica y estudiando y proponiendo cambios de fondo. En muchos de los casos, sobre los mismos temas que están ahora en discusión: la reforma del CNM, del financiamiento partidario, el retorno a la bicameralidad, entre otras. Sin ir más lejos, el 2016 Transparencia recolectó firmas para presentar una iniciativa legislativa con 32 reformas.
Pero por diversas razones, dicha agenda tenía poco eco. Eran tiempos de estabilidad económica y política. Las instituciones estaban podridas por dentro, pero la reforma no era una demanda de la ciudadanía. Incluso la discusión impulsada por los propios organismos electorales antes de las elecciones del 2016, que llevó a algunos cambios por parte del Congreso, tuvo lugar en medio de un gran desinterés por parte de la opinión pública. La seguridad ciudadana o temas económicos tenían mucho mayor peso en la agenda pública.
Llegó el gobierno de PPK y la bronca infantil de Keiko Fujimori. Durante meses, la mayoría fujimorista se dedicó a sabotear y censurar ministros. Se volvieron, como el Congreso del 90, el máximo símbolo popular de la mala politiquería. Se volvieron antipáticos para la gente, destruyendo el capital político que habían acumulado en varios años.
Todo esto ocurrió además en medio del escándalo Odebrecht, que sepultó a toda la clase política que fue protagonista de los últimos 18 años bajo denuncias graves de corrupción. Este caso, atizado por cierto por la mayoría fujimorista, se trajo abajo al Gobierno de PPK, que naufragó entre audios que evidenciaban negociados políticos y prácticas poco éticas tanto en el Legislativo como en el Ejecutivo. La desconfianza ciudadana hacia los políticos llegaba a su máximo nivel.
En ese contexto, recordemos que el Gobierno de Vizcarra inició con un aparente pacto de convivencia con el fujimorismo. Muestras de ello fueron el nombramiento de Heresi (que «también es pata», como escuchamos en un reciente audio), las fotos iniciales con Galarreta durante la promulgación de Ley de Contraloría, y las reuniones secretas con Keiko. El objetivo parecía simple y pedestre: sobrevivir nomás.
Pero aquí aparece el factor clave que venía actuando silenciosamente: durante investigaciones criminales en El Callao, un grupo de jueces y fiscales honestos y valientes demostraron que no toda la institucionalidad está podrida y ordenaron grabaciones legales que muestran el grado de corrupción de sus superiores jerárquicos, así como sus vínculos con políticos, empresarios y organizaciones criminales. Todo el entramado mafioso-institucional quedó desnudado.
Pero sabiendo que el Poder Judicial corrupto se encargaría de encarpetar esas investigaciones, y para evitar que el caso pase caleta, estos actores fiscales y judiciales toman la decisión de filtrar los audios a medios de prensa independiente. Este es el actor clave que permitió convertir la denuncia en una crisis política nacional de grandes proporciones.
Es en ese momento que Vizcarra, de manera inteligente, entiende que el escenario ha cambiado por completo. Hace una fuga hacia adelante, descarta su ajedrez inicial de sobrevivencia y retoma un conjunto de propuestas de reforma que ya existían. Esta decisión modifica sustancialmente la correlación de fuerzas. En la sociedad civil, esto cambia las posiciones. Los colegios profesionales, las universidades y diversas organizaciones se empiezan a manifiestar a favor de la reforma y anuncian que recogerán firmas. Entre los partidos políticos, hay un rápido e inteligente alineamiento tras las propuestas de Vizcarra: por convicción o por conveniencia, quién sabe, pero nadie quiere aparecer en contra de una reforma que ya se convirtió en algo ampliamente popular.
Todo esto lleva al momento actual: el fujimorismo queda aislado por sus propias torpezas y en el escenario encontranos un amplio consenso social y político a favor de reformas que hace un año parecían imposibles. Así pues, el momento actual es producto de un largo trabajo colectivo, donde muchos y muchas han puesto su granito de arena. ¡Ahora ha llegado el momento de decir fuerte y claro: #ReformaYA!