Aún no se toman medidas desde el gobierno para atender la crisis del ámbito cultural en el país, y ya la idea de la reactivación del negocio audiovisual, a través de una palabra en desuso cobra actualidad: autocine.

El autocine como forma de ocio no es un problema en sí, incluso es una opción ya en actividad en países europeos o de EE.UU., y más que parte de una reactivación, se ve como una experiencia adicional o momentánea ante la crisis. Resulta una opción, ya que empata muy bien con las exigencias del distanciamiento social, ya que hay un nulo contacto entre los espectadores y los trabajadores del cine, las entradas y pedidos de comida se venden online, no se recurre al efectivo, y hace posible que el público se conecte con este tipo de experiencia desde nuevas condiciones. Sin embargo, en el contexto peruano, donde hay otras prioridades sin solución (como la condición laboral precaria del audiovisual), la agenda del autocine luce demasiado enajenante.

Se habla en Perú de autocine como una opción nostálgica, y la pregunta es para quiénes, cuando nunca hubo aquí un auge de este negocio, y tuvo un público objetivo muy reducido. Más bien lo que habría que poner en debate es la calidad del servicio que se quiere ofrecer. En otros países, los autocines se ubican en enormes explanadas, o estacionamientos muy amplios, con capacidad y comodidad para más de 200 autos (incluso en Colonia, Alemania, había para 1000). Se menciona el promedio de 200 o 250 autos (cada carro para dos personas), como capacidad tope que concuerde con las medidas sanitarias de distanciamiento. ¿Qué espacios existen en Lima para las dimensiones que requiere un tipo de negocio como este en tiempos de pandemia?

Se ha hablado en estos días de abrir un espacio en la Costa Verde, sin estudios previos ni tener en cuenta condiciones de seguridad en un país sísmico y con problemas en la vía rápida que existe allí. Más bien sería ideal encontrar terrenos en las afueras de Lima, que ofrezca movilidad con seguridad, y resguardo de la salud de los espectadores en autos. ¿Los empresarios apostarían por un negocio así en las provincias? ¿Un Perú lleno de autocines? ¿Las combis tendrán opciones?

Por otro lado, ya Hollywood anunció que no habrá estrenos hasta nuevo aviso, entonces aquellos que tienen autos no estarían asistiendo a ver películas de la temporada, sino a reposiciones o, quizás, si se negocia con algunas productoras nacionales, a estrenos locales, que han estado rezagados por la pandemia. Como el autocine requiere de la noche, es probable que haya funciones muy espaciadas, una diaria probablemente, o solo los fines de semana.

A la par de la palabra “autocine”, otra que apareció fuera de foco fue la de llamar “industria” a la escena local del audiovisual, que además es centralista y supeditada a los influjos de los grandes circuitos de producción, distribución y exhibición. Más bien, lo que la pandemia ha hecho visible, es un ámbito precarizado en normas laborales, de incentivos para el sector más allá de concursos y el poco consenso social para valorar al cine también como cultura y arte. 

Por otro lado, algunos cineastas han declarado a medios, que esta crisis ha puesto en cuestión más que nunca el problema de distribución y exhibición, ya que sus films se han visto condenados a entrar a una lista de espera demasiado grande, y donde los blockbusters tendrán prioridad cuando se reinicie la industria transnacional. La empresa privada era la que garantizaba, pese a sus ninguneos, los estrenos del cine peruano comercial o no, ante la ausencia de espacios alternativos de calidad con buenas condiciones de proyección y estadía.

Sentar las bases para una cultura del streaming y del video on demand (visionado con pago) es un reto, sobre todo porque más allá de autocines, u otras alternativas similares (negocios con un espectro de acción muy pequeño o limitado), lo que se quiere es seguir dando vida a un sector muy golpeado, y que requiere de inventiva y cable a tierra.