Escribe Carlos A. Bedoya

¿Cómo se rompe la distorsión que supone que una fuerza política con apenas 26% de la votación nacional se haya hecho del 55% de la representación, y como hemos visto haga lo que le da la gana con el Congreso? ¿Cómo salimos de esa lógica por la que la fuerza ganadora se come todos los vacíos de aquellas otras que tuvieron buena votación en sus regiones, pero no superaron la valla nacional, como el partido de Gregorio Santos que se quedó sin congresistas de Puno y Cajamarca en 2016, inflando más a Fuerza Popular? ¿Cómo rompemos la lógica de control montesinista unicameral de la Constitución del 93 y que aún sobrevive en el diseño electoral?

En estas épocas que sufrimos la soberbia y patanería de los becerriles, las alcortas y todo lo más achorado y lumpen de la política nacional gracias a una absurda forma de elegir a los parlamentarios, todas las preguntas de arriba equivalen a ¿cómo acabar con el meollo del poder actual del fujimorismo? ¿Cómo evitar que hagan y deshagan a su antojo sin más orientación que el cálculo y la politiquería, que saquen leyes o las encarpeten (Chinecas) arbitrariamente, que investiguen a unos y a otros no, que sancionen drásticamente a sus adversarios y alcahueteen por hechos iguales a sus aliados, usando el Poder Legislativo del Perú como quien usa un trozo de papel higiénico?

Sin duda, la respuesta es una reforma política profunda que incluya de todas maneras el tema electoral. Sin embargo, la propuesta de retorno a la bicameralidad que se ha puesto en la opinión pública en los últimos días es un buen primer paso.

Se trata de resolver la crisis de representación política que padecemos. Y ello pasa de todas maneras por una cámara baja en el Congreso que responda a la correlación de fuerzas de las regiones. Para eso es clave poner vallas por región y no una nacional como es ahora.

Además, esta cámara de diputados se encargaría de asuntos más cotidianos, dejando las reformas de fondo a un senado elegido por distrito único con requisitos para sus integrantes de mayor cualificación que solo el hecho de representar a un sector de la población. Una dinámica entre cámaras que haga más difícil que pasen cosas tan particulares como que de un día para otro se cambia el reglamento del congreso porque a Keiko Fujimori le interesa que su bancada no se disperse. Con un senado tendríamos al menos un filtro y un mecanismo de control del Congreso por el propio Congreso.

Lógicamente, un proyecto de reforma como la del retorno a la bicameralidad golpea el proyecto de Keiko Fujimori y el poder que quiere mantener y proyectar en el próximo periodo en el que sueña ser presidenta y seguir con su hegemonía parlamentaria. Es por eso que los mayores opositores a esta iniciativa están precisamente en el fujimorismo. ¿Será consciente del reto que le está poniendo Kenji Fujimori a su hermana y al propio fujimorismo con el proyecto de ley que ha presentado sobre esta materia?

Si bien congresistas como Alberto Quintanilla de Nuevo Perú se anticiparon a Kenji en la propuesta de volver a la bicameralidad; que el menor de los Fujimori impulse esta reforma es bastante curioso. Está cuestionando no solo al keikismo, sino a una de las principales reformas que su padre introdujo para desplegar su autoritarismo. Pero su pleito con Galarreta, Salaverry y compañía es tan grande que no sé si se da cuenta de que volver a la bicameralidad es el primer paso para el desmontaje de la constitución fujimorista de 1993.

*Columna publicada en la edición impresa de Diario Uno