Esta semana, el término sexo anal se volvió trending tropic en Perú, debido a quejas de algunos fundamentalistas, que consideran que es una práctica terrible y que debe ser erradicada de la faz de la tierra. Más allá de esta extraña demanda, surgen las interrogantes de ¿qué tanto el cine peruano muestra a sus personajes viviendo sexualidades plenas? o ¿qué tanto los ha representado lejos de prejuicios y puritanismos? y ¿cómo lo asumen los espectadores locales?
Infinidad de veces hemos escuchado argumentos en contra del cine peruano, indicando que está lleno de calatas y lisuras. Lo segundo es verdad; es decir, ¿cómo reflejar la identidad de algunos personajes en los films sin el habla cotidiana que nos caracteriza? Sin embargo, la afirmación de que el cine peruano es un “cine de calatas” solo reflejaría un aspecto del síntoma de una sociedad que ve al desnudo, al erotismo y a la auscultación de los cuerpos como oscuro y sucio.
El cine peruano logró su fama de calatas, sobre todo a mediados de los años ochenta, a partir de la necesidad (de vender más) al mostrar a mujeres semidesnudas para agradar a los espectadores masculinos, pero que deja de lado una exploración de los cuerpos (¿más sensorial o sensible?), a través de la expresividad que permite el cine y su lenguaje. ¿A qué se debe esto? ¿Autocensura, conservadurismo, cucufatería, temor al qué dirán? ¿Por qué existe el temor a los cuerpos, sobre todo masculinos, en el cine peruano? ¿Mostrar senos basta para ser estigmatizado como el cine de las calatas?
Las imágenes de mujeres desnudas (al estilo de las visitadoras, la chica dinamita, o de las chicas buenas de la mala vida, por ejemplo) no necesariamente han respondido a exigencias de las obras en sí, sino que han apelado a los cuerpos de personajes de la farándula, para despertar la curiosidad y hacer de esto un detonante para llenar las butacas (hace algunos días, un amigo me dijo que fue a ver la intragable Sahara Hellen solo para ver las piernas y algo más de Lucecita Ceballos, por ejemplo).
Tetas al aire, hilos dentales en planos muy cercanos, minifaldas en oficinas, han sido elementos usuales, con este fin marketero pero que no logró transmitir una salida visual a una contención social. Es como si la libertad creativa estuviera siendo sopesada según las posibles reacciones de los espectadores. Por eso, escenas de masturbaciones, felaciones, cunnilingüis o coito anal (sugeridos o mostrados) casi no existen en el cine peruano. Como si esos personajes estuvieran expuestos a todo tipo de pulsiones, menos a las esenciales y más movilizadoras.
Pienso en un cine de momentos liderados por la pulsión sexual como el de Bruno Dumont (L’ Humanité o La vida de Jesús), el de Park Chan-wook (The Handmaiden, actualmente en Netflix) o el vapuleado Kim ki-duk (La isla), que posiblemente hubieran sido censuradas o vilipendiadas de inmediato solo por estar dirigidas por cineastas de aquí. De otro modo, basta recordar que un film peruano donde no aparece ni una vulva o pene, como Sin vagina me marginan fuera censurado varias veces, solo por tener una palabra “maldita” en su título.
¿Qué pasa con el coito anal en las escenas del cine peruano? Es casi nula incluso en films sobre personajes homosexuales como Contracorriente o No se lo digas a nadie, donde es apenas mostrado, solo a través de abrazos, besos y caricias. Y, quizás, la obra de “más riesgo” se ubica en un corto de hace más de 35 años, producto de la ley 19327, que muestra una galería de huacos retrato mochicas, con escenas sexuales diversas. El cuerpo mostrado en libertad desde la cerámica: nuestro emblema de la sexualidad en el écran.
Tratar de encontrar escenas de este calibre en cine de personajes heterosexuales es más difícil aún, y quizás sea Bala perdidade Aldo Salvini, uno de los pocos films donde las orgías son mostradas dentro del universo lisérgico que propone (Alberto Isola rodeado de cinco mujeres voluptuosas no es poca cosa), o como pasa en Videofilia (y otros síndromes virales), de Juan Daniel Molero, donde el componente sexual como elemento traumático es esencial (y por ello, la libertad de mostrar un pene, casi en primer plano, no le resulta para nada incómodo al director).
Podríamos seguir haciendo el ejercicio de buscar dónde están las escenas en el cine peruano que nos siguen arrojando a la contención puritana, o buscar aquellas que intentaron sacarnos un poco de ese subdesarrollo, en imaginarios donde el disfrute de los cuerpos no siga vedado.