La crisis de la pandemia ha dejado aún más en evidencia que a los negocios de cine en el Perú no les interesa verdaderamente la cinematografía. Queda claro que venden “experiencias”, que implica consumir cancha y tomar gaseosa, ver media hora de trailers y de publicidad antes de cada film, y sobre todo, ver una película que dan en simultáneo en cinco salas contiguas. Por ello, el protocolo sanitario aprobado hace algunos días por el Ministerio de Salud y el Ministerio de la Producción, para el rubro empresarial de los cines en la fase 4, ha despertado la protesta de los dueños de los multicines. La razón: está prohibida la venta de alimentos y bebidas, y se obliga a un aforo limitado.

La Asociación Nacional de Salas de Cine (Anasaci), conformada por todos los multicines del país como Cineplanet, UVK, Cinépolis, CineStar, Cinerama, Cinemark y Movietime, y presidido por Mónica Verdeguer de UVK, difundió un comunicado anunciando que bajo esas condiciones es inviable el retorno a la actividad. “Podría llevar a la quiebra a las cadenas”, dicen los voceros de empresas que se sumaron a la suspensión perfecta y que recibieron los beneficios del programa ReactivaPerú, incluso por más de 10 millones de soles. Pero más allá de esto, lo que propicia este comunicado es una presión a que el Estado replantee el protocolo que busca garantizar medidas de seguridad en los cines y sus instalaciones.

El argumento para que el Estado ceda ante esta presión en un contexto de nuevas olas de contagios de la COVID-19 en el mundo, es que Colombia o México sí venden los alimentos en las salas. El asunto aquí es que los protocolos iniciales publicados por cada gobierno no consideraban este pedido por un tema de seguridad sanitaria, pero el lobby de estos gremios de multicines logró que se retrocediera. Por ejemplo, en Colombia, en agosto el Ministerio de Salud aprobó mediante la Resolución 1408 un protocolo de bioseguridad indicando que en ningún caso se podrá superar el 50% del aforo máximo de la sala y que no se podrá ingerir alimentos dentro de las salas. Esto propició comunicados y presiones mediáticas, lo que obligó al Estado a reelaborar el protocolo en octubre y mediante nueva resolución, cedió a la venta de alimentos, así como al aumento de aforo. En México pasó exactamente lo mismo, y en la actualidad, en Chile también los gremios de empresas de cine vienen solicitando que se venda golosinas.

“Bajo estas condiciones reabrir los cines no es sostenible para ninguna cadena. No solo porque con esta restricción de distancia el aforo se reduce a menos de un 25 %, sino también porque esta industria no se puede sustentar solo con la venta de entradas”, se lee en el comunicado. Y es que, precisamente, no solo es una problemática a partir de un protocolo sanitario, sino una realidad transnacional donde el cine no es visto como un derecho cultural -como algunos quieren hacer ver- sino como un objeto de campañas de marketing, donde el fin de consumo más importante están en la cancha, hot dog, nachos y gaseosas. Entonces, irónicamente me pregunto: ¿por qué no cambiar el rubro?, ¿por qué no adherirse al protocolo de restaurantes?

En 2018, las cadenas sostuvieron que en promedio el 40% de sus ingresos proviene de las ventas de confitería; comprensible si un balde de cancha con dos gaseosas llegaba a costar casi 40 soles. No olvidemos que una resolución de Indecopi puso en vilo este tipo de consumo al permitir que los consumidores puedan llevar sus propios alimentos a las salas, y dejó muy en claro de qué se nutren las arcas de las empresas.

Por otro lado, la responsabilidad de este protocolo para cines, que cayó en manos de Produce, también regula la exhibición de las películas en espacios culturales, es decir salas de cine club o salas alternativas a nivel nacional. Si para los multicines el gran problema es que no puedan vender cancha en esta situación sanitaria o el número de personas en salas. En cambio, para los espacios más pequeños tiene que ver con las condiciones para garantizar el plan de bioseguridad, que exige una inversión en aire acondicionado de buena calidad, de contar con espacios ventilados, en la contratación de personal con uniformes y demás. Si en la actualidad existen salas alternativas que ni cumplen el protocolo usual de Defensa Civil, ¿cómo pondrían en marcha un plan de este tipo? Más bien estos espacios no tienen posibilidad de apertura, debido a la precariedad con la que han sido creados y sostenidos. En cuanto a la exhibición misma, el cine independiente, y sobre todo peruano, deberá emplear otras vías de exhibición, quizás seguir explorando la llegada desde el streaming.

Ante el cierre de multicines en el país se creó la atmósfera de que el cine estaba muerto o que es mejor ir a las salas por la sublimación del rito de la oscuridad y la proyección en pantalla gigante, o que quedaba el autocine como consuelo, que se extrañaban los blockbusters y el sabor de la cancha con mantequilla. Sin embargo, los festivales online y plataformas de streaming han crecido en sus ofertas en estos meses, han desterritorializado el acceso, han propiciado diálogos entre la comunidad del cine con los espectadores, y logrado visibilizar un tipo de cine poco visto. Si bien esta oferta aún es muy pequeña, es necesario pensar en estas alternativas en el contexto actual que, sí convoquen a pensar al cine como un derecho cultural, y no solo como parte de un negocio bajo las normas del Ministerio de la Producción, que al final no propiciaría el desarrollo del cine como empresa sino de la venta descomunal y cara de cancha.