[Alvaro Campana es analista y activista político]

Afirmar que la izquierda y su corrupción es la única responsable del triunfo de Bolsonaro en Brasil es simplista y no nos permite mirar desde una perspectiva más integral las causas e implicancias del triunfo de la ultraderecha y sus efectos en el subcontinente.

Se olvida que Lula era el candidato favorito hasta hace poco en que con argucias legales (más allá de sus responsabilidades reales) se le impidió presentarse a la presidencia; que Michel Temer gobierna de facto y corruptamente el Brasil, y que a pesar de todo Haddad obtuvo un importante votación.

Se instala una mirada moralista que se impone desde la derecha en la que caemos tan fácilmente y obviamos que Bolsonaro gana porque ha logrado tener una exitosa campaña de redes con un mensaje que apela a los temores y las necesidades de una sociedad sometida a la precariedad a la que nos arroja el capitalismo neoliberal.

El gobierno del PT logró sacar a un importante sector de la población de la pobreza, pero no se logró cambiar las características de una sociedad profundamente desigual y racista donde campea la inseguridad y el miedo y donde el poder de la oligarquía ha quedado intacto.

La extrema derecha ha ido trabajando pacientemente por responder a las necesidades y temores, por desarrollar mecanismos de pertenencia y explicación de su realidad entre las mayorías con la presencia cada vez mayor de las iglesias evangélicas conservadoras, que otorgan certezas construyendo enemigos en las minorías y en los diferentes, en los homosexuales, los negros, las mujeres y los comunistas.

Su discurso de mano dura también es eficaz en una sociedad marcada por la violencia social y la inseguridad. A ello, podemos agregar que los sectores que emergen y salen de la pobreza, tienen nuevas expectativas de consumo y movilidad social, frente a los cuales la organización militante no es una respuesta y que pueden caer fácilmente presas del miedo a perder lo poco ganado. No es casual que sean los “fake news” y el uso del whatsapp los medios exitosos que con anuencia de los grandes poderes mediáticos hayan construido a un personaje que parece dar respuestas y soluciones a los problemas de las mayorías, cuando su política está orientada principalmente a beneficiar a los grandes grupos de poder económico.

La izquierda brasileña se creyó que la derecha podría hacerse democrática y civilizarse, que la burguesía nacional (si eso es posible) podía apostar por un proyecto democrático de nación, pero como es evidente, como lo demostró con el golpe a Dilma, estos sectores pueden apelar a cualquier medio sin escrúpulo alguno, ahora logra sus objetivos electoralmente. Nuestra tarea es aprender de lo sucedido, hacer una crítica necesaria de la oleada anterior, moral seguramente, pero sobre todo política, y preparar una nueva oleada democratizadora y transformadora en el continente.