He escuchado a muchos decir que el nuevo Congreso a ser elegido el 26 de enero es casi algo intrascendente. «Solo van a estar un año», «Quién va a querer postular», «Como no hay reelección, no hay incentivo». Creo que la lectura es completamente distinta; la tarea de este Congreso es de la mayor importancia: hacer una reforma profunda del sistema político, electoral y de justicia que nos permita celebrar un Bicentenario de la Independencia con nuevas reglas de juego. Precisamente, lo que no se podía hacer con el fujicongreso dominado por una mayoría lumpen que solo se preocupaba por blindar a sus ‘codinomes’.

Si para algo debería servir el megacaso Lava Jato (más allá de meter presos a todos los corruptos, que no es un «fin en sí mismo» sino solo la sanción de hechos pasados) es para permitir esa gran reforma. Luego de la avalancha de denuncias, que no han dejado títere con cabeza, la tarea es prevenir que algo así vuelva a ocurrir. Un diseño institucional que nos vacune contra la captura del Estado por parte de empresas corruptas y políticos mafiosos. ¿Qué mejor escenario para ello que un Congreso formado por parlamentarios que no tienen intereses directos porque no podrán postular al siguiente período, que no estarán amarrados estrictamente a un liderazgo presidencial porque serán elegidos en un calendario distinto y extemporáneo, y con un presidente que tampoco piensa en su futuro político inmediato porque no postulará a la reelección ni responde a los intereses de un partido?

En realidad, si bien lo que ha hecho Vizcarra hasta el momento demuestra firmeza, decisión y valentía para enfrentarse a la corrupción, no tiene el significado histórico que muchos le atribuyen. Es exagerado decir que el presidente pasará a la historia por el cierre del Congreso. A lo mucho, se podrá decir que cerró un legislativo lumpen usando un mecanismo previsto en la Constitución vigente. Pero aún no ha dejado ninguna reforma significativa, digna de ser recordada en los libros de historia.

¿Qué reforma podría implementar? Ciertamente no le correspondería a él impulsar grandes cambios en el modelo económico, ni creo que tenga interés en ello, como ha demostrado su actuación en ese ámbito. En cambio, la reforma política sí está en sus manos y en las del nuevo Congreso, sí tiene amplio consenso social y nos permitiría elegir el 2021 nuevas autoridades legitimadas con reglas de juego más limpias y justas.

Hasta ahora, maniatado por la fujimayoría y por la clase política «tradicional» (APRA, pero también AP, APP y todas esas siglas sin significado), Vizcarra solo pudo impulsar parches parciales al sistema político, electoral y de justicia. A partir de enero, a él y al nuevo Congreso plural y democrático les corresponde implementar una reforma integral y coherente que nos permita empezar nuestro tercer centenario con las esperanzas de dejar atrás las tristes páginas de la corrupción. Esa es la tarea: señor Vizcarra, señores futuros candidatos a congresistas: el Perú estará atento a que cumplan con ese desafío histórico y demuestren que este no es un capítulo más de «lo mismo de siempre».