Hace algunas semanas, el icónico cineasta estadounidense David Lynch dijo en una entrevista que Donald Trump podría llegar a ser, si quisiera, el mejor presidente que haya tenido EE.UU. La controversia surgió debido a la ambivalencia con la que el cineasta dio estas declaraciones a un medio impreso, y en medio de la crisis de inmigración y la utilización de jaulas para niños en la frontera. “Podría pasar como uno de los mejores presidentes de la historia porque ha desestabilizado el sistema. Nadie consigue contraatacar de manera inteligente”, dijo Lynch a The Guardian. Sin embargo, al tratar de aclarar el asunto días después, ante la avalancha de críticas en redes sociales y ante el retuit que hizo Trump enfatizando eso de que podría ser “uno de los mejores presidentes” a modo de halago, el cineasta la embarró más. A través de una carta dirigida a su “querido presidente”, Lynch dijo que Trump está causando sufrimiento y división, pero en un modo edulcorado, o en todo caso, como una fan enamorada: “No es demasiado tarde para dar la vuelta al barco. Dirija nuestra nave hacia un futuro brillante para todos. Puede unir al país. Su alma cantará. Bajo un gran liderazgo amoroso nadie pierde, todos ganan”.

¿Acaso Lynch también es de aquellos que creen en el lema “Make America great again”? No lo sabemos con ciencia cierta, pero sí es un ejercicio interesante rastrear qué hay de eso en su cine. Es conocida su fascinación por las rubias como protagonistas, en especial aquellos personajes de personalidad dispar, víctimas o verdugos, a quienes coloca en situaciones extremas, como sucede en El camino de los sueños, Carretera Perdida o Inland Empire. También su cine está centrado en dibujar una imaginería en torno a una América blanca, extraña y corrupta, lo que lo ha convertido en un cineasta único al momento de explorar las posibilidades de un mundo paralelo enrarecido, inspirado en el cine negro, la serie B, y en las vanguardias surrealistas. Quizás por ello Lynch se inventó su propio pueblo, el Twin Peaks que da título a la serie, donde pudiera desarrollar su visión de un EE.UU. anormal, oculto, atípico y pleno de pistas secretas, que propician un entorno viciado, donde no hay personaje que se salve de su ojo certero.

Por otro lado, no exagero si digo que me ha costado encontrar personajes afroamericanos fascinantes (mujeres y hombres) en su obra, como los otros (los blancos) que sí existen en sus películas. Tampoco estoy afirmando que Lynch sea racista, o que los personajes lo sean, sin embargo, recuerdo aquella escena inicial de Salvaje de Corazón, donde el personaje que encarna Nicolas Cage revienta el cráneo de un afroamericano que intentó seducir a su rubia novia Lula, que interpreta la actriz fetiche de Lynch, Laura Dern. ¿Es este acaso el único afroamericano que aparece en el cine de Lynch con al menos un diálogo y que encima muere a los cinco minutos del arranque de un modo cruel y violento?

Ya hubo críticas a la exotización que hace de los asiáticos tanto en la serie Twin Peaks como en algunos de sus films, o en esa sublimación de la latinidad que también se encuentra en sus trabajos, como el caso de Willen Dafoe en Salvaje de corazón, donde encarna a un lumpenizado Bobby Perú a modo de elocuente pastiche en el sur fronterizo y mexicanizado de EE.UU. Por lo pronto, en la vida real nos queda un cineasta que romantiza sutilmente a Trump y que se queda atento a que dirija su nave a un futuro brillante para todos.