El reto de maternar sin violencias en Perú
Por: Danitza Alipio
En noviembre de 1992, en un quirófano del Hospital María Auxiliadora de San Juan de Miraflores, Roxana estaba siendo intervenida debido a una cesárea de emergencia. Cuando por fin tuvo a su niña en sus brazos, lo primero que notó fueron sus grandes ojos, luego vio sus manos, sus pequeñas uñas, su piel suavecita, y empezó a llorar.
Roxana, quién estaba asumiendo la responsabilidad de criar un ser humano a sus 21 años, lloraba de emoción, pero también por el temor de tener una hija mujer, que pudiera ser vulnerable al mismo maltrato que ella vivía. Años más tarde, su hija también fue víctima de una serie de violencias mientras era obligada a mantenerse en su rol de cuidadora.
Según la Encuesta sobre Representaciones del Trabajo de Cuidado en Perú, elaborada por el Instituto de Estudios Peruanos (IEP), Oxfam y el Centro de la Mujer Peruana Flora Tristán, siete de cada diez peruanos consideran que la mujer es la principal responsable de las actividades de cuidados en el hogar. El IEP también señaló, en otro estudio, que pese a que la mayoría está en desacuerdo con que el hombre golpee a su esposa, si ésta descuida las labores del hogar, el 18 % de hombres encuestados señaló que lo entendería.
La historia de Roxana
Roxana vivía en un asentamiento humano de Villa María del Triunfo y trabajaba en una tienda-bazar cuando conoció a quien sería después el papá de Ginna, su hija. “Él, uff, te bajaba el cielo cuando hablaba. Te mandaba flores, canciones escritas, hacía de todo. Yo veía cómo trataba a su mamá, a sus hermanas, parecía el hijo perfecto también, pero otra era la cosa”, narra Roxana para Wayka.
Cuando Roxana se enteró de su embarazo entró en pánico, y su primer pensamiento fue que quería abortar: “Yo tuve muchísimo miedo. En ese momento me cuestioné todo, quería estudiar y pensé en abortar. Fui con una amiga a un consultorio, pero me dijeron que me iban a recoger en una camioneta, y que debía ir sola, y me dio mucho más miedo”.
Cabe señalar que en Perú, el aborto está penalizado, y solo se permite cuando la vida de la persona gestante se encuentra en riesgo. Debido a dicha criminalización, muchas mujeres quedan expuestas a los peligros de los abortos clandestinos, que pueden provocarles, incluso, la muerte.
Rox decidió contarle a su pareja que estaba embarazada. Según relata, él se mostró comprensivo y le prometió ayudarla a pagar sus estudios si se mudaban juntos. “Yo acepté porque vi una oportunidad. Mi mamá nos tuvo que criar sola (a sus 5 hijos), porque mi papá era un borracho que le pegaba, y me decía que en este mundo hay que priorizar sobrevivir antes que sentir, y que debía tomar las oportunidades cuando se presentaban”, agrega.
Ya juntos, cada vez que Roxanna tocaba el tema de sus estudios, el “señor”, como ella lo llama, le ordenaba que se quedara callada, que lave los platos o le haga masajes en los pies. Mientras cumplía esas órdenes, él le repetía que primero tenía que ser su familia. Estos actos se intensificaron después del nacimiento de Ginna.
En Perú, esta no es una situación aislada. Según la Encuesta Nacional sobre Relaciones Sociales, realizada el 2019 por el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI), más del 52% de personas encuestadas consideran que la mujer debe cumplir su rol de madre y esposa, y después cumplir sus sueños.
Según Clea Guerra Romero, Coordinadora nacional del Comité de Latinoamérica y el Caribe para la Defensa de los Derechos de la Mujer (CLADEM Perú), que impulsa la campaña “¿Nos toca?: Cuidemos en Igualdad, Vivamos sin Violencias”, esto se debe a una “percepción” de la población que sitúa a las mujeres en el rol de madres como único camino, y que deben poner ese rol por encima de cualquier otra cosa.

“Una vez que son madres, se les exige que tienen que privilegiar los cuidados de la unidad familiar sobre su desarrollo personal, de una carrera, un trabajo, un oficio, o la vida incluso pública, ya sea ejerciendo un rol de autoridad o en su comunidad. Estas otras acciones que también ayudan al desarrollo pleno de las mujeres, socialmente es exigido que se ponga en un segundo plano, y que se priorice la maternidad y el cuidado”, señala la especialista.
Además, hace hincapié en lo discriminatorio que resulta dicha exigencia, debido a que no se pide lo mismo a los hombres que son padres.
Roxanna huyó de esa relación con ayuda de su madre, después de vivir todo tipo de violencias, al notar que su niña estaba en riesgo. “Él empezaba a tratarla como una empleada, prácticamente como me trataba a mi, cuando Ginna tenía ocho años se quemó por calentar la cena de su papá. Fue una quemadura grande, nos fuimos a la posta y todo. Él no me dio ni un sol, me dijo que la niña era una inútil. En ese momento yo dije no más. Llamé a mi mamá y nos fuimos”, señala.
“Las violencias continúan aunque pasen las generaciones”
La pequeña Ginna creció y se convirtió en madre a los 25 años, después de vivir su adolescencia en un espacio solo de mujeres. Pese a que sus padres se habían separado, el “señor” encontró la forma de violentar a su mamá durante tres años más; ya sea limitando la pensión o yendo a buscarla ebrio para insultarla. Luego se fue a Brasil, y hasta el día de hoy la comunicación entre los dos es bastante limitada.
“Mi mamá tardó muchísimo en sanar. Ahora, recién juntas, hemos identificado que vivió violencia, pero toda mi adolescencia yo crecí escuchando frases relacionadas a lo que debía hacer porque soy mujer. Cuando venían mis tíos y algo estaba desordenado, decían ‘y eso que viven puras mujeres’, o cuando mi abuela veía mi cuarto desordenado me decía ‘no pareces una señorita’. Crecí pensando que debía servir, que debía resolver, que ese era mi valor como mujer, la que se cansa pero nunca dice que está cansada”, cuenta Ginna.
Según Guerra Romero, esto sucede debido a que muchas veces quienes ejercen violencia a las cuidadoras no son solo las parejas, sino la familia que también exige el cumplimiento de expectativas a las mujeres como esposas o madres; y la forma de que “vuelva al camino” es violentándola. Y “se perpetúan las violencias, porque esa es la dinámica que ven niños y niñas, y se van transmitiendo transgeneracionalmente las situaciones de violencia”, explica.
Ginna vivió los primeros años de su maternidad limitada a realizar tareas domésticas y a la crianza, mientras su ex pareja salía a ganar dinero. Sin embargo, la situación empezó a complicarse para ambos con su hijo a punto de iniciar la escuela. El dinero escaseaba y ella quiso ejercer la carrera técnica que había estudiado, pero no pudo.
“Tuve una entrevista para un buen trabajo, pero era todos los días, tiempo completo y lejos de casa. Él se molestó. Me dijo que si yo me iba tendría que usar mi sueldo para pagar una niñera, que él no daría nada. Acepté el trabajo, pero empezaron las discusiones sobre por qué salía tarde, que cocinaba feo por cocinar apurada para ir al trabajo, que prefería el trabajo que a mi hija. Fueron dos años de constantes maltratos, hasta que empezó a negarme dinero para cosas básicas de la casa. Ahí me separé”, señaló.
Según los datos compartidos por CLADEM Perú, el 87,4 % considera positivo que las mujeres trabajen, pero que al mismo tiempo no descuiden el cuidado de los hijos. Además, según la encuesta de cuidados de Oxfam y Flora Tristán, el 83% de personas encuestadas afirma que a lo largo de su vida han visto a las mujeres dedicarse en mayor medida a las actividades de cuidado.
Esta desigualdad en las actividades de cuidado expone a las mujeres a ser víctimas de todo tipo de violencias, tal como sucedió con Roxanna y con su hija, quien durante la entrevista recalcó: “yo veo avances en todo, medicinas modernas, mejores celulares, mejor educación, todo ha mejorado con el tiempo menos el trato hacia las mujeres. Seguimos siendo las que tienen que hacerlo, las que deben poder, lo pasó mi abuela, mi mamá, yo. Son tres generaciones, pero las personas siguen pensando lo mismo, que como mujeres hay cosas que nos toca hacer, y ya”.
Tal como Ginna y Roxana, Clea considera que para poder frenar esta violencia es importante involucrarse más en estos temas, pero además, valorar este trabajo de cuidados que sostiene muchas veces la dinámica económica de las familias, los pueblos y la dinámica social.
Sin protección del Estado
La nota de prensa de la campaña impulsada por CLADEM y apoyada por AECID (Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo) y la Unión Europea (UE), recordó que en el Perú el Congreso de la República ha archivado cuatro propuestas legislativas relacionadas con la instauración de un Sistema Integral de Cuidados.
Este sistema tenía como meta mejorar la inversión estatal en favor de las mujeres y la población en general, así como integrar los servicios comunitarios desarrollados por las mujeres. El propósito era reconocer, disminuir y equilibrar las labores de cuidado, promoviendo la corresponsabilidad entre hombres y mujeres, así como la participación del Estado, la comunidad y los hogares.
La coordinadora general de CLADEM mencionó que este archivamiento responde a la negativa de dialogar sobre las mujeres en su diversidad, entre otras razones: “Por querer reconocer que incluso cuando hablamos de estos cuidados debemos reconocer a las mujeres indígenas, a las mujeres con discapacidad, a las mujeres lesbianas, el no querer ver ello ha sido una de las tantas razones para perder esta oportunidad de crear un sistema que verdaderamente descargue a las mujeres”.

Por otro lado, la Corte Interamericana de Derechos Humanos prepara una Opinión Consultiva sobre “El contenido y el alcance del derecho al cuidado y su interrelación con otros derechos”, cuya solicitud fue presentada por Argentina.
Finalmente, Guerra señaló que es necesario que el Estado coloque este tema en agenda y provea servicios de cuidados seguros y de calidad que permitan a las familias, principalmente a las mujeres, aliviar la carga de ser cuidadoras exclusivas.