El presidente francés Emmanuel Macron anunció el confinamiento un día después de que lo hiciera el presidente Martín Vizcarra en el Perú. Pero, el primer caso en Francia se detectó en enero, y el del Perú el 6 de marzo. Esa fue la primera de muchas diferencias que empezaría a anotar en mi diario mental. Desde el 15 y 16 de marzo, mi ojo izquierdo observaría a mi país de origen y mi ojo derecho al país donde vivo.
Vivo en Francia desde el 2018, pero hace dos meses me mudé a una nueva ciudad, en el norte del país, más arriba de París. Está asociada al frío y a un estilo de ciudad particular, con esas casitas de ladrillo, de colores tierra, de fachadas altas y angostas y techos triangulares, con una municipalidad u hôtel de ville cuya torre, larga y delgada, sobresale por entre los edificios chatos del paisaje.
Cuando llegué estaba llena de expectativas porque iba a conocer una nueva ciudad y una nueva cultura. Sin embargo, poco después de instalarme, tuve que recluirme en casa, sola (con mi gato) y en un barrio completamente nuevo para mí. La cuarentena, o, como le llaman acá confinement o confinamiento, había comenzado.
Estar lejos de tu familia y de tu país en esta situación no fue fácil. Pero en el inicio, me sentí reconfortada al ver al presidente Vizcarra casi todos los días. Sus discursos eran alentadores. Incluso miraba con orgullo el compromiso y la cercanía que proyectaba. Lo comparaba con la formalidad ensayada, y que algunos podrían llamar fría, de Macron, a quien he visto solo dos veces en la tele[1]. Los dos discursos que vi de él fueron leídos frente a una pantalla, sin ministros, sin periodistas, sin preguntas.
Macron declaró una guerra… contra el coronavirus
Cuando anunció el confinamiento obligatorio, el presidente francés dijo una frase particular: nous sommes en guerre o estamos en guerra. La recuerdo muy bien porque la repitió seis veces. Y lo sé porque las conté. Creo que ese fue su intento de motivar a sus ciudadanos a colaborar, a respetar las medidas impuestas y a ser fuertes. A mí solo me hizo pensar en angustia, pánico y muerte.
Muchas medidas del confinamiento francés, fueron similares a las de Perú: cierre de fronteras, de colegios, restaurantes, eventos culturales, es decir, cualquier espacio de reunión de gente. Para las compras de necesidad básica dejaron abiertos los supermercados y algunos centros de venta de frutas, verduras y productos bio. Una diferencia con Perú fue el cierre de los mercados al aire libre.
Mi obligación era quedarme en casa y, si salía, debía portar una declaración firmada por mí con el motivo de mi salida; podía ser digital. Los motivos permitidos eran: para hacer compras, por salud, por trabajo (si el teletrabajo no era posible), para cumplir con las necesidades de las mascotas, por motivo familiar urgente, para dar asistencia a personas vulnerables y para realizar una actividad física individual. Esto último marcó una gran diferencia para mí. Además, no hubo toque de queda como en Perú, estaba permitido el uso del carro y salir con las personas que vivías en tu hogar.
El confinamiento francés fue más flexible que la cuarentena peruana. Y de lo que vi, los franceses no se comportaron como soldados disciplinados. Recuerdo que en la primera semana del confinamiento, regresé de comprar un poco molesta por haber visto a seis adolescentes que ocupaban toda una esquina; conversaban, se reían y algunos montaban skate como si nada pasara. Una pareja de ancianos con mascarillas iba en dirección a ellos y tuvo que cruzar al otro lado de la calle para poder mantener la distancia recomendada de un metro.
El coronavirus no afecta a todos los peruanos por igual
Casi una semana después de iniciada la cuarentena, el presidente Vizcarra dijo: “el virus es absolutamente democrático, afecta por igual a todos, no hace distingo de nadie”. Esa frase me hizo creer que la mayoría de peruanos iba a «ponerse la camiseta» y cumplir con las normas fácilmente. Sin embargo, las medidas del gobierno suponen condiciones de vida que no son compartidas por todos.
Necesitas un techo para cumplir el #yomequedoencasa. Necesitas agua limpia y continua en tu hogar para lavarte las manos por mínimo 30 segundos. Necesitas tener refrigeradora con el fin de comprar alimentos para varios días y así evitar salir. Necesitas internet para conectarte con tus seres queridos, para mantenerte informado, para trabajar o para estudiar. Necesitas pertenecer al mercado laboral formal. Necesitas una cuenta de banco para retirar tu dinero de la AFP o recibir un subsidio del Estado.
No todos los peruanos son iguales ni viven en las mismas condiciones. Y aquellas que han sido necesarias para cumplir las medidas del gobierno, excluyen a muchísimos.
Francia tiene mayores capacidades de recuperarse
Hace una semana tocaron a mi puerta dos personas de la municipalidad que venían a darme una mascarilla. Lavable, reutilizable y producida localmente. El gobierno había anunciado días antes que su uso iba a ser obligatorio en ciertos lugares después de acabado el confinamiento. Yo no sabía ni cuánto iba a costar ni dónde iba a conseguir una. Pero el alcalde armó una campaña para ir a cada hogar y distribuirlas sin costo. De esa manera, se aseguraba que todos estuvieran en la capacidad de cumplir la nueva norma.
Iniciativas como esa, han hecho que no sienta miedo en este país. Incluso, al estar en una posición más vulnerable: la del inmigrante. Porque desde el primer día que llegué, tuve los mismos derechos fundamentales que el resto de franceses: acceso a un seguro social de salud (gratuito), acceso a una educación superior (con un pago anual mínimo[2]) y acceso a un subsidio del Estado para pagar el alquiler de mi vivienda.
Como todo país, tiene desigualdades[3], pero posee una base sólida que permite que la mayoría de su población en todo el territorio acceda a servicios básicos como agua potable, saneamiento, electricidad e internet. Por eso sé que mis amigos, en el sur, este y oeste del país también estarán bien. Porque, en cierto sentido, las regiones son autónomas: la gente no necesita ir a la capital, París, para acceder a servicios de calidad. Cada región tiene todo lo que necesita.
En contraste, en el Perú, casi todo está en Lima: las universidades más prestigiosas, la tecnología más avanzada, los medios de comunicación más importantes. Sus hospitales tienen mayores recursos y capacidad de atención. Y dentro de Lima, la calidad de los servicios varía en función de en qué distrito vivas. Muchos limeños tienen que recorrer grandes distancias para poder satisfacer sus necesidades de empleo, salud, educación, espacios verdes, entretenimiento, etc.
Esto me hizo recordar la entrevista por video-llamada que le hizo el cantante René (Residente) a Pepe Mujica, el ex presidente de Uruguay. Le pidió que diera su opinión sobre lo que pasaba en Nueva York y esto fue lo que dijo:
“La Megalópolis es un gran error de la civilización humana (…) no está pensada para que la gente viva con comodidad, con felicidad (…) no podés todos los días perder 3, 4 horas para ir y venir de trabajar. El tamaño es un disparate (…) todo el mundo quiere auto porque quiere llegar rápido, después no pueden pasar los autos, después hay que acomodar los autos (…) después hay que hacer edificios para arriba y llevar el agua para arriba y todo es caro. ¡Y sobra espacio para tener pequeñas ciudades! Los griegos, cuando crecía mucho una ciudad, sacaban un montón de familias y fundaban otra. Era una escala humana, la gente se conocía, se saludaba, se juntaba en el agora (…) Pero nosotros queremos criarnos como los pollos de criadero, amontonados. Bueno, ahí multiplicamos todos los problemas. Porque no están pensadas (las megalópolis) para la felicidad humana. Están pensadas para el interés inmobiliario, para la inversión inmobiliaria”.
El Perú no es Estados Unidos y Lima no es Nueva York ni tampoco es una megalópolis. Pero lo que tienen en común es que no están construidas para darle calidad de vida a todos sus habitantes por igual. Y la pandemia lo ha hecho notar más.
Hasta el 14 de mayo, la cifra oficial de muertes en el Perú es de 2169. Y en Francia, es de 27 074. Pero a mí me preocupa mi país. Es como en esas películas donde se hunde el barco y los primeros que tienen que subirse a los botes salvavidas son los niños, ancianos y embarazadas. Siempre nos preocupamos por el más débil, el más pequeño o el más vulnerable.
[1] En su lugar, he visto al primer ministro, al ministro de salud y al alcalde de mi ciudad.
[2] En el 2019 se aprobó que haya un pago diferenciado entre estudiantes franceses e internacionales, pero yo pude continuar con el mismo pago con el que empecé.de 243 euros por 1 año de estudios.
[3] Indicadores sobre la riqueza y el empleo en Francia, sacados del Observatorio de desigualdades (inegalites.fr):
- El 10% más rico concentra el 24% del dinero que se paga en sueldos en el país.
- El 10% más rico, posee lo equivalente a casi la mitad del patrimonio de todos los hogares del país (patrimonio=bienes inmobiliarios, financieros y profesionales)
- El 25% de la población en edad de trabajar está desempleado o con un contrato precario (inestable). Los más afectados son los que no cuentan con un diploma escolar y los inmigrantes.