Pareciera que la única manera de acercarse al interior del monstruo de la trata de mujeres en la selva del Perú fuera desde el ámbito de la ficción. Imaginar cómo sería la vida de estas mujeres y niñas en las garras de un sistema que las comercializa y las aniquila. Imaginar el día a día de estas prisioneras en un territorio de ilegalidades que se enceguece por el fulgor del oro. Imaginar también la posibilidad de la huida y de la recuperación de estas identidades robadas, para intentar construir un mundo personal nuevo. Para un equipo de filmación debe ser una proeza lograr incursionar en este infierno, sin embargo, en By the name of Tania (Bélgica, Holanda, 2019), las cineastas encuentran una vía para esta inmersión.

En By the name of Tania de la cineasta peruana Mary Jiménez y la belga Bénédicte Liénard, que se estrenó hace algunos días en la sección Generation 14plus del festival de cine de Berlín, el modo de acercarse a este universo hostil y terrible es precisamente desde algunos mecanismos de la ficción. Tania, la protagonista de este relato, es una adolescente que va contando en primera persona, y en un tono intimista, por momentos poético y reflexivo, sobre su paso del seno familiar en Iquitos al infierno de la prostitución en un bar en Puerto Maldonado.

La trata de mujeres en este film es más que un tema a denunciar. No se trata de una película que busca ser un alegato onegeísta contra este delito que vuelve a las mujeres y niñas en objetos de comercio sexual y de explotación laboral. Más bien la intención de las cineastas es mostrar a un personaje en este tránsito difícil, desde una poética que desnuda testimonios, creando atmósferas sobre la soledad, la perdida de la identidad y el abandono.

El film ha contado con el apoyo de la división de la policía contra la trata de personas de Maynas, incluso algunos agentes aparecen en varios pasajes del film, haciendo operativos y realizando una labor de prevención, ante lo cual se estaría mostrando las estrategias del estado peruano por luchar contra esta lacra. Y por otro lado, las reflexiones y declaraciones del personaje de Tania son producto de meses de investigación de las cineastas y que provienen de testimonios reales de las víctimas, y que son unificados a través de esta protagonista.

Los primeros minutos de By the name of Tania muestran a la protagonista (encarnada por Tanit Lidia Coquinche) planteando su condición: “esta ya no soy yo”. ¿Quién, entonces, nos va a adentrar en este universo oscuro? Poco a poco descubrimos, gracias a su voz en off, que tras la muerte de su abuela tuvo que abandonar su hogar, cayendo en las fauces de un sistema vil donde hombres y mujeres se creen dueños de otras mujeres y niñas. Así, la historia de esta Tania, que no se siente ella misma, que quizás es un fantasma o una entidad que sobrevive a duras penas y que viene a contarnos parte de su vida, se vuelve un mapa, o una cartografía de esta ruta de la trata: embarcaciones, ríos, hamacas, carreteras, caminos enlodados, o ciudades que parecen sobrevivir a un caos nuclear. Con Tania vamos de Iquitos a Pucallpa, y del río Ucayali a las zonas mineras de Madre de Dios, hasta llegar a los denominados prostibares, un tipo de cárcel cuyo mecanismo es prostituir sin posibilidad de salida: “si no me visto bien me ponen una multa, si me levanto tarde, debo más, si rechazo a un cliente también tiene un precio”.

Con la ayuda de Tania, y de su amiga trans, Chuya Chaki (Fiorella J. Aguila), las cineastas montan una puesta en escena de susurros, de frases íntimas, de una banda sonora donde predominan los tonos graves, las percusiones (o pulsaciones o amagos de latidos), como si se tratara de una ensoñación o con un efecto duermevela. A través de planos muy cercanos, esta frontera entre el documental y la ficción, las cineastas nos introducen a este entorno de mujeres donde incluso en medio de la opresión y la violencia, hay espacio para la empatía o un tiempo para las sonrisas.

Se percibe en By the name of Tania, el estilo de diario de la cineasta Mary Jímenez, a través de este tono personal con que proyecta la melancolía de los personajes, y que se hace patente en varios trabajos realizados a lo largo de décadas dedicados al cine (Sobre las brasas, Face Deal, Loco Lucho), y a ese híbrido entre documental y ficción.

Si bien el film abusa de algunas recreaciones (las fiestas en el bar por ejemplo a ritmo de una conocida canción), o el tipo sacando pepitas de oro en el río como confrontación a la realidad de las mujeres), que podrían dar pie a un tipo de sublimación sobre este mundo torturante, prima sobre todo la desazón perpetua de Tania, convertida en otra persona, derrotada, al final de cuentas, en alguien que tiene la vida destrozada. En un pasaje del film, vemos a Tania cruzada de brazos posada sobre un ventanal de cemento, de espaldas a la cámara, en algún asentamiento humano de Lima. En un instante, baja la cabeza, y como espectadoras vemos la figura de alguien cercenado, sin rostro, sin cabeza, sin esperanza. La imagen más poderosa del film y que resume un retrato pesimista, ante todo. No puede haber un final feliz o de reconciliación.

Esperamos que el film, que no contó con recursos peruanos, encuentre sí un estreno comercial y a la vez tenga un recorrido por el país en espacios alternativos, ya que es una oportunidad no solo para discutir el rol del estado, tanto de los gobiernos locales y regionales, o de la normatividad existente, sino sobre las narrativas visuales surgidas sobre este tema, escapando a la atracción del documental de denuncia o al reportaje de TV.