Estudiaba yo, en ese tiempo, un curso de Derecho Procesal Penal, si mal no recuerdo. Bonachón el profesor (no le molestaba en absoluto que me la pase conversando con mi amiga ‘La Cuchi’), de pronto contó una anécdota. Gustaba de contar historias el mofletudo maestro, como un abuelo que regala dulces a sus nietos mientras lo hace. Versaba la historia sobre un antiguo cliente. Contó que por radio escuchó la noticia de que la jueza había ordenado el encarcelamiento de su defendido. Entonces lo llamó y se lo comunicó a su patrocinado. “Ah, sí, ya escuché ello”, dijo éste. El maestro jurista le dijo algo así: “Lo sacamos del país, podemos preparar todo”. A lo que el flamante condenado contestó: “De ninguna manera, yo soy un político; y para mí la cárcel es currículum”.

Ese hombre ya falleció. Se llamaba Agustín Mantilla, y se llevó el secreto de sus actos a la tumba. Con él, también las versiones que acusaban a Alan García en distintos ilícitos. Por cierto, el expresidente recién fallecido no fue a su funeral. Recordaba Mantilla, que era usual entre los apristas haber pasado por la prisión, como el mismo Haya de la Torre. Muchos se sentían orgullosos de ello, y era un honor supremo haber compartido prisión con ‘El Jefe’. Acaso rememoraba -el que fuera todopoderoso ministro del Interior del primer gobierno del que no fue a su velorio- los años de la clandestinidad, las catacumbas, o las masacres cuando la irrupción del aprismo en el norte, tras el asalto al cuartel O’Donovan con el bravo búfalo Barreto a la cabeza. Tantos y tantos se comieron con bizarría su cana. De sus vivencias en la prisión de ‘El Sexto’ nos cuenta también el amauta José María Arguedas en su novela homónima. Allí, se ve como en la cárcel más bien se afianzaba su identidad partidaria, se templaban como el acero, a decir de Ostrovski. En suma, en un político de raza, la cárcel es experiencia, no es deshonra. (Claro está, que me refiero a “delitos” políticos, no a crímenes comunes como la corrupción).

Del abogado profesor, prefiero no hablar. Hace un año o más me mandó un correo dando una especie de negación de lo que dijo. Basta decir que fue abogado de Odebrecht, Keiko e inmerso en las acusaciones de adiestrar testigos para que mientan.

El tiempo no solo cura las cosas y trae las rosas; sino, como indica la sabiduría popular, se encarga de poner cada asunto en su lugar. Ya lo dijo Fidel Castro cuando lo sentenciaron. “Condénenme ahora, eso no importa. La Historia me absolverá”, pronunció ante atónitos verdugos que tuvieron que escuchar el alegato de Fidel de unas cinco horas. Creo que lo hizo tan largo solo por joderlos. Luego de la cárcel sería Jefe de la Revolución cubana y conductor de la misma por medio siglo.

El hecho es que, cuando se es inocente, serán las arenas lentas del tiempo, cayendo grano a grano, las que terminarán acomodando las piezas. No obstante, esto también puede ser confuso, pues es sabido que es más difícil “predecir” el pasado que predecir el futuro. Las versiones se superpondrán unas sobre otras. Pero si acaso hay verdad, ella, más temprano que tarde, llegará a ojos honestos. Así, es finalmente la Historia la que te absuelve, no una bala. El plomo del 38 es tan solo como el metal afilado de la guillotina: ruedan cabezas de justos e inocentes, más no sentencia sobre el fondo.

Y si estuviera vivo, de ello también daría fe un hombre negro que fue condenado a cadena perpetua por luchar contra la discriminación legalizada que existía en su país. Hasta el 2008 estuvo en la lista de los terroristas más buscados por los EE. UU. Fue miembro del Consejo Nacional Africano, marxista y parte del Partido Comunista Sudafricano. Ya lo saben: Nelson Mandela. Estuvo 27 años encarcelado. Casi tres décadas. Muchos de los cuales los pasó en aislamiento solitario. Suficiente para volver loco a cualquiera. Pero Mandela no estaba allí por delitos comunes, sino por luchar contra el apartheid. Se comió con bravura 27 horribles años de cárcel. Solo unos cojones de acero y la lenta comprensión de que más podía lograr perdonando que vengando, le daban la certeza de que la justicia llegaría. Y, finalmente, el tiempo, una vez más (aunque no siempre resulta así), terminó por poner las cosas en su lugar. Fue el primer presidente negro de Sudáfrica elegido por sufragio universal y Premio Nobel de la Paz. Es considerado ‘Padre de la Nación Sudafricana’ y una de las personalidades más admiradas del siglo XX.

Eso hacen los hombres que se saben inocentes. Eso hacen los hombres de verdad. Eso hace el honor: pelear hasta el final.

Eduardo Abusada Franco
@eabusad