Las mejores familias: Alegoría fallida sobre lo que callan las trabajadoras del hogar, por Mónica Delgado

En cartelera comercial se estrena una de las primeras películas peruanas del periodo pandémico tras la apertura de salas. Se trata de una comedia familiar dirigida por el director de Contracorriente y El elefante desaparecido, Javier Fuentes-León. Su trama consiste en poner en relación a dos familias de clase alta, desde la interrelación de un par de hermanas que viven en casas una al lado de la otra, en una zona residencial de Lima.

Este vínculo se pone en confrontación debido a la interacción de otras dos trabajadoras del hogar, las hermanas encarnadas por Gabriela Velásquez y Tatiana Astengo, que van del cerro a los caserones en una rutina desde hace más de veinte años. Todo esto condimentado por una pantalla bipartita que va describiendo la cotidianeidad de ambas familias a partir de las labores domésticas de las dos trabajadoras del hogar, una asignada a cada residencia: idas y venidas de bandejas de cafés y jugos, cruces de una casa a otra a partir de un camino en común, regadas de jardín, y preparativos para un almuerzo familiar entre las dos parentelas donde se revelarían los secretos mejor guardados de una cofradía de élite.

Javier Fuentes León ha confesado en varias entrevistas que se trata de uno de sus proyectos más añorados, y que estuvo trabajando incluso antes de Contracorriente, estrenada en 2009. Y es clara la dedicación afirmada por el cineasta al identificar un trabajo de guion y de puesta en escena que busca darle una marca personal a algunos códigos de la comedia clásica de enredos: hay esta intención de jugar con los espacios físicos, de componer una suerte de “arquitectura” a partir de esta dualidad entre las dos casas de las mujeres (una más opulenta que la otra) y que se traslada a la posición que tienen con los empleados, quienes conforman otro microcosmos que tiene como entorno ideal la cocina o el patio.

Hay una apuesta por dotar de un influjo formalista a las situaciones, a modo de coreografías calculadas o de diálogo de comicidad y espacio, sin embargo, el tono de sátira, el uso del dron para una “marcha ciudadana” en La Planicie, los (de)efectos especiales o la secuencia estrambótica de la bomba lacrimógena con innecesarios ralentis (uso de cámara lenta con afán “poético”) son síntomas de un film tambaleante y que recurre a la metáfora fácil sobre algo tan caro al cine peruano hecho en Lima: la disparidad de clases sociales (desde la mirada de las élites) en un país de inequidades.

En el cine peruano, el tratamiento que se les ha dado a los personajes de mujeres trabajadoras del hogar ha sido desde su lugar subordinado ante una clase alta aplastante, oligofrénica y perdida en sus propios dramas. Pasa esto en Dioses de Josué Mendez, en El vientre de Daniel Rodríguez (el máximo ejemplo de cosificación además), Gen Hi8 de Miguel Miyahira, en La teta asustada de Claudia Llosa o con Intercambiadas de Daniel Vega, donde una empleada cambia de roles con la dueña de la casa. Ya que menciono Intercambiadas, es un film con el que Las mejores familias tienen elementos de producción en común, en la medida que se trata de obras de cineastas que han optado por un cine más de “autor” y que por mientras se entregan a una fórmula más comercial para poder desarrollar, intuyo, proyectos más particulares.  En Las mejores familias, las empleadas del hogar se muestran como confidentes, dispuestas a servir en todo, a garantizar el total desarrollo de las actividades caseras, aunque por momentos parecen estar dispuestas a tomar la batuta de la situación y mandar todo el diablo. Sin embargo, el secreto familiar las ubica dentro de un drama emocional que se resuelve de modo abrupto, incluso hasta indolente.

En este sentido, un tema tan complejo y poco visibilizado en el cine como es el de las relaciones sexuales, la mayoría de veces resultado de abusos, entre trabajadoras del hogar y los hijos de los patrones, aquí se vuelve una bromita de entremesa, un plot point para justificar un secreto abordado desde una atmósfera telenovelera.

Algunos han comentado en medios que Las mejores familias “se parece” a Parásitos de Bong Joon-ho, lo que es un total atrevimiento, mencionado con tanto desparpajo como cuando afirmaban que Álvaro Velarde, uno de los cineastas peruanos que quizás ha trabajado mejor los códigos de este tipo de comedia de situaciones y absurdo, es considerado “el Woody Allen de América Latina”. Que ambas películas aborden temáticas de brechas sociales no significa que tengan un tratamiento similar. En el film coreano, la clase baja toma por las astas una posibilidad de hacer frente a todo un sistema capitalista mediante la estafa y la suplantación, mientras que en la película peruana, las clases bajas se mantienen en su lugar de oprimidos sin cuestionar  nada de eso, se sienten cómodos en su servilismo.

Si el film hubiese sido dirigido por alguien del team Tondero o Big Bang sería comprensible el tono ligero y atropellado de algunas secuencias, la caricatura indefinida de varios personajes o la apuesta de realizar un film de reflejo social a la manera de Avenida Larco, donde las supuestas Todas las sangres se mezclan y sobreviven, lo que además es tratado con la profundidad de una gota de agua. Sobre este punto, el director ha dicho que su film trata sobre la realidad actual y que la hizo “pensando 100% en mi país”. ¿Qué es, según este film, la realidad del país?

Si se trata de valorar la carrera de Fuentes León, esta comedia significa un tropiezo en su carrera, sobre todo porque más allá de las intenciones que ha dejado entrever el director en varias entrevistas o conferencias de prensa, Las mejores familias se instala dentro de un sentido común del cine peruano: las mismas figuras de la élite actoral de siempre, la manida y forzada dicotomía de pobres y ricos, y la intención de ser una radiografía o crítica social que solo mantiene estereotipos. Como sucede al inicio de la película, el personaje de Tatiana Astengo, la trabajadora del hogar, seguirá sirviendo platos y tendiendo camas ad infinitum, dentro de un status quo difícil de subvertir y que a todas luces, gracias a la comedia, se celebra y perenniza.

Entradas relacionadas