Por Wilson Chilo, corresponsal en Cusco
Es la mañana de un día soleado y una joven pareja acude a su cita en una casa de nacimientos. Grecia tiene nueve meses de embarazo y nos cuenta que esta es su segunda experiencia: su hijo de dos años nació en Ruruchay y ahora vuelven porque ella se siente segura y cómoda en este espacio. Su esposo José ha decidido acompañarla en este proceso y se involucra en todos los controles. Ambos apuestan por traer al mundo a su pequeño de manera tradicional.
Ruruchay, voz en quechua que significa “mi frutito”, es una casa de nacimientos que tiene la convicción de que para cambiar al mundo, hay que cambiar la forma de nacer.
La crisis sanitaria pone en riesgo la vida de las gestantes
El Instituto Nacional Materno Perinatal (INMP) ha alertado sobre la situación de las mujeres gestantes en el país, debido a que en esta «segunda ola» se observa un incremento de la propagación y la gravedad del COVID-19.
“Las gestantes son consideradas un grupo de riesgo y en esta segunda ola hay mayor riesgo debido a que las diversas mutaciones del SARS-CoV-2 son más transmisibles y virulentas”, dice Walter de la Peña, jefe del Servicio de Cuidados Intensivos Maternos del INMP.
En estos momentos el sistema de salud tiene un reto, debe dar una respuesta rápida para evitar los partos prematuros o las complicaciones que ponen en riesgo la vida de las mujeres, “solo en Perú fallecieron 433 gestantes entre enero y diciembre de 2020, un número que no se alcanzaba desde hace una década”, de acuerdo a informe de Ojo Público.
Según la Encuesta Demográfica y de Salud Familiar (ENDES) de 2018, en las zonas rurales del Perú,el 21,2% de los partos son atendidos fuera de un centro de salud y sin personal médico autorizado. No cabe duda de que ese porcentaje se ha incrementado durante la pandemia.
Las parteras y sus saberes ancestrales
“Desde el año pasado, las redes sociales de la casa de nacimientos desbordaron de consultas y tuvimos que producir videos orientadores, guías e, incluso, atender partos por videollamadas”, comenta Ruro Caituiro, obstetra de profesión y fundadora de Ruruchay.
No hay un registro del número de parteras a nivel nacional, su labor sigue siendo invisibilizada y a pesar de esto, siguen atendiendo a las mujeres, abrazándolas con sus hierbas medicinales y rituales sanadores. Estas mujeres y sus prácticas son una opción diferente a un sistema de salud -desbordado por la crisis sanitaria-, que ha perdido el contacto directo con la mujer y que replica en algunos casos, más violencia contra ellas.
Ruro nos cuenta que su experiencia como partera la ha ido ganando al recibir a las mujeres que nadie quería atender, pues eran categorizadas como casos clínicos muy difíciles: mujeres que tenían dos cesáreas previas y ahora querían tener un parto vaginal, casos de mujeres de 40 años a más, que tendrían a su primer hijo o casos donde los fetos estaban mal posicionados. Para la medicina tradicional, si el cuerpo de la mujer ha decidido embarazarse, definitivamente se va a alistar para parir y las parteras están comprometidas a acompañarlas en ese proceso.
Ser partera es una sabiduría ancestral que se ha resistido a desaparecer. “Han monstrificado a las parteras para que las mujeres se asusten y vayan a los hospitales”, indica Ruro. Con tristeza, observa que las parteras han sido satanizadas y desmerecidas. A estas sabias mujeres se les hizo creer que las técnicas que ellas utilizaban eran invasivas y lastimaban, que podían ser denunciadas, que tenían que pagar una multa o podían ir a la cárcel.
Hace cuatro años, Ruro viajó a México a un congreso de parteras, ahí pudo observar que en otros países las parteras estaban organizadas, sindicalizadas y tenían derechos. En Brasil tienen un sueldo y son reconocidas como parteras tradicionales; los partos en casa son normales en países como Holanda o Inglaterra; para Ruro ver esa realidad afianzó sus convicciones y también le dio un objetivo: regresar a Perú y organizar a las parteras tradicionales.
En la primera etapa de esa búsqueda, se encuentra con una realidad en donde las parteras estaban asustadas e invisibilizadas, no se les podía ubicar, por esa razón decide asistir a las chicherías, a las fiestas de las comunidades, a los espacios del pueblo; recién ahí, en medio de la confraternización y ganando confianza, las identificó y empezó a tocar sus puertas.
“Nosotras también somos parteras, a nivel mundial hay parteras, gracias a ustedes están vivas estas tradiciones, ustedes han cargado esta sabiduría hasta estos tiempos”, con esas palabras se presentaba ante esas mujeres.
Ruro cuenta que en muchos casos esas parteras se ponían a llorar y preguntaban por qué no las habían contactado antes, por qué nadie les había dicho que estaban haciendo lo correcto y que era su derecho.
Hoy, desde el Estado peruano, la única norma que reconoce la medicina tradicional y las prácticas de la partería, es la “Norma Técnica de Salud para la Atención del Parto Vertical en el marco de los Derechos Humanos con Pertinencia Intercultural”, creada en 2005. Dicha norma todavía presenta algunos vacíos que no permiten garantizar la reivindicación de la medicina tradicional en los partos.
En medio de la pandemia, las mujeres gestantes se han convertido en un grupo de riesgo por las complicaciones que presentan debido al COVID-19. En medio de este contexto, persisten mujeres parteras que pueden convertirse en aliadas para aliviar la presión sobre el sistema de salud, además de ofrecer otra forma de nacer.