Son cinco mujeres que llegaron desde Puno a la capital, movilizadas por la indignación y el cansancio de no ser escuchadas. Parecen pocas, pero representan a diversos ciudadanos de su ciudad y no las verás en las últimas filas, sino que liderarán las movilizaciones
Por Ghiomara Rafaele
El jueves 27 de julio caminan por la avenida Grau en Lima y un señor las insulta. Les exige que regresen a su tierra.
¡Para qué vienen, revoltosas!, les grita.
Belinda y Sara voltean, lo miran y solo atinan a decir: ¿Qué le pasa a este señor? Siguen caminando y a su paso algunos insultos racistas y miradas incisivas las persiguen.
Pero no todo es desagradable. Otras personas las aplauden, las motivan a seguir con la lucha, les piden fotos y les consultan por las próximas marchas.

Son cinco mujeres de Ilave, Puno, pero solo tres de ellas deciden hablar: Marta, Belinda y Sara. Su pollera roja hecha de lana de oveja fue un regalo de los conocimientos de sus ancestros:
– Nosotras que vivimos en el campo, estamos sobre los 3800 m.s.n.m. Ahí hay una descarga eléctrica bastante fuerte. Estas polleras, nuestros ancestros las usaron para que el rayo no atraiga. Por eso son de lana de oveja o de alpaca, menciona Martha.
Sus sombreros o tocados negros en forma de cono mutilado, también son de lana de oveja. Sus trenzas amarradas fuertemente con dos trencillas sirven para evitar que sus cabellos nublen su visión cuando siembran, cuando se agachan, cuando cocinan o cuando se mueven. Han decidido venir así: con su vestimenta representativa. Pero esto parece incomodar a algunos ciudadanos limeños que al verlas escupen frases racistas.

Parecen pocas, son solo cinco, pero ellas vienen en representación de los más de 30 000 ciudadanos de las cinco zonas de Ilave en Puno: altoandina, ciudad, lago, media y alta. Viajaron por más de 30 horas para llegar a la capital. Y es que venir desde el límite de Perú con Bolivia lleva su tiempo, mas ese trayecto se vio retrasado por cinco operativos policiales. Les pidieron los documentos de identidad en cada uno de ellos.
– Durante el viaje no encontraba mi DNI, el policía no me entendió y me obligó a bajar descalza. Me hizo caminar como 50 metros hasta su jefe, recuerda Sara.
La nación aymara es una de las más representativas a nivel regional y mundial. Cuenta con un nivel de organización social y comunal importante; sin embargo, últimamente también significa ser parte de “la historia de muchos pueblos que tuvimos a vernos forzados a resistir a la opresión y que nos conformamos ni agachamos la cabeza”, dice Diana Tika, docente de la Universidad del Altiplano.
Belinda camina por la avenida Abancay al compás de Martha y Sara abrazando sus tres banderas: la del Perú, la de Puno y la Wiphala. Solo sonríe y tímidamente da a entender que no domina el español. Tampoco necesita hacerlo, debido a que el idioma predominante en Ilave es el aymara y son cerca de 500 000 peruanos los que lo hablan. A pesar de ello, cuando llega al Congreso sabe que palabras usar para mostrar su rechazo contra el régimen de Dina Boluarte y los 130 del parlamento:
– ¡Democracia, sí! ¡Dictadura, no!
Dina y Congreso se preguntaban: quiénes son.
Dina y Congreso se preguntaban: quiénes son.
Somos aymaras rumbo a Lima a luchar.
Somos aymaras rumbo a Lima a luchar.
No son solo ellas, miles de peruanos se vienen movilizando en contra de Dina Boluarte desde el momento que juró ante un Congreso que, según las encuestas de Ipsos, IEP y Datum, se encuentra igual de deslegitimado. Puno, al igual que las regiones de Ayacucho, Cusco, Abancay, fueron los primeros en alzar su voz de rechazo. Desde el Gobierno intentaron silenciarlos, primero con gases lacrimógenos, luego con balas.
Los asesinatos del 9 de enero en Juliaca, que dejaron 17 muertos y uno más al día siguiente, propició una agudización en las medidas de protesta de los ciudadanos de Puno, lo que generó un paro seco de tres meses. Cuando miles de familias se vieron perjudicadas económicamente, la medida de fuerza se detuvo. Sin embargo, la herida seguía derramando sangre, por ello, decidieron seguir marchando.
“Nosotras vinimos a Lima, cuando hubo la intervención en San Marcos. Quería que mi hijo conociera la universidad. Ambos nos salvamos, pero vi cómo resultó todo, las detenciones, el trato. No me gustó. Lo mandé a estudiar a Bolivia”, recuerda Belinda.
El trato del que ella habla es el que se ha estado compartiendo mediante redes sociales desde el 22 de julio. Dirigentas aymaras suben al monumento del libertador José de San Martín, ondean sus Wiphalas, sus banderas negras, entonan sus cánticos, exigen justicia por los asesinatos, policías se acercan, las reprimen, lanzan bombas, las quieren sacar del monumento, las empujan, las jalan, las tiran al suelo, las golpean y finalmente logran bajarlas, pero una de ellas cae desmayada.
“En redes dijeron que cargábamos bebés falsos. Eso es mentira, que se informen antes de hablar. Son nuestras trencillas que nos ayudan a que no se nos mueva mucho el cabello”, dice Marta.
Siguen caminando rumbo al Congreso. Hay más dirigentes ahí, pero ellas son las que ponen el cuerpo y de nuevo la Policía las agrede. Algunas de ellas se ahogan con los gases lacrimógenos, otras son empujadas sobre la pista y otras corren a proteger a sus compañeras. No se pueden mover de los alrededores del Congreso: no saben cómo regresar a sus hogares temporales.

Ya van más de una semana manifestándose en diversos lugares: en mercados, en conferencias, van y vienen de la Plaza San Martín, de Dos de Mayo, de estaciones del Metropolitano. No hay nada que las pare. Ni siquiera una bomba lacrimógena colocada por un efectivo policial, según Sara, en su lliclla el último sábado 27 mientras se manifestaba en la plaza Dos de Mayo.

Pero Sara, Belinda y Martha no son las únicas mujeres aymaras que llegaron a Lima. También llegó Leonarda de Melgar, Puno.
“Yo he venido por los más de 70 muertos. ¿En la nada se va a quedar la muerte de nuestros hijos? Esa señora Dina no tiene corazón, no tiene sangre en la cara. ¿Cómo lo ha hecho matar, cómo lo ha hecho asesinar a nuestros hijos, a nuestros hermanos, a nuestros paisanos? Nosotros queremos a nuestro país, nuestro Perú por eso hemos parado por tres meses. Pero ahora nos sentimos huérfanos”, dice Leonarda antes de seguir gritando y marchando a pesar de sus 75 años.
